

La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa.
—De una parte, mis pecados. De otra, la triste realidad de los sufrimientos de nuestra Madre la Iglesia; la apatía de tantos católicos que tienen un «querer sin querer»; la separación —por diversos motivos— de seres amados; las enfermedades y tribulaciones, ajenas y propias…
La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa: Fiat, adimpleatur…! —¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén. — Forja, 769