

¡Qué pereza estar cambiando de red social! Con el confinamiento y la pandemia, las redes sociales eran ese lugar por el que podía «salir a dar un paseo», encontrarme con mi gente y soñar con el día de volver a caminar por la calle sin miedo. Era el lugar donde podía sentirme de alguna manera segura. Por lo menos esa ha sido mi experiencia durante este este tiempo.
De pronto, desde distintos lugares y de distintas personas en las que confío y en las que no tanto también, me llegan mensajes y leo noticias sobre la necesidad de cerrar alguna de mis cuentas, mudarme a otra red social y proteger tanto mi libertad de expresión como mis datos personales. ¡Una angustia más que se suma el caos que estamos viviendo!
Tal vez estos peligros estuvieron siempre latentes y nunca los tomé siquiera en consideración. No es sino hasta hoy, cuanto el uso de redes sociales se hizo realmente masivo, que me detengo a pensar con conciencia en lo que dentro (y fuera) de este espacio está (o debería estar) permitido y no. En cómo es que verdaderamente mis datos son manejados y si estoy de acuerdo con esto o no.
¿Habré confiado demasiado?
Tal vez haya sido esa costumbre mía de simplemente confiar, o quizá de no prestar atención al entorno mientras recibía y daba «likes». Tal vez simplemente pensaba que esto no me afecta directamente porque no soy nadie importante y lo que comparta o no, da lo mismo. ¿Te pasa algo similar?
Es tanta la información que manejamos y de tantos frentes que, a ratos no sabemos hacia dónde mirar o qué creer, o ¡a quién creerle! en todo este asunto.
En esta suerte de discordia, podemos confundirnos y perder de vista que siempre es posible mirar la realidad con mayor claridad a través de los lentes del cristianismo. Unos lentes que deberíamos esforzarnos por tener siempre puestos. ¡Reflexionemos un poco!
¿Qué es la libertad de expresión?
La libertad de expresión es un derecho por el que se ha luchado desde el inicio de la civilización del hombre. No es necesario que hagamos un recorrido histórico, pero sí reconocer que este derecho fundamental actual, que es reconocido y pertenece a la Declaración de los Derechos Humanos firmada en 1948 (Artículo 19).
Esta libertad está relacionada con muchas otras como la libertad de credo, de opinión, de prensa, entre otras. Y es una característica importante de una democracia sólida.
La libertad de expresión no es un derecho absoluto, conlleva deberes y responsabilidades que de alguna manera lo limitan, deben estar expresamente fijadas por la ley de cada país y tienen que ver básicamente con el poner en peligro la vida de otros.
Debe asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás y la protección a la seguridad nacional, el orden público, la salud o la moral públicas sin caer en manipulaciones ni retener información importante para los ciudadanos.
Es una libertad que caracteriza a la democracia y debe favorecer el diálogo público.
Mirando con los lentes del cristianismo
Pongámonos nuestros lentes cristianos y miremos esta realidad tomando en cuenta las enseñanzas del Maestro.
Jesús nos decía: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8 31:38). Aquí tenemos un primer criterio, la libertad se encuentra inevitablemente relacionada con la verdad.
Un segundo criterio tiene que ver con el mandamiento que en su tiempo rompió esquemas: el amor al prójimo. Un mandato tan grande e importante que lo puso unido al amor que deberíamos cultivar por Dios:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22 37:40).
Verdad y amor
He querido tomar solo estos dos criterios, algo así como ajustar las lentes bajo dos filtros. ¿Qué necesitamos hacer para reconocer la verdad y a la vez estar amando al otro siempre?
Reconocer la verdad incluso en momentos de oscuridad y confusión requiere de cierto «entrenamiento». Un entrenamiento que tiene que ver con dejarse formar por Jesús. Conocer sus enseñanzas, crear una relación de confianza con Él para que no solo sea el gran «influencer» de nuestra vida sino la trascienda.
Siguiendo al Maestro, iremos aprendiendo a cultivar este amor tan hondo, en primer lugar por Dios, y en segundo lugar a nuestro prójimo. ¡Esto es clave!
A medida que interiorizamos cada vez más esto en nuestros corazones, nuestros actos van a ir conquistando una libertad que no será la misma libertad de los hombres, pero que a la vez debe iluminarla y respetarla («Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»).
Comprendiendo la realidad en que vivimos
Uniendo esto a lo que conocemos sobre el derecho a la libertad de expresión vamos entendiendo que esta debe ser una libertad conducida con verdad y con amor.
Entonces, debería tener derecho de expresar mis opiniones, hablar de mi fe y mis creencias con libertad. Postular mis opciones políticas e ideológicas siempre con respeto al otro y con la conciencia de en cada acto (cada palabra y afirmación) estar amando a Dios y a los demás.
¿Suena ideal? Suena ideal porque es lo ideal. Los mandatos de Dios siempre son «ideales» porque Dios es la perfección misma. Muchos dirán que Él es perfecto y que nosotros no y menos el mundo en que vivimos, pero eso no hace que sus enseñanzas no sean válidas, sino todo lo contrario.
Jesús conoce la imperfección del mundo de los hombres. Es justo por esto, que nos muestra el camino hacia lo perfecto. Cuando nos dice: «Sed perfectos como es perfecto vuestro padre celestial» (Mt 5, 48) no lo dice sin haber primero explicado, con paciencia y detalle (las Bienaventuranzas), el camino para apuntar a esa perfección.
Cristianos en las redes sociales y en todas partes
Con estas distinciones podemos empezar a discernir nuestro papel en todo este embrollo de las redes sociales, de las Big Tech, la libertad de expresión, la censura y del derecho a la intimidad.
Si algo vulnera nuestros derechos, efectivamente tenemos el derecho de pronunciarnos con firmeza, exigir e incluso protestar cambiándose masivamente de red social. Pero, antes de la protesta y de todas nuestras manifestaciones de descontento, miremos cómo está siendo nuestro actuar.
Evaluemos si estamos procediendo con verdad y con amor. Recordemos que ambos pueden ser manifestados con firmeza pero siempre respetando la dignidad del otro.
Es difícil hacerlo sobre todo cuando te sientes atacado y vulnerado. Cuando te acusan falsamente de no haber hablado con la verdad o cuando tu discrepancia es tomada no como tal sino como un insulto.
De esto último podríamos hablar más adelante (de la manipulación del derecho a la libertad de expresión escudados en la extremada sensibilidad a pensar distinto). O cuando simplemente insultas y das rienda suelta a tu ira porque todos lo hacen o porque estás detrás de una pantalla que te «protege».
Las posiciones de poder
Libertatis Conscientia (Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe) es un material muy rico que recomiendo leer.
Nos recuerda que para que exista verdadera libertad es necesario primero que existan ciertas condiciones de orden político, social y cultural que posibiliten su ejercicio y por lo que cada uno de nosotros (especialmente los gobiernos y los que se encuentran en posiciones de poder) necesitamos trabajar.
Necesitamos saber que nuestra libertad termina donde la libertad del otro empieza. Tenemos la libertad de elegir vivir en el espacio donde estas libertades estén mejor garantizadas, y contribuir en su garantía en donde nos toque.
La tecnología siempre ha tenido un papel de gran relevancia en la libertad de expresión. Gracias a ella (la imprenta, radio, televisión, Internet…) la rapidez y el alcance de la difusión de un pensamiento o idea, se han ido multiplicando hasta lo que vemos hoy en día con las redes sociales.
La tecnología por sí misma no es ni buena ni mala. Cumple un papel relevante, pero la responsabilidad de su uso, gestión y legislación es nuestra, el espacio digital lo regimos nosotros.
Son nuestras acciones humanas una vez más las que deciden, las que necesitan ser orientadas hacia el bien y la verdad. Y es ahí donde tienen gran responsabilidad aquellos que lideran estas tecnologías.
Antes de ajusticiar a las Big Tech… leamos las condiciones que aceptamos cada vez que utilicemos cualquier tecnología, especialmente cuando se trata de redes sociales y medios digitales.
Es ahí donde radica nuestra responsabilidad primera, aprendamos a conducir nuestros actos cómo le corresponden a un cristiano.
¿Qué hacemos ahora?
Apuntar hacia el bien y la verdad, pero siempre con caridad. Caridad entendida como el amor que se compromete y que no teme porque conoce y se sabe amado.
Para andar en verdad, es necesario conocer la verdad. Cultivar nuestra relación con Dios y apuntar hacia un «intercambio» de corazones con Él.
En este meollo, más allá de las protestas y el abandono de unas redes sociales por otras, creo que lo que lo que se nos está quedando fuera de vista es la necesidad de conversión de nuestros corazones. ¡Un factor importantísimo en esta discordia!
La caridad debe regir nuestros actos en el espacio físico, digital, e incluso en el espiritual. ¿Por qué se nos hará tan difícil obrar con este amor siempre? Tal vez, porque no podemos actuar ni entender el amor si no lo experimentamos, si no lo conocemos. No dejemos que los lentes se nos empañen. ¿Tú, qué opinas de esto?
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