Si me cobijo en mi fragilidad, mis límites, será más fácil que acepte a los demás. A menudo, no soportamos a los demás por el simple hecho de que no nos soportamos a nosotros mismos. Todos lo hemos sentido alguna vez. A veces estoy descontento conmigo mismo, porque he cometido errores o tengo un defecto que me molesta; puedo enfadarme mucho conmigo mismo. Y, de repente, también estoy de mal humor y un poco agresivo con los demás.

¿Qué significa esto? Simplemente que hago pagar a los demás la dificultad que tengo para aceptar mi pobreza. No acepto mis propios límites, y los proyecto en los demás… Esta actitud es muy frecuente, y obviamente no es una actitud justa. La mayoría de los conflictos que tenemos con los demás son de hecho una mera proyección del conflicto que mantenemos con nosotros mismos.

Contrariamente, cuanto más me acepto tal y como soy más me reconcilio con mi debilidad, y más puedo aceptar a los demás y amarlos tal y como son. — La confianza en Dios, cap. 3