

El Salmo 8 es un salmo que probablemente hayas escuchado frecuentemente. Al leerlo es inevitable sentir gratitud por nuestro buen Dios, que no solo creó la naturaleza, esta tierra que habitamos, con una hermosura tal que cuando nos detenemos a observarla nos deja sin aliento, sino que nos hace tomar consciencia de que todo esto que nos rodea ¡es nuestro!Todo el universo está a nuestra disposición, ¡y vaya que hemos dispuesto de él! Sin todos estos recursos simplemente no podríamos subsistir. Es un regalo maravilloso.
En nuestro tiempo especialmente, escuchamos por un sin fin de medios que no estamos cuidando la creación, que los recursos se acaban, que un futuro siniestro nos espera si seguimos así… Mensajes fundamentados que aún necesitan una razón de fondo para ser entendidos: «¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» Ahí está la clave.
Este salmo nos da luces. Nos habla de quiénes somos y hasta dónde de grande es el amor de Dios que pone a nuestros pies el universo. No solo somos una obra de amor estática sino que nos ha nombrado los administradores y señores de la tierra. La responsabilidad que tenemos sobre ella tiene un significado entonces mucho más profundo que el “administrar para que alcance para todos” o de “cuidar y mantener”.
El poder que Dios nos da, lejos de estar relacionado a la capacidad que tenemos de modificar y usar la creación a nuestro antojo, tiene que ver con la admiración, el agradecimiento y el amor, un amor que se derrama también de nosotros a los demás.
Que la próxima vez que le recitemos este Salmo le pidamos a Dios nos de la capacidad de ir entendiendo nuestro lugar en el universo.
«Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios» (Papa Francisco – «Laudato Si»).
«Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!».
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