Quisiera compartir con ustedes una hermosa reflexión a propósito de nuestra actitud con respecto a  la Cruz. Hace algunos años tuve la bendición de participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Allí pude escuchar y ver al Papa Francisco en un momento de mi vida en el que estaba tomando decisiones muy importantes y que me llevaban a cuestionar cuál debía ser mi lugar frente al Señor.

Fue entonces en el Vía Crucis, cuando el Santo Padre dirigió estas palabras a todos los jóvenes que allí estábamos, y fueron como un baldazo de agua fría para mí:

«Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos. Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado; como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice «¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?».

¿Cómo quién quieres ser? Esa frase quedó resonando en mi cabeza (hasta hoy lo sigue haciendo) y me hizo pensar mucho en qué hubiese hecho yo si hubiese estado allí en el momento de la Pasión y la Crucifixión. ¿Cómo quién de todos los presentes hubiese reaccionado? ¿Cómo quién de ellos actúo frente al Señor que se entrega por mí día a día?

El video de la canción «Si hubiera estado allí» de Jesús Adrián Romero, nos ayuda a cuestionarnos en serio: ¿Cuántas veces somos como Pedro negándolo, o como el centurión burlándose, o como los discípulos avergonzándonos de Él? ¿Cuántas veces lo seguimos crucificando? 

Aprovechemos hoy, día de la Santa Cruz, para volver nuestra mirada a Jesús Crucificado, y mirar con esperanza lo que se viene en nuestras vidas, pues ese Jesús que sufre y muere por nosotros, también resucita por mí y por ti para abrirnos el cielo y elevar nuestra dignidad, para hacernos Hijos de Dios. Un Dios que no deja de apostar una y otra vez por nosotros a pesar de nuestras caídas, que nos levanta y reconcilia.

«¿Qué deja (la Cruz) en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos» (Papa Francisco, en Vía Crucis de la JMJ de Río de Janeiro).