

El amor al prójimo es un concepto con el cual estamos todos familiarizados, por lo menos eso es lo que creemos, ¿no? Y bueno, sabemos que la caridad es el segundo mandamiento más importante y esencial en la vida cristiana, pero, ¿lo vivimos?, ¿sabemos siquiera traducir la teoría a nuestra vida diaria?
El movimiento estadounidense «Caring Across Generations» nos trae un video que explica en actitudes simples lo que significa amar a nuestro prójimo, cuidar de los que nos rodean. No está demás, sin embargo, recordar qué quiere decir esto de que los demás no solo nos importen, sino que los amemos. Algo que solo es posible a través de la virtud de la caridad.
En este punto, vale la pena aclarar que caridad no es el concepto desvirtuado que se maneja hoy, es decir, no debemos entenderla como limosna o lástima, una mera actitud condescendiente. No. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo explica de la siguiente forma:
«La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios» (CIC 1822).
Personalmente creo que la clave de esta definición es que no debemos amar a los demás por sus propios méritos, sino porque es la consecuencia natural de nuestro amor a Dios. Es decir, solamente si tenemos una relación real con nuestro Dios podremos entonces genuinamente desear lo mejor para nuestro prójimo. Es éste el amor al que nuestro Señor se refiere cuando dice: «Ámense unos a otros como Yo los he amado». ¿Cómo seremos capaces de hacer esto si no conocemos el amor de Dios?, ¿si no nos preocupamos de desarrollar una relación con Él?
Cabe aclarar que el amor al prójimo del que estamos hablando va más allá de la filantropía. La caridad vivida se tiene que traducir en obras sinceramente dirigidas hacia el bienestar del otro, sin intereses de por medio ni cálculos políticos. Esto significa también que nuestra motivación no puede ser la ley del menor esfuerzo en el que evalúo que es lo mínimo indispensable que puedo hacer para aquietar mi conciencia…
¿Será por esto que siempre es más fácil ayudar con un óbolo o colaborar monetariamente con una causa que ser más amable dentro de la casa? ¿Es más fácil contratar una niñera para nuestros hijos o un especialista geriátrico para nuestros padres ancianos que lidiar con ellos en el día a día? Todos tenemos que trabajar y no podemos darnos el lujo de quedarnos en la casa cuidando de ellos, pero ésta puede ser una ocasión propicia para confrontarnos a nosotros mismos, confrontarnos con nuestras motivaciones y la razón detrás de ellas.
El amor al prójimo comienza en casa. Es cierto que no tenemos que estar con ellos las 24 horas del día para demostrar nuestro amor, pero que ese tiempo que tengamos lo utilicemos para aprender a cuidar, a escuchar, a sacrificarnos. El verdadero amor le cuesta al alma y la purifica. Tal vez es por eso que San Juan de la Cruz decía: «En el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor». A lo que el Papa Francisco añade: «Sobre el amor, sobre la proximidad y la ternura hacia nuestros hermanos seremos juzgados. De esto dependerá nuestro ingreso en el reino de Dios, nuestra colocación en uno o en otro lado. Jesús con su victoria nos ha abierto Su reino, pero depende de cada uno de nosotros entrar, ya iniciando en esta vida. El reino inicia ahora, haciéndonos concretamente cercanos al hermano que nos pide pan, vestido, acogida y solidaridad».
Si vivimos en una sociedad que se empeña en ignorar al necesitado, al no nacido, al adulto mayor o al enfermo porque no le resultan efectivos, ¿de qué crecimiento, no solo espiritual, sino como civilización podemos hablar? ¿Hacia dónde vamos como sociedad? ¿Hacia dónde vamos como individuos? Recordemos que seremos juzgados por cuánto amamos y por todo lo que hicimos por amor (Ver Mt 25, 31-46).
Para terminar, comparto con ustedes la tarea que nuestro Papa Francisco –aprovechando que es el Año de la Misericordia– les ha dejado a sus compatriotas argentinos. Nosotros también podemos aplicar estos consejos dentro y fuera de casa:
«Les propongo que en este Año de la Misericordia hagan alguna obra de misericordia todos los días o cada dos días si no pueden todos los días; y no se enojen si yo se las leo para recordárselas. Están las obras de misericordia corporales y las espirituales. En su mayoría, se toman una lista que el Señor hace en las Bienaventuranzas, en Mateo 25, en todo el Evangelio. Son obras concretas de misericordia que si cada uno de nosotros hace una al día o una cada dos días, el bien, el bien, que haremos a nuestro pueblo: Visitar a un enfermo, visitar a los enfermos, es una obra de misericordia; dar de comer al hambriento. Hay gente que tiene hambre; dar de beber al sediento, hay sed material y espiritual, a veces; dar posada al peregrino, es decir, darle lugar al que no tiene casa, al que no tiene techo; vestir al desnudo, es decir, que la gente tenga vestido, que no pase frío en invierno; visitar a los presos. Tantas veces la Iglesia insiste sobre esto; Enterrar a los difuntos. También están las obras de misericordia espirituales: Enseñar al que no sabe; dar un buen consejo al que lo necesita; corregir al que se equivoca; perdonar al que nos ofende. ¡Qué difícil es perdonar! Todos hoy en el mundo necesitamos perdonar mucho y ser perdonados; consolar al que está triste; sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Hay gente que a veces nos hace perder la paciencia, y sufrir con paciencia sus defectos, es una obra de misericordia; y rezar a Dios por los vivos y por los muertos».
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