Evangelio según San Lucas 23,35-43

«Cuando Jesús estaba ya crucificado, el pueblo estaba allí mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima de Él una inscripción: “Éste es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros la sufrimos justamente porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, Él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».


[dropcap]E[/dropcap]n un poema del s. VI en el que se canta la grandeza del árbol de la Cruz, se lee el siguiente verso: «Se cumplieron entonces los fieles oráculos de David / cuando dijo a las naciones: «Reinará Dios desde el madero»». Este testimonio, entre los muchísimos que hay, da cuenta de cómo el Pueblo de Dios comprende la tremenda paradoja de adorar a un rey que cuelga moribundo de una cruz, despojado incluso de su ropa. En tal sentido, ¡qué elocuente es la Liturgia de la Solemnidad de Cristo Rey! Se nos habla de un reino de verdad, de vida, de paz y de justicia; se lee un pasaje del Evangelio en el que el Calvario se manifiesta como camino privilegiado para comprender la realeza de Jesús; se nos invita a vivir bajo los mandatos de nuestro Rey y a trabajar por la extensión de su Reino en el mundo.

Cristo Rey escucha en silencio las afrentas y muecas que le destinan las autoridades del pueblo, las burlas de los soldados y la provocación del ladrón mordaz. El Hijo de Dios hecho hombre, Aquel por quien todo fue hecho y en quien reside la plenitud de todo lo que existe, padece en silencio. Ensordecedor silencio, como decía San Ignacio de Antioquía, en el que algo percibió el corazón del “otro malhechor”. Quizá sensibilizado por la cercanía de la muerte, supo “ver” la realeza de un cuerpo llagado y sangrante, y alcanzó a suplicar: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

«Hoy estarás conmigo…». Jesús, que en silencio sufría las burlas, habla ante un destello de arrepentimiento y súplica. Este “hoy”, firme y claro, pertenece al “tiempo de Dios” y nos abre como una ventana a través de la cual contemplamos lo que allí en realidad está sucediendo. En el Calvario el descendiente del linaje de la Mujer (ver Gén 3,15) está aplastando la cabeza de la serpiente y nos está arrebatando del dominio de las tinieblas. Por su sangre «hemos recibido la redención, el perdón de los pecados» puesto que en Él «quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, restableciendo la paz por su sangre derramada en la cruz» (Col 1,19-20).

La realeza de Cristo es de otro mundo. Su trono es una cruz; sus armas son la verdad, el perdón y la misericordia; su ley es el amor. No necesita de joyas ni armiño, ni de fortalezas o ejércitos para afirmar su poder y sin embargo su señorío es absoluto y su mandato claro: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; vayan, pues; enseñen a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto Yo os he mandado» (Mt 28,18-20).

Hemos vivido un Año jubilar de la misericordia, que justamente se concluye este Domingo de Cristo Rey. Cristo Rey nos muestra el rostro misericordioso de Dios y nos invita a acoger y vivir la misericordia de Dios en nuestra vida, con nuestro prójimo. Celebrar, pues, a Cristo Rey nos compromete a vivir conforme a la dignidad que nos otorga en el Bautismo: ser cristianos, hijos de Dios, ciudadanos de su Reino. Entonces podemos preguntarnos: Cristo Rey, el Señor, ¿es mi Rey y Señor? Aquel que es el centro del cosmos y de la historia, ¿es el centro de mi vida? La verdad, el amor, la misericordia y la reconciliación que están en la esencia del Reino de Cristo, ¿reinan en mi corazón?

No podemos pasar por alto que hoy, como ha sido a lo largo de toda la historia de la Iglesia, el Reino de Cristo es atacado. Es atacado por el asedio del maligno.  Es atacado desde dentro, por el pecado y la incoherencia de nosotros cristianos. Y es atacado también por aquellos que hacen del Evangelio y de los discípulos de Jesús blanco de su odio y ensañamiento. Frente a ello, nuestra mirada debe estar siempre fija en el Señor Jesús que reina desde el madero de la Cruz y que nos alienta a convertirnos cada día más a Él, a vivir el perdón y a hacernos fuertes en la fe y la oración. Así, desde un corazón en el que Reine Jesús, podremos participar en la misión que la Iglesia recibió de su Señor, viviendo la misericordia y el amor.


El autor de esta reflexión es el teólogo Ignacio Blanco, quien con mucha generosidad ha aceptado participar en Catholic-Link enviándonos esta Lectio para nuestra oración dominical. Ignacio publica sus reflexiones dominicales en el portal Mi vida en Xto, que ofrece recursos diarios para la oración personal.