No me sorprende que pocas personas reclamen para sí la paternidad. El dolor es tan evidente, las alegrías están tan es­condidas. Pero no reclamándola, eludo mi responsabilidad de ser una persona espiritualmente adulta. Sí, traiciono mi voca­ción. ¡Nada menos que eso! ¿Cómo puedo elegir lo contrario a lo que necesito?

Una voz me dice: «No tengas miedo. El Hijo te cogerá de la mano y te llevará hasta la paternidad.» Sé que puedo confiar en esa voz. Como siempre, el pobre, el débil, el marginado, el rechazado, el olvidado, el último… me necesitan como padre y me enseñan a serlo.

La verdadera paternidad con­siste en compartir la pobreza del amor de Dios que no exige nada. Me da miedo entrar en esa pobreza, pero aquellos que a través de sus enfermedades físicas o mentales ya han entrado serán mis maestros. — El regreso del hijo pródigo