El pequeño Piper está acostumbrado, como tantos otros, a permanecer bien calentito bajo las alas plateadas de mamá, pero un buen día ella lo obliga a buscar su propio alimento, le señala el camino y cómo debe hacerlo, pues necesita alimentarse y engordar, para luego tener la energía necesaria de iniciar la ruta migratoria. Pero Piper, a causa de su inexperiencia y de sus miedos, es extremadamente lento. Eso, aunado a su habitual distracción, hace que el polluelo sea presa fácil de las olas, a las que aprende a temer enseguida.

¿Cuántas veces no nos hemos sentido así al dar los primeros pasos en la vida o en algún campo absolutamente desconocido? Cuando somos pequeños, nuestros padres y educadores se esfuerzan en señalarnos el camino y transmitirnos todo cuanto saben, pero se trata de un proceso de aprendizaje largo y penoso, en el que muchas veces nos vemos defraudados. A veces, nos desanimamos con el primer contratiempo y nos rehusamos a seguir intentándolo, entonces suele ocurrir que alguien viene en nuestra ayuda. Sí, cuando todo parece perdido, surge de pronto ante nosotros una salida que suele librarnos del apuro. A menudo ocurre que nos encontramos, “por casualidad”, con alguien que nos muestra, con mucha paciencia, cómo se deben hacer las cosas; con alguien a quien no le importa invertir parte de su tiempo en explicarnos cómo sortear el temporal. Esta persona suele ser quien nos enseña a encontrar nuestro propio lenguaje, nuestro propio modo de actuar, suele ser quien nos muestra las habilidades que hay en nosotros, que nadie antes supo ver con claridad. Si no encontramos a la persona apropiada, el Destino muchas veces se encarga de encauzar nuestras energías, en esta larga y kilométrica ruta de migración que es la vida, hacia la dirección correcta. Pero antes, es necesario que pasar por ese terrible momento de sentirse confundido y, en algunos casos, hasta paralizado. Dios nunca nos deja solos, Él siempre se encarga, si confiamos en su poder, de hacernos ver cuál es el camino que nos conviene. Cuál es la colonia de miles y miles de aves iguales a nosotros que nos espera.

Eso fue al menos lo que le ocurrió al joven Karol Wojtyla (san Juan Pablo II) cuando presenciaba la matanza de un grupo de judíos por los nazis, en la ciudad de Cracovia. Karol arriesgaba su propia vida al observar de cerca esta tragedia, de hecho, pudo también ser eliminado por las fuerzas alemanas, si es que un sastre llamado Jan Tyranowski no lo saca de tamaño aprieto, urgiéndolo a entrar en su casa. Jan le muestra a Wojtyla las obras completas del poeta místico español san Juan de la Cruz, con las que el futuro Papa descubre su vocación sacerdotal, luego de haber pasado por una etapa muy dura, en la que debió decidirse entre unirse a la lucha armada contra los soldados nazis, como tantos de sus amigos estudiantes, o seguir preservando la cultura e idioma polacos, mediante la escritura de poesía y teatro, por no hablar de la actuación, ya que los alemanes pretendían también eliminar el pasado cultural de Polonia. Este fue para él un periodo tempestuoso, en que tuvo que hacer frente a la muerte de muchos compañeros y a la de su propio padre, a quien cuidó sin ninguna ayuda, durante largo tiempo. También tuvo que colaborar con el trabajo obligatorio en una cantera de piedra, en Zakrzówek, impuesto por las fuerzas de Hitler. Pero al final de semejante travesía, le esperaba la respuesta clara y nítida de Dios que le llamaba a su servicio. Y es que a veces, los momentos más tristes de nuestra vida dan paso a los más memorables.

«Para llegar a donde no estás, tienes que pasar por donde no has pasado. Para llegar al punto de poseerlo todo, desear no poseer nada. Para llegar al punto de ser todo, desear no ser nada», escribía el fraile carmelita san Juan de la Cruz, lo que nos lleva de vuelta a la historia de Piper, donde se aprecia cómo la gran mayoría de polluelos de la colonia huye del mar, mientras busca comida, y huyen utilizando sus pequeñas alas o corriendo a toda prisa, para no ser alcanzados por las olas. Pero Piper, en lugar de tratar de elevarse hacia el cielo, hace todo lo contrario: fabrica un agujero en la arena y bucea en él, ya que se acaba de topar con un cangrejo ermitaño que le enseña a escarbar en la costa para encontrar pequeñas almejas. Así, de paso, Piper también logra esquivar con éxito las enormes olas. Y es que siempre hay quien le encuentra una solución distinta a un problema de larga duración; es probable que alguien le haya ayudado a redescubrir de manera feliz sus habilidades y a usarlas de manera distinta a como venía haciéndolo. En muchas ocasiones, la solución a un problema la hayamos no en el camino más transitado, sino por una nueva y escondida senda, que al inicio siempre nos parece imposible de seguir.

Así, el sastre Jan Tyranowski, aconsejó al joven Wojtyla, desde un inicio, cuando hablaban de la ocupación de Polonia por la Alemania nazi: «Sólo se ganará con amor, no con armas. Los nazis desaparecerán, porque el mal se devora a sí mismo. Pero si el amor no tiene éxito, los nazis volverán con un nombre diferente». Y vaya que lo hicieron, pues luego de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética ocupó Polonia, implantando un régimen comunista, en el que las universidades eran cerradas; las bibliotecas, quemadas; los periódicos, confiscados; encarcelados los obispos y cardenales; además de que tanto la policía como el ejército polacos fueron controlados por los invasores. El pueblo moría de hambre. En este panorama, surgió el líder católico Lech Walesa, quien, de ser un simple obrero en un astillero, pasó a fundar “Solidaridad”, el primer sindicato libre de trabajadores de Europa Central y del Este. Tras algunos intentos polacos encabezados por Walesa para defenderse del comunismo mediante la lucha armada, se llegó a la conclusión de que el único camino posible era el de la paz y el diálogo. Wojtyla mismo, a punto ya de convertirse en arzobispo, habla en estos términos al pueblo:

«¿Quieren enfrentar los tanques nazis con rifles?, ¿quieren dar sus vidas? No creo que deban dar sus vidas, deben demostrar su amor a la vida, un amor que los nazis no conocen. Deben ser testigos de la sagrada dignidad de cada vida. Manifiéstense en paz, dejen ver su sufrimiento, su decepción, griten su rechazo a la violencia, muestren su amor y su respeto por la vida. No deben provocarlos, eso es exactamente lo que ellos esperan, no les tienen miedo a sus armas, pero sí le temerán a sus palabras». 

En 1989, Karol Wojtyla, ya convertido en Juan Pablo II, libró a Europa Central y Oriental del comunismo soviético, logrando incluso que Lech Walesa llegue a la presidencia de Polonia, implantándose entonces un gobierno democrático. Y todo sin recurrir al tan manoseado camino de las armas, sino a la lucha pacífica por la libertad.

Ojalá nosotros también tengamos la valentía de usar de manera creativa esos talentos que nos ha reagalado el Cielo y tengamos la alegría de ponerlos al servicio de Dios y de nuestros hermanos. Este es un gran paso en nuestro camino hacia la tan ansiada felicidad, con la que todos soñamos.

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Artículo escrito por Evelyn García Tirado.