

De entrada les digo, este es uno de esos videos que te deja con una sonrisa mientras vas procesando todo el mensaje que está detrás. ¿Y cómo no? si nos explica de forma concreta el tremendo efecto que puede tener la confianza de una madre en su hijo. Estamos hablando de Nancy Elliot, madre de Thomas Alva Edison, el famoso inventor del foco (bombilla), la cámara de cine, el fonógrafo (precursor del tocadiscos), entre otros.
En el video producido por la versión española de History Channel, se muestra a Thomas de niño. Se le ve un poco desalentado, regresando a su casa con una carta del colegio. Cuando se la da a su madre, ella se muestra un poco sorprendida y le dice con una sonrisa que, de ahora en adelante, ella se hará cargo de su educación. Le dice que al ser él tan especial y tan listo, los profesores del colegio ya no saben cómo enseñarle.
Vale decir que, de acuerdo a la página oficial de Thomas A. Edison Innovation Foundation, Nancy era una devota presbiteriana con educación formal, la cual utilizó para la formación académica de su hijo, y que se hizo completamente en casa. Hacia el final del video, se ve a este ya mayor y logrado. Está regresando a su casa después de la muerte de su madre. Revisando algunas cosas, descubre la carta del colegio y su verdadero contenido. La carta decía que Thomas había sido expulsado del colegio pues era un pésimo estudiante y no avanzaba como los otros niños. Es ahí que él mismo reconoce: «Soy el resultado de lo que una gran mujer quiso hacer de mí».
Y aunque es cierto que todos “sabemos” lo importante que es apoyar y alentar no solo a nuestros hijos, sino también a amigos que nos necesiten o a cualquier persona que esté a nuestro cargo (alumnos, empleados, etc.), aunque la mayoría de nosotros lo sepamos a nivel intelectual, ¿lo hemos entendido? ¿Sabemos el efecto de hacer sentir a alguien que creemos en el? ¿De darle esperanza?
Ciertamente, este video nos da muchos recursos apostólicos. A los padres les enseña a estar involucrados en la educación de sus hijos y, más importante aún, a fortalecerles el alma. Al resto de nosotros nos enseña a no ser indiferentes con las personas a nuestro alrededor. No sabemos lo que una sonrisa sincera, una palabra de aliento o un buen consejo pueden significar en la vida de alguien. Hemos de recordar, ya que estamos en el año de la misericordia, que estas actitudes caben también en las obras de misericordia espirituales:
- Enseñar al que no sabe
- Dar buen consejo al que lo necesita
- Corregir al que se equivoca
- Perdonar al que nos ofende
- Consolar al triste
- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
- Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
¿Pero cómo podemos dar esperanza a otra persona si no la tenemos nosotros? ¿Cómo podemos consolar y fortalecer el alma de otra persona si no nos hemos fortalecido nosotros primero? ¿Cómo podemos amar genuinamente a los demás si no nos hemos llenado de Aquél que es el Amor?: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán juntos en el hoyo? Pues el discípulo no es superior a su maestro; si se deja guiar, se parecerá a su maestro» (Lc 6, 39-40). Nancy Elliot, tal vez al ser una devota presbiteriana, pudo ejercitar en él esa fe y esa lealtad que su hijo necesitaba para enfrentar el mundo…
¿Y qué pasa cuando somos nosotros los que necesitamos que alguien nos dé esperanza? ¿Que alguien crea en nosotros? Ciertamente la biblia a cada momento nos recuerda que es el mismo Dios, Aquél que nos ama sin medida. Nos ama de una sola forma: infinita. Hay muchos pasajes bíblicos que nos muestran a un Dios enamorado, un Dios que no renuncia a nosotros. Yo, personalmente, prefiero este:
«…No temas, porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si atraviesas un río, yo estaré contigo y no te arrastrará la corriente. Si pasas por medio de las llamas, no te quemarás y ni siquiera te chamuscarás. Pues yo soy Yavé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Para rescatarte, entregaría a Egipto, Etiopía y Saba, en lugar tuyo. Porque tú vales mucho más a mis ojos, yo te aprecio y te amo mucho. Por eso a cambio tuyo entrego muchedumbres y pago con pueblos el precio de tu vida. No temas pues, ya que yo estoy contigo»(Is 43, 1-5).
Para evitar confusiones, el sacerdote e investigador Padre Bernardo Hurault lo explica así: «Este es el Dios que nos levanta el ánimo. «En medio de las llamas, no te quemarás»: Todo es posible, hasta vivir según el Evangelio en un ambiente materializado. «Para rescatarte, entregaría muchedumbres»: Con esta expresión figurada, se reafirma el amor sin par de Dios para sus hijos. Está dispuesto a reconciliarse a cualquier precio con el pueblo que eligió, y que se perdió por su propia culpa».
Así, podemos darnos cuenta que incluso si sentimos que estamos solos y sin mayor apoyo, no nos olvidemos que lo tenemos a Él. A un Dios que cree en nosotros y que nos ama ¡verdaderamente nos ama! Pues dice la Escritura: «Ninguno de los que creen en Él será defraudado» (Rom 10, 11).
Quisiera terminar aclarando que hay otras versiones de la historia de Nancy Elliot y Thomas Alva Edison. Hay de los que creen que su madre no le mintió acerca de la carta, sino que ella misma entabló una conversación con el director del colegio y fue allí que ella decidió retirarlo y hacerse cargo de su educación; y que Thomas estaba al tanto de todo esto. Debo decir que a mí me gusta más esta versión, pues es mucho más poderoso saber que a pesar que el mundo no crea en ti y todos se opongan, hay ese alguien que te apoya incondicionalmente. Tal vez por esta razón, Edison dice acerca de su madre: «Soy producto de mi madre. Ella era tan leal, estaba tan segura de mí; que yo sentí que tenía algo por qué vivir, alguien a quien no podía decepcionar».
Si Thomas sentía esta responsabilidad tan grande de honrar la confianza y el amor de su madre, ¿cuánto más nosotros debemos responder al amor y llamado de nuestro Señor? ¿Honrar su Nombre y la misión que nos ha encomendado? ¿Y cuánto más, como seguidores suyos, debemos ofrecer esperanza a las personas que están a nuestro alrededor?
«Dame un punto de apoyo y moveré el mundo» (Arquímedes).
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