

«Sé prudente para decir las cosas», me decía mi mamá. Y cuánta razón tenía. No son pocas las veces en que nos hemos metido en aprietos no sólo por no saber decir las cosas sino por hablar más de la cuenta. La prudencia, efectivamente, está relacionada con la manera de decir las cosas y las cosas que elegimos hablar. Pero la prudencia abarca mucho más.
La prudencia es la virtud que gobierna a las otras cuatro: templanza, justicia y fortaleza. Esta es la virtud que orienta la conciencia y en consecuencia las acciones del hombre hacia el bien verdadero y además a elegir los medios para poder conseguir este bien.
El CIC (1806) nos habla de la prudencia diciendo: «No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación…Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio».
La prudencia pues, es mucho más que meditar las palabras para decirlas en el momento oportuno o para no «meter la pata». La prudencia tiene que ver con la búsqueda del actuar según las exigencias de la moral justa. Es decir, buscar el bien siempre, en todo nuestro actuar, no solo en el hablar.
1. Aprende a guardar silencio
La prudencia es una virtud que llama al discernimiento siempre. Para poder discernir, es necesario meditar y para poder meditar es necesario primero guardar silencio para aprender a escuchar y a observar. Si no aprendemos a hacer silencio, es muy difícil ver con objetividad, con humildad y claridad la dirección de nuestro obrar, el curso de nuestros sentimientos, la intención detrás de ellos, en fin. Y así, cuando empezamos a tomar decisiones para actuar, como no escuchamos, ni vemos más allá de nosotros mismos, nuestro único consejero son nuestros pobres criterios. Aprendamos a hacer silencio.
2. Medita tu hablar y tu obrar
Esto no quiere decir que nos volvamos unos obsesivos al punto de no poder tomar absolutamente ninguna decisión sin haberla meditado al milímetro, volviéndonos unos incapaces para tomar acción en el curso de nuestra vida. A lo que nos referimos es que vayamos viendo en nuestro interior cuáles son los motivos que mueven nuestro actuar. Que vayamos viendo, qué es lo importante para nosotros. Qué nos levanta en la mañana, qué motiva que quiera crecer profesionalmente, en mi vida personal. Así también midamos nuestras palabras, controlemos el impulso y el sentimiento, eso de contar hasta diez antes explotar, de decir algo hiriente es un sano consejo.
3. Adquiere el hábito del examen de conciencia diario
Ya hemos visto que el examen de conciencia es mucho más que meditar y reconocer los pecados del día, sino más bien un reconocer el obrar, mirar y confiarnos en el Señor para que sea Él quién ilumine y repase con nosotros los momentos del día: cómo hemos actuado, lo que hemos dicho, nuestros pensamientos, nuestras intenciones. Es en este ejercicio del examen de conciencia donde empezamos a conocer quiénes somos, cuáles son nuestras debilidades, cuáles nuestros dones y hacia dónde encaminarse en la búsqueda del bien verdadero.
4. Enséñales a reflexionar a tus pequeños
La familia, ya lo hemos dicho, es la escuela de virtudes por excelencia. Si desde pequeños vamos inculcando en nuestros niños ese discernimiento en su actuar, cuando sean adultos ya tendrán un hábito formado. Esto lo podemos hacer cada noche antes de acostarlos y hacer juntos la oración del final del día: ¿qué fue lo que más te gustó hoy?, ¿qué te disgustó?, un par de preguntas simples que van enseñando. Así también, durante el día, enseñarles que las cosas que hacemos la hacemos con amor y buscando el bien en nosotros y en los demás.
5. Acoge con docilidad y humildad lo que te dicen
Puede que no sea muy divertido recibir una crítica. No pocas veces nuestro amor propio sale en defensa y en lugar de escuchar lo que nos están diciendo o lo tomamos como una agresión o en automático nos llenamos de excusas sobre nuestro proceder. Y es que a quién le gusta que le digan lo mal que puede haber actuado, lo usual es siempre querer actuar bien, no cometer errores. Pero los errores se comenten y oportunidades para mejorar habrá hasta el último minuto de nuestras vidas. Detengámonos un momento y escuchemos con humildad esas correcciones o esos consejos que los demás nos dan. Una vez alguien me dijo que incluso en la llamada de atención más injusta hay algo que sobre nosotros mismos nos dicen y que es bueno prestar atención primero antes de salir a elaborar una defensa.
6. Pídele al Espíritu Santo el don de consejo
San Juan Pablo II en su Catequesis sobre las virtudes cardinales (25/10/1978) recomendaba pedir al Espíritu Santo que nos conceda el don de consejo cuando de prudencia se trataba. Y es verdad, ¿quién sino el Espíritu Santo puede iluminar nuestra conciencia y darnos los criterios necesarios para poder orientar nuestras acciones hacia el bien? Es pues de mucha ayuda pedirle al Espíritu Santo que acuda pronto en nuestro auxilio concediéndonos el don de consejo para poder discernir correctamente.
«De este modo la prudencia viene a ser la clave para la realización de la tarea fundamental que cada uno de nosotros ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno de nosotros su humanidad. Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola como se debe» (San Juan Pablo II – Catequesis sobre las virtudes cardinales – 25/10/1978).
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