

Evangelio según San Mateo 11,2-11
«En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!». Cuando ellos se fueron, Jesús se puso a hablar con la gente sobre Juan: «¿Qué salieron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron?, ¿a ver a un profeta? Sí, les digo, y mucho más que a un profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; y sin embargo el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él»».
[dropcap]«E[/dropcap]l Adviento es tiempo de alegría». Seguramente hemos escuchado esta frase muchas veces. Y es cierta. Este tiempo litúrgico tiene como nota característica la alegría. Es más, este tercer Domingo de Adviento se conoce como Gaudete Esta palabra latina significa “alégrense” y está tomada de la carta de San Pablo a los Filipenses donde se nos dice: «Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, ¡estén alegres!» (Flp 4,4). Conviene, pues, preguntarnos: ¿de qué alegría se trata?
San Pablo nos da una clave. En el mismo texto donde nos invita a la alegría dice: «Estén alegres. Que todo el mundo los conozca a ustedes por su bondad. El Señor está cerca». Estas palabras inspiradas del Apóstol nos señalan el motivo fundamental de la alegría cristiana: la cercanía del Señor. Y es por eso que el tiempo de Adviento es un tiempo especial para vivir la alegría porque es justamente un tiempo de preparación para celebrar la venida del Señor al mundo. En la Navidad celebramos la grandeza del amor de Dios que nos ama tanto que se hizo uno de nosotros. ¿Puede haber un motivo más grande que éste para estar alegres? De aquí proviene todo lo demás. Las luces que en estos días vemos en las calles, los adornos, los villancicos, la preparación de la cena de Nochebuena, los regalos, etc., sólo tienen sentido si es que son expresión de esa realidad fundamental: Dios vino a nosotros y se hizo hombre para cargar sobre sí nuestro pecado y reconciliarnos. Por eso estamos alegres y por eso celebramos. «La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte» (Benedicto XVI).
Reflexionemos en torno a la pregunta que San Juan Bautista, al oír hablar de las obras que realizaba Cristo, le pide a sus seguidores que le hagan a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Buscaba una confirmación de que era el Mesías que vendría a liberar al pueblo de la esclavitud. Jesús les dice que transmitan a Juan lo que oyen y ven: los cojos andan, los ciegos recuperan la vista, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen. Son signos que los profetas anunciaron como indicadores de la llegada del Mesías (ver Is 29,18-19; 35,5-10; 61,1-2). Todo ello nos sitúa frente a la historicidad del acontecimiento que cambió el destino de la humanidad para siempre.
¿Eres tú el que había de venir? La Encarnación y el Nacimiento de Jesús, su vida y obra, sus milagros, su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, son la respuesta definitiva a dicha pregunta. Sí, el Señor Jesús es Aquel a quien anunciaron los profetas, es el esperado de los tiempos, es la Palabra definitiva pronunciada por Dios en el tiempo de una vez para siempre. Y esa es la causa de nuestra alegría.
Ahora bien, esta realidad que sucedió hace dos milenios, ¿qué tiene que ver con nuestra vida aquí y ahora? Como cristianos creemos que ese hecho produjo un cambio definitivo en la historia de la humanidad y ese cambio se realiza en cada uno de nosotros. O mejor habría que decir que ese cambio el Espíritu lo “va realizando en cada uno de nosotros”. ¿Por qué? Porque desde nuestro Bautismo estamos en un proceso de conversión permanente en el cual el Señor pide nuestra humilde cooperación para hacer realidad en cada uno la Salvación que viene a traer. La luz del Niño Jesús tiene que iluminar nuestra mente y nuestro corazón, tiene que encender nuestro interior y purificarnos. Así nosotros podremos llevar también esa luz a otros. Y ese es un camino que se inicia en la fuente bautismal y en el cual vamos avanzando impulsados siempre por la fuerza del Señor que nunca nos abandona.
El Señor está cerca. Su cercanía nos llena de alegría y nos anima a prepararnos para recibirlo. En este camino de preparación que es el Adviento tenemos una guía y educadora que siempre nos acompaña: María, la Madre de Jesús y nuestra Madre. Ella nos enseña a disponer el corazón, a hacer silencio en nuestro interior, a tener fe y a confiar en Dios por encima de todo. Aprendamos en su escuela y pidámosle insistentemente que nos ayude para que en este tiempo sepamos vivir la alegría cristiana que nos embarga el corazón por saber que el Niño Jesús está cada vez más cerca.
El autor de esta reflexión es el teólogo Ignacio Blanco, quien con mucha generosidad ha aceptado participar en Catholic-Link enviándonos esta Lectio para nuestra oración dominical. Ignacio publica sus reflexiones dominicales en el portal Mi vida en Xto, que ofrece recursos diarios para la oración personal.
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