Si bien el teléfono hoy es algo necesario, reconozcamos que nos hemos vuelto adictos a las redes sociales y a algunas aplicaciones de diversa índole. Más allá de la adicción, lo que preocupa y nos hace reflexionar, es que hay hábitos que sabemos que están mal, pero que de todas formas nos permitimos. De hecho ya hemos tocado el tema en Catholic-link y te compartimos dos post para que veas como el uso de los dispositivos móviles afecta nuestras relaciones personales y cómo es la vida de aquellos que, por un día, dejaron el teléfono celular en casa.


Seguro lo primero que se te vino a la mente luego de ver el video es cuántas veces tú te has comportado como aquellos que estaban en la mesa. ¿Será que nos pasa lo mismo en otros aspectos de nuestra vida?, ¿no ocurrirá que solo somos unos cumplidores de reglas y nada más?

Muchas veces nos comportamos como personas con doble vida, es decir con doble moral. Entendemos como moral al conjunto de normas y costumbres que se consideran buenas para dirigir el comportamiento de las personas, y con mayor razón la moral cristiana que está empapada del amor al prójimo y a Dios. Entonces al final del día, constatamos tristemente, que predicamos una cosa pero hacemos otra. Obviamente algunos lo hacemos más escandalosamente que otros.

Esto podría desanimarnos y hacernos sentir que somos y estamos rodeados de hipócritas, por lo que miramos esta realidad desde el lado feo diciéndonos a nosotros mismos y a quienes nos rodean que todo está perdido, que no tenemos arreglo pues predicamos algo que no nos molestamos en practicar. O bien, podemos mirar esta realidad con esperanza, creyendo que en el fondo todos buscamos el bien, deseamos que los demás lleven una vida correcta y que, aunque somos frágiles, propiciamos oportunidades para estimular en quienes nos rodean una vida íntegra.

Esto es fundamental en nuestra vida de fe, pues si frecuentamos la Eucaristía y los sacramentos, si somos personas piadosas y de oración, pero en nuestro corazón damos cabida a sentimientos y pensamientos que nos llevan a acciones que se alejan de eso que profesamos, ¿qué sentido y qué valor tiene todo eso que hacemos?.

La vida moralmente correcta que se nos invita a tener no es solo un accesorio dentro de la espiritualidad, sino que es fundamental para comprender nuestra identidad como hijos de Dios. Nuestra intención de hacer el bien proviene de nuestro ser creados con una ley natural inscrita en nuestro corazón, y no proviene de que tengamos que cumplir una lista de mandamientos. El hacer el bien es producto de esta relación de amor.

No obstante, el asunto moral es secundario, lo primero es el amor. Si amas a Dios, si te amas a ti y si amas al prójimo, casi no es necesaria una lista de normas y costumbres que respetar, pues saldrá todo por añadidura. En el caso de este video, ¿por qué debemos de evitar usar el teléfono en la mesa? ¿Lo hacemos porque nos lo prohíbe papá o porque amamos a los que están sentados ahí y preferimos compartir ese tiempo con ellos? Y aplicado a nuestra vida, ¿por qué queremos hacer el bien?, ¿porque Dios lo indica en sus mandamientos  o como una respuesta de amor y gratitud por todo el bien recibido?.

Sabiendo que somos frágiles, el ser humano ha dispuesto tener algunos puntos de referencia para no extraviarse en el camino. El problema es que muchas veces esos puntos de referencia están lejos y para llegar a ellos, tomamos atajos.

Te comparto algunos de los atajos más comunes y que nos hacen caer en la doble moral:

1. Lavar el plato por fuera

Seguro lo has hecho en casa. Ocupas un plato pero casi ni se ensucia, por lo que le pasas un trapito o una servilleta y vuelves a guardarlo. En estricto rigor, ese plato es un plato usado, está sucio y no ha sido lavado. También lo hacemos en lo moral y en lo espiritual y Jesús es duro con quienes queremos hacer que las cosas pasen desapercibidas o despreocupan lo que realmente está pasando y sólo les interesa que se «vea limpio» aunque no esté limpio realmente.

«Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno… Limpia primero la copa por dentro y así quedará también limpia por fuera» (Mateo 23, 25-26).

Mantener las manos en los cubiertos cuando el papá volvía la vista, no quita que hace un segundo estaban pegadas al teléfono tecleando a velocidades ultrasónicas.

2. Lo escandaloso de la intimidad

Todos tenemos un aspecto íntimo y otro público de nuestras vidas y en ambas nos comportamos y nos permitimos cosas diferentes y está bien que así sea. Lo que está mal, es que en la intimidad nos demos licencia para hacer, pensar, omitir o decir cosas que sabemos que no son moralmente correctas, pero como nadie lo sabrá, las hacemos de todas formas. La intimidad es buena y muy saludable, pero cuidémosla. Nuestras acciones privadas o públicas siempre tienen un impacto en los demás, sobre todo con Dios.

Todos revisaban el teléfono en la mesa, siempre y cuando no fueran vistos por papá. Hacerlo en privado, no lo convierte en bueno.

3. Aquello que estadísticamente empezó a considerarse como normal

Como somos seres sociales, mucho de lo que nos permitimos hacer tiene que ver con lo que nuestras comunidades hacen y se permiten. Eso es lo lindo de la vida con los demás, pues transamos y somos flexibles a sus diferencias; las amamos. Lo triste es cuando hacemos vista gorda porque “todos lo hacen” y nadie se escandaliza.

Si vemos que mamá toma el teléfono cuando papá voltea, aunque sepamos que no debemos tomar el teléfono lo hacemos igual como lo hizo ella y si yo soy el hermano pequeño y veo que mi hermana mayor sigue los pasos de mamá, entonces me permito hacer aquello que papá seguro rechazaría. ¿Cuántas veces hacemos como si Dios no estuviera mirando y nos permitimos hacer lo que hacen nuestros “hermanos mayores” aunque sabemos que no está bien?

La verdad es que el bien y el mal no son democráticos ni se acomodan según la opinión de la mayoría. Algo que está mal, seguirá estando mal aunque todos lo practiquen.

4. Queremos lo mejor para los demás, pero no estamos dispuestos a que sea lo mejor para nosotros

Esta es la parte que nos quita credibilidad como cristianos. Predicamos a Jesús, su buena noticia, los valores que nos enseña, lo importante de amar al prójimo y deseamos que todo el mundo lo conozca y le entregue su vida y su corazón, pero nosotros no hacemos ni el más mínimo esfuerzo por hacer aquello a lo que invitamos a la todo el mundo.

Papá quiere lo mejor para su familia y por la actitud de todos, se entiende que fue él quien impuso la norma de “no teléfonos en la mesa”. Su intención es buena y mira con severidad y autoridad cada vez que tiene la sospecha de que estaban usando los teléfonos, pero el mismo se permite teclear.

«¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportable, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!» (Lucas 11, 46b).

Finalmente nos gustaría que pudieras compartir con nosotros: ¿Qué situaciones en la vida cotidiana te empujan a llevar una vida moralmente tibia?

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