

Leí hace unos días por ahí que todos los años son iguales, pero que nosotros somos los que tenemos la posibilidad de cambiar. Es decir, en vez de desear un “feliz Año Nuevo”, estaría mejor desear un “feliz ustedes nuevos”. Una parte importante de nosotros, los cristianos, que debemos siempre recordar y actualizar en nuestras vidas, es el hecho de que somos hijos de Dios y Él es nuestro Padre. Vivir eso durante este 2017 ya nos vuelve otras personas.
Que Dios sea nuestro Padre es relativamente una novedad, de esas que forman parte de la Buena Noticia que nos trajo Jesús. Antes, cuando Moisés preguntó quién era Él, recibió un nombre como respuesta, pero cuando Jesús nos vino a hablar del Creador, nos lo presentó como su Padre y como nuestro Padre. Es distinto estar sentado frente al Dios Creador –quien juzga, quien ve todo porque es omnipresente, quien dirige todo desde la eternidad, quien todo lo sabe y de quien todo depende–, que estar sentado frente a tu papá. El primero es una imagen de autoridad que implica respeto y lejanía, distancia y pudor; el segundo es de toda nuestra confianza, conoce nuestra vida desde siempre, no tenemos que esconder ni aparentar nada, es papá, sabe quiénes somos. Ese es nuestro Padre, el que nos presentó Jesús.
«Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es el origen primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos» (CIC 239).
Para comprender un poco más qué significa esto de ser hijos de Dios, los creativos y entretenidos chicos de Catholic Stuff prepararon un video que hace una catequesis excepcional sobre el misterio de la paternidad de Dios.
Te invito a que podamos quedarnos con algunas ideas importantes que nos ayuden a tomar conciencia de quiénes somos, y al mismo tiempo compartir esta verdad de fe con otros.
Dios es el mejor de los padres y es tu Padre: No hay otro padre como Él, nos cuida y nos ama de forma excepcional, sin condiciones y sin que nosotros tengamos ningún mérito para recibir un amor así. Somos sus hijos porque Él así lo quiso; su amor gratuito es el que nos adopta y acepta.
De criatura a hijo, por el bautismo: Por la gracia del bautismo, pasamos de ser criaturas –como cualquier otro animal, planta o materia existente–, a ser hijos suyos. El bautismo nos vuelve sus hijos adoptivos, Él nos acepta y transforma. Aunque nuestra apariencia física no cambia, nuestra alma perecedera sí, pues nos volvemos herederos de algo grande y eterno.
Coherederos con Cristo: Dios, que nos vio perdidos, envió a Jesús para que por sus méritos obtuviera para nosotros un «free pass» para entrar al Cielo. Jesús, quien es Hijo de Dios desde siempre, nos ha dado la posibilidad de ser coherederos con Él y recibir de nuestro Padre toda la herencia que un hijo así merece, es decir, la Vida eterna.
Nos da todo lo que es suyo, incluso la Vida Eterna: Dios nos cuida como Padre amoroso, pero su cuidado trasciende más allá de las cosas físicas, como la comida, el vestido, el techo y la salud. Él quiere darnos todo lo que tiene y uno de sus deseos es que vivamos junto a Él eternamente. Por eso Jesús nos dice que desde siempre nos ha estado esperando con una habitación preparada especialmente para nosotros en el Cielo (cf Juan 14, 2).
Ser hijos como el mejor de sus hijos: «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios Padre nuestro que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano de Cartago). Jesús es el modelo de hijo, imitarlo a Él es cumplir a plenitud la voluntad del Padre. Por eso es importante conocer la vida de Jesús para poder respondernos a conciencia: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”, y así contestar con amor y santidad a la invitación que nos hace nuestro Padre a ser sus hijos.
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