

Cada vez que comienza el año hacemos promesas, listas de deseos o propósitos. Entre ellos, los más sonados siempre son hacer ejercicio, bajar de peso, levantarse más temprano, enojarse menos, pasar más tiempo con nuestros seres queridos, ahorrar dinero, etc.
Y aunque todo esto no tenga nada de malo, a veces terminamos por no cumplir nada. Nos quedamos a la mitad, y lo peor, ni siquiera comenzamos. ¿Qué pasa con nuestros propósitos espirituales?, ¿es que no hay suficiente motivación?, ¿qué hace que desfallezcamos en el camino, que no alcancemos la meta?
Dice la Palabra de Dios que «al discípulo le basta ser como su Maestro» (Jn 10, 25). Es decir, el discípulo busca ser como Jesús, es lo primero que está en su mente y su corazón. Después de eso, de seguirle, «lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6, 33).
Por eso, antes de pensar en lo que podemos mejorar hacia afuera, la invitación de este año es ¡mejorar hacia adentro! Fortalecer otros ámbitos de nuestra persona que nos acerquen a ser como Jesús. Te comparto tres píldoras o consejos a tomar en cuenta para lograr este objetivo:
1. Disciplina en el entrenamiento
Así como los deportistas de alto rendimiento se someten a una disciplina en su entrenamiento, los discípulos que queremos ser como Jesús y mejorar nuestra vida, también debemos hacerlo. De lo contrario caeríamos ante
cualquier adversidad que nos asechara.
Debemos entrar a la forja para volvernos maleables como el metal y una vez teniendo la forma correcta proceder al templado para quedar firmes y sin fisuras.
Este entrenamiento debe centrarse en el regalo de la Salvación, donde la fe en el Señor, que la ha otorgado, ayuda a proclamar la verdad y alejarnos de la mentira. ¡Además nos permite experimentar en el corazón la justicia!
Este entrenamiento nos permite mantener los pies descalzos, como signo de humildad, de que siempre estamos llamados a dar testimonio de lo que hacemos. Y también debe hacernos hábiles en el uso de nuestro equipamiento.
Así como la raqueta en el tenis, el bate en el baseball o la pelota en el futbol, nosotros tenemos que aprender a usar la fe como escudo y la Palabra de Dios como espada.
2. Tener una buena alimentación
Todo atleta tiene una excelente alimentación y nunca la descuida, es sumamente importante para realizar su deporte en el más alto rendimiento posible.
Para aquellos que queremos seguir el camino de Cristo, también hay un elemento indispensable: ¡La Eucaristía! Y de paso realizar un esfuerzo por cuidar lo que comemos, incluso privarnos de algunas cosas (y ofrecerlas como sacrificio).
El alimento esencial que provee de los mejores nutrientes para el espíritu es también la Palabra de Dios. Con ella podemos fortalecer nuestro músculo espiritual. «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4).
Su Palabra es fuente de energía y a nosotros nos permite entablar una conversación con Él. Cuando leemos o escuchamos su Palabra, nuestro corazón ora, y en la oración encontramos aún más fuerte el sentido filial de hijos que nos vincula a Dios.
Pero también tenemos que privarnos de algunas cosas como todo atleta. Esto no es cosa sencilla porque las tentaciones siempre llegan, los antojos, los desvelos, etc. El atleta no aguantaría el entrenamiento si no renunciara a todo ello.
De igual forma el discípulo que aspira a ser como su Maestro: «Se sacude de todo peso del pecado que le asedia para así correr con mayor fortaleza durante su prueba» (Heb 12, 1). ¡La vida se nos vuelve ligera cuando no hay pecado!
3. Seguir el reglamento de la prueba
El atleta siempre compite de acuerdo con los reglamentos estipulados en su disciplina deportiva. El que no lo hace puede ser descalificado, expulsado o vetado del deporte.
Incluso, en la historia deportiva, aquellos a los que después de algunos años se les ha comprobado que hicieron trampa, se les han retirado los premios obtenidos.
En nuestro caso, como discípulos que seguimos a Jesús, también estamos invitados a seguir un reglamento, que no consta de varias hojas y numerales, sino que está centrado en dos puntos sumamente importantes que resumen todo lo que Dios quiere que hagamos.
«Amar a Dios con todo su corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6, 5) y amarnos unos con otros como Cristo nos ha amado» (Jn 13, 34). Seguir el reglamento implica un distintivo para los seguidores de Jesús, para que así todo el mundo nos pueda reconocer.
Amarnos nos llevará a respetarnos, a tener confianza, a ser leales y nunca sacar ventajas sobre otro. Por lo tanto, el llamado es muy claro, la regla es la vivencia en comunidad, en Iglesia, en familia, solo así crecemos y avanzamos.
Este año puede representar una nueva oportunidad para hacer promesas como las de siempre, sin embargo, después de un tiempo tan complicado, creo que es momento de comenzar de otra forma. Con nuevos propósitos que nos lleven al encuentro cara a cara con Jesús, el único y verdadero entrenador, el mejor Maestro.
Artículo elaborado por Irwing Contreras Sánchez.
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