Alrededor del tema de los ángeles se han dado miles de interpretaciones, teorías y pensamientos. Algunos muy acertados y otros no tanto, pero a la hora de hablar de ellos pienso que no hay mejor recurso que acudir al Catecismo de la Iglesia Católica, más precisamente al capítulo cinco, donde se habla de la vida celeste.

Tomando como base el Catecismo, recurrimos también a algunos puntos de la obra del Padre Fortea: «Historia del mundo angélico», para como bien él dice «infundir vida» a aquello que puede parecernos fríos conceptos teóricos.

Quiero compartir contigo, algunas preguntas que nos iluminarán acerca del tema de los ángeles y cómo ellos hacen parte de nuestra vida de fe.

¿Existen los ángeles? 

Sí, los ángeles existen. No son un mito. Su existencia es cierta, es una verdad de fe profesada por la Iglesia, ellos son seres espirituales, no tiene corporeidad (cuerpo), y su existencia se encuentra testimoniada en las Sagradas Escrituras.

Tanto ellos como nosotros, somos creación de Dios, esto es algo que tenemos claro y que el concilio de Letrán IV, va a afirmar diciendo: «Al comienzo del tiempo creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana. Luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo».

Ambos, sin embargo, no fueron creados en el mismo «tiempo» (coloco esta palabra entre comillas pues el tiempo que nosotros conocemos no es el mismo tiempo de Dios), su tiempo fue antes del tiempo mismo.

Los ángeles al igual que nosotros, fueron creados libres y esa libertad requirió de un tiempo de prueba que solo Dios sabe con exactitud en qué consistió o cuánto duró.

Aún así, muchos teólogos, como el Padre Fortea han hecho un intento de ilustrar o explicar en qué pudo consistir esta prueba. Lo que sabemos es que luego de ella, algunos rechazaron a Dios y cayeron para siempre.

1. ¿Quiénes son los ángeles?

El Catecismo en el numeral 329, nos va a recordar la teoría agustiniana frente a los ángeles, que en palabras de san Agustín nos enseña: «El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu. Si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel». 

Extendiéndonos un poco más, si nuestra naturaleza es la humana, la naturaleza de cada ángel se agota en sí mismo. Citando a Fortea: «Cada naturaleza angélica era como una pequeña estrella, cada ser angélico resplandecía con su propio tono de luz…»

Los ángeles que eligieron por amor y libremente a Dios, son quienes llevan su mensaje y lo anuncian a los hombres de toda raza, pueblo y nación. Ellos contemplan constantemente el rostro de Dios y se regocijan en Él. 

Poseen como criaturas libres creadas por sobre abundancia de amor, inteligencia y voluntad, es decir que son seres personales (de alguna manera como nosotros). Como nos dirá el papa Pío XII en «Humani Generis», pero además son seres inmortales que superan en toda perfección a las criaturas visibles. 

2. ¿Cuál es la relación de los ángeles con Cristo?

El Catecismo de la Iglesia Católica (n.331), nos recordará que Cristo como Señor y Rey de todo lo creado, es a quien pertenecen los ángeles, pues fueron creados por y para Él.

Como nos testimonia Col 1,16: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él».

Además, Cristo les ha hecho mensajeros de su obra de salvación para el hombre, por lo que los ángeles son servidores de la salvación.

Por medio de ellos se anuncian los misterios más sublimes de la historia salvífica, como podemos verlo en las Escrituras. Por ejemplo en el momento en que Abraham va a sacrificar a su hijo, en el momento sublime de la anunciación o en la necesaria huida a Egipto.

Toda la vida de Cristo se ve rodeada de la presencia adoradora de los ángeles, quienes le sirven en el desierto, le adoran en el momento de nacer, le acompañan en la agonía, y anuncian tanto su Encarnación como su Resurrección. 

Y junto a Cristo son el ejército que lucha en favor de la salvación de las almas. ¿No es esto maravilloso?

3. Los ángeles sirven a la Iglesia

El servicio de los santos ángeles se evidencia en toda la historia de la Iglesia, donde de manera misteriosa y poderosa le acompañan, sostienen y defienden. 

En medio de la sagrada liturgia, por ejemplo, la Iglesia se une al canto de los ángeles para adorar dignamente a Dios, al santo entre los santos e invocar su asistencia.

Por esto celebramos más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios), de quienes tenemos fiel testimonio bíblico. 

Tenemos que tener presente que la compañía de los ángeles en nuestra vida es algo constante, desde el comienzo hasta la muerte. Ellos custodian al hombre e interceden por él, como dirá san Basilio Magno: «Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida».

Y así, desde este mundo, la vida de todo cristiano participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los santos en unidad a Dios.

4. Su relación con los hombres

Además de ser los mensajeros de Dios, de asistirlo en la lucha por la salvación de las almas y defenderlos de las asechanzas y tentaciones de Lucifer, los ángeles nos ayudan en el aprendizaje del amor a Dios.

Habiendo pasado su momento de prueba y elegido libremente, son conocedores de la gloria y felicidad plena de contemplar el rostro de Dios por la eternidad. Fortea lo ilustra de una manera hermosa al final de su obra:

«Aprovechad el tiempo que os quede de vida sobre la tierra. No importa cuánto viváis, pus el último día, una hora antes de morir, toda vuestra vida os parecerá como un solo día. Tú que lees estas líneas, todavía estás en el tiempo de prueba.

Lo que yo daría por regresar a la fase de la prueba. No hay precio por grande que fuese, que no estuviese dispuesto a pagar por poder demostrar mi fe en Dios. Te envidio. Sinceramente, te envidio. Tú todavía puedes ganar mérito para toda la eternidad.

Tú todavía puedes incrementar el grado de felicidad que gozarás para siempre. No sabes lo que tienes. No sabes lo que vale el tiempo. Te envidio. Adiós, adiós.»