Es indiscutible que la democracia es un valor atesorado por la civilización occidental, cuidado por los poderosos, apreciado por los más humildes y visto como una máxima al momento de construir la sociedad. Lo que dicen y opinan quienes son mayoría, tiene gran valor y peso, pues las sociedades occidentales se edifican en base a esas opiniones y formas de ver la vida.

Esto es muy lindo, realmente un regalo de Dios. El que todos, sin importar quienes seamos, tenemos una voz que puede ser escuchada, una opinión que es considerada y que al momento de tomar decisiones importantes, tienen valor, cambian las cosas y se hacen sentir. Eso por el lado lindo de la tortilla, pero por el otro lado, nos vemos enfrentados a una mirada positivista a la hora de configurar el derecho, las leyes y las normas que nos rigen como sociedad. Nosotros como cristianos tenemos una brújula, que cada vez que nos desorientamos un poco, podemos revisarla y saber para dónde está el verdadero norte: la ley natural, la Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia e incluso nuestra propia conciencia. 

Pero, ¿qué ocurre cuando organizamos nuestras sociedades desde las relativas y democráticas opiniones de la mayoría?. Pues probablemente en vez de caminar al norte, habrán momentos en los que nos dirigiremos al noreste, otros tantos al noroeste… construímos brújulas que no necesariamente apuntan al norte.

En Alemania y otros países nórdicos ha ocurrido algo que ha acaparado las miradas de noticieros con asombro. Probablemente para estos amigos nuestros europeos, la cosa no causa tanto asombro, pero para nosotros, sudamericanos, la verdad es que da para agarrarse la cabeza a dos manos y preguntarse con asombro: ¿en qué están pensando estos tipos?


Tan masivo es el uso de los smartphones en su población, que han comenzado a ocurrir accidentes de tránsito, pues los peatones, inmersos en sus pantallas táctiles mientras caminan, cruzan la calle muchas veces con los semáforos en rojo. Esto ha sido tan masivo que han decidido nada más y nada menos que poner semáforos en el suelo. Así como lo lees. Lucecitas en el piso, para que cuando estos peatones distraídos lleguen a una esquina, no tengan que interrumpir su navegación levantando la cabeza para ver si el semáforo está en verde o si viene un auto, sino que solo será necesario mirar un poco al lado de la pantalla y ver si la luz del suelo parpadea en rojo o en verde.

Esto es chistoso y anecdótico, pero al mismo tiempo preocupante. Estamos de acuerdo en que debe ser un problema para nuestros amigos alemanes, el que la gente sea atropellada por andar distraída con sus teléfonos, pero de ahí a establecer políticas públicas, financiadas con los impuestos de todos, solo porque un montón de distraídos no quiere hacer el mínimo esfuerzo de levantar la cabeza unos centímetros, alzar la mirada y ver si la luz está en verde o si no viene un auto por la calle. Lo preocupante es que eso que les ocurre a ellos con sus semáforos en el suelo, nos ocurre a nosotros, en nuestros países latinos, pero con cosas más importantes, como la salud reproductiva, el matrimonio, la economía, la pobreza, las drogas y todo aquello que se está legislando en nuestros países a causa de que una gran mayoría de gente opina que es necesario cambiar las cosas. Siendo así, en cualquier momento nos instalan semáforos en el suelo.

Te proponemos algunas ideas para abrir el diálogo y entender cómo abordar este tema desde una mirada de fe:

1. Las mayorías pueden equivocarse, pero la ley natural no

natural

«La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de una mayoría, sino sólo por la transparencia de la razón humana ante la Razón creadora y por la escucha de esta Fuente de nuestra racionalidad» (Benedicto XVI).

El Papa emérito Benedicto XVI ha sido un fuerte defensor de la Ley natural en su lucha contra la dictadura del relativismo, explicando que la ley natural es esa “norma escrita por el Creador en el corazón del hombre que le permite distinguir el bien del mal”, es decir, aquello tan sencillo como nuestro diseño natural, nos da las claves necesarias para comprender cómo es que debemos relacionarnos, qué cosas son las que debemos cuidar y cómo hacerlo.
Dios ha sido sabio y la naturaleza no se equivoca. Lo que ha creado con amor y sabiduría, responde a un diseño intencionado, que inevitablemente empuja hacia la verdad. Querer ir encontra de eso y democratizar todo, es antinatural y no se trata de ser ultra conservadores, sino que de respetar el diseño original de Dios.

2. Cuidar la verdad

cuidar

Jesús nos enseñó que si nos mantenemos en sus enseñanzas seremos sus discípulos, conoceremos la verdad y esa verdad nos hará libres (cf. Juan 8, 31-32). Es decir, somos capaces de la verdad, de conocerla  y de vivirla, y ella a su vez, nos hará libres. Si el Señor nos dice que podemos conocer la verdad, es nuestra tarea descubrirla a la luz de su palabra, defenderla, atesorarla y enseñarle a otros que existe y  que no se negocia con ella.

Jesús mismo se presenta como el camino, la verdad y la vida. La verdad no es un concepto filosífico que flota por la estratósfera, sino que es un alguien, es nuestro Dios, a quien conocemos, quien nos ha enseñado cómo deben ser las cosas. Ese tesoro de la fe es lo que debemos cuidar, en nuestras vidas, en nuestras comunidades y en nuestras sociedades, por eso es importante que los católicos nos manifestemos vigorosamente en el mundo social.

3. La comodidad del relativismo

relativo

El gusto personal, las propias inclinaciones y apetitos son defendidos como verdades olvidando lo subjetivas e imparciales de cada una de ellas. Caer en el relativismo es una respuesta cómoda, que justifica y quiere modificar el contexto con tal de adaptarse a mis propias preferencias. Nada bueno puede salir de ahí, sabiendo que nuestras tendencias e ideas van cambiando conforme va pasando el tiempo. ¿Cómo construir una casa si comenzamos con paja y madera y luego cambiamos de opinión y queremos seguir con ladrillos y cemento? Seguro que el peso de estos últimos hará caer todo.

«Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias». El relativismo abandona la posibilidad del diálogo para alcanzar una verdad común sobre la que construir la convivencia humana, el desarrollo como personas y como sociedad, e introduce una dictadura, la del propio yo y sus apetencias» (Benedicto XVI).

Teniendo estas ideas claras, te invito a que puedas compartir estos conceptos en tu grupo o comunidad, donde realizas apostolado, que puedan reflexionar no solo sobre la real necesidad de que les instalen semáforos en el suelo de sus calles, sino que si realmente, las cosas que están cambiando en tu país y ciudad responden a un cuidado por la verdad, por el bien común y por defender los valores reales, o si es mero relativismo, comodidad y manipulación.