adolescentes rebeldes

¿Todos los adolescentes son rebeldes…? La visión que mucha gente tiene de los jóvenes se caracteriza muy a menudo por un pesimismo que parece insuperable. Es muy frecuente oír que los jóvenes de hoy son irresponsables o inmaduros. Oímos hablar de una crisis adolescente.

Comprender y abrir horizontes

adolescentes rebeldes

Detrás de estos adolescentes aparentemente rebeldes, los jóvenes nos envían un mensaje que debemos saber captar para orientarles correctamente. El don de lenguas consiste en hablar una lengua que los jóvenes entiendan, en utilizar los medios de comunicación adaptados a su forma de ser. El contenido del mensaje cristiano no cambia, pero la forma debe adoptar las herramientas en las que se mueven los jóvenes.

Debemos abrir horizontes. Hay muchos que confunden felicidad con placeres. Piensan que disfrutar de la vida consiste en abusar del alcohol, de la droga y del sexo. No se dan cuenta de que este es el camino de la destrucción. ¡Tenemos que enseñar a disfrutar de la vida de otra manera! Por ejemplo, podemos descubrir la verdadera felicidad que da paz y serenidad en cualquier circunstancia de la vida incluso en el dolor.

Los jóvenes quieren divertirse y eso es algo normal que corresponde a su edad. Las comunidades cristianas tienen que acoger esta aspiración y proponer alternativas. Si no se hace nada, la gente piensa que la Iglesia es solo el lugar de los sacramentos, de la oración y de la doctrina. Se olvida que la Iglesia es escuela de vida. Hay una manera cristiana de trabajar, de jugar, de relacionarse con los demás…

¡La Iglesia tiene todo para enseñar la verdadera felicidad de una vida sana llena de amor!

Unidad de vida

adolescentes rebeldes

Se necesita esta unidad de vida que permite amar al mundo apasionadamente y estar en el mundo sin ser mundanos (como decía San Josemaría en la homilía «Amar al mundo apasionadamente»).

Muchos jóvenes piensan que la Iglesia es solo el lugar de los sacramentos y la oración. Un lugar que puede parecerles muy aburrido. Debemos mostrarles que la Iglesia es una escuela de vida.

En este sentido, es necesario recristianizar el tiempo de ocio. En algunos lugares, incluso las fiestas cristianas necesitan ser recristianizadas, para que se centren realmente en Dios, en lugar de estar centradas en el hombre y sus placeres.

Debemos tener cuidado con el peligro de separar la Iglesia de las realidades temporales. Nuestra fe se vive plenamente en la unidad. Todas las realidades humanas, todos los aspectos de nuestra vida interesan a Dios, puesto que es el Creador de todo.

El peligro de los prejuicios

He conocido a personas de cierta edad que se sorprendían de que los jóvenes se tomaran en serio la santidad. En más de una ocasión, incluso he oído decir: «Son demasiado jóvenes para pensar en eso». Parece que la santidad es una cuestión de edad.

Esto es similar a la situación de los discípulos que querían impedir que los niños se acercaran a Jesús. Jesús les recomienda que no se lo impidan, porque el reino de los cielos pertenece a los que son como ellos (cf. Mc 10,13-16).

Quizá sea este un buen momento para recordar el ejemplo de jóvenes santos como Carlo Acutis (1991-2006), que murió a los 15 años y fue beatificado en 2020. Con este joven se ve también que nuestro tiempo no carece de posibilidad de santidad para los jóvenes.

Quisiera recordar que San Josemaría sintió la llamada divina entre los 15 y los 16 años. Santa Teresa de Lisieux entró en un convento a los 15 años, y esta doctora de la Iglesia murió a los 24 años. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Hay prejuicios que limitan los horizontes de los jóvenes. A veces, nuestra falta de esperanza hace que no nos atrevamos a elevar la mirada hacia objetivos más nobles.  Tal vez, si nos fijamos bien, en muchos casos los adultos se han vuelto pesimistas y no se atreven a dar a los jóvenes la ayuda que necesitan. Muy a menudo los jóvenes llevan la vida que llevan – de «adolescentes rebeldes» – porque nadie les ha ofrecido alternativas.

¿«Adolescentes rebeldes»? ¡Adoptemos una visión llena de esperanza!

Detrás de la aparente negligencia o inmadurez, a menudo se esconden grandes aspiraciones. Simplemente, carecen de la ayuda adecuada para comprometerse en un proceso de transformación positiva.

Tal vez algunos podrían hacernos el reproche del paralítico en la piscina de la prueba: «Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua» (Jn 5,7).

Desde la distancia creemos que no nos entenderán. Muchos consideran la llamada crisis de adolescencia como algo inevitable. Confían mucho más en su teoría. Esto les lleva a tolerar ciertas desviaciones como inevitables. La experiencia demuestra que no es necesario que los jóvenes pasen por las llamadas encrucijadas inevitables. Tenemos ante nosotros a muchos jóvenes que no han experimentado estas «sacudidas» de la adolescencia.

No debemos olvidar que las etapas de la vida no son compartimentos estancos. Si permitimos que los jóvenes mantengan malos hábitos, más difícilmente pueden abandonarlos en la edad adulta. Conocemos a personas a las que les gustaría cambiar, pero les resulta difícil deshacerse de ciertos hábitos que se han ido formando con el tiempo.

Las virtudes no son una cuestión de edad ni el resultado de una transformación fisiológica. Hay que dar la orientación adecuada desde una edad temprana y ayudar a los jóvenes a emprender el camino de la santidad sin subestimar su potencial.

Un proverbio africano dice: «Cuando tienes que llevar a un niño en el regazo, no dejas que se ensucie en el barro».  Si soñamos con un futuro mejor para los jóvenes, no debemos permanecer indiferentes ante su desorientación. Sobre todo, debemos mirar a los jóvenes con esperanza.

¡La llamada universal a la santidad se dirige a todos los hombres sin distinción!

 

Artículo elaborado por P. Achille Koffi