No me gusta el divorcio. Nunca me gustó. Cuando era adolescente creía que no había que juntarse con personas divorciadas. Hoy, treinta años después, sigo creyendo que el divorcio es espantoso. Pero no solo me junto con gente divorciada, también los ayudo en sus dificultades. Porque sé, ahora por experiencia propia, lo que se siente tener conflictos maritales aparentemente irresolubles.

El video que hoy me toca comentar parece decirnos: «No es tan terrible el divorcio si el niño puede sentirse ‘en casa’ en el hogar de ambos padres». Lo que puede ser cierto, pero no deja de ser desgarrador. La mirada de la madre cuando el niño se va, el niño volviendo a acomodar los colores en el mismo orden, totalmente solo. Nada de lo que hay en el video es fácil.

El divorcio es un proceso tremendo. Ambos miembros de la pareja asumen que no pueden resolver sus diferencias, y se rinden ante lo (aparentemente) inevitable: Es mejor estar separados que juntos. La conclusión es: «Es mejor un buen divorcio que un mal matrimonio». Si hay hijos de por medio, el proceso es más terrible: hay que informar a los pequeños, y después afrontar el proceso del divorcio cuidando sus sentimientos.

Y allí es donde entra esta publicidad, llena de buenas intenciones, pero que claramente no da en el blanco, que es el de presentar una posible mitigación de los efectos del divorcio, haciendo una habitación para el niño exactamente igual en las casas de ambos padres. Este es un pobrísimo consuelo, es como pensar que con una aspirina podremos calmar el dolor de un miembro amputado.

Porque hay que reconocer dos cosas: en primer lugar, los niños son, como dicen los psicólogos, «emotivos constitucionales». Sus emociones son muy fuertes, los dominan y están movidos casi exclusivamente por ellas. Por eso nos sorprende que los niños reaccionen con lágrimas o gritos a casi todo. Nuestro trabajo como padres consiste, la mayor parte del tiempo, en moderar sus explosiones, hasta que logren dominar sus sentimientos. Cómo podría un niño entender algo que comenzamos explicando con un: «Los papás a veces se pelean, y no pueden resolver sus conflictos, pero eres muy pequeño para comprenderlo». Si uno de nuestros niños se pelea con su hermano, prácticamente lo forzamos a que conviva con él pacíficamente en contra de sus sentimientos, ¿y luego le decimos que hay conflictos que los adultos no pueden resolver?

En segundo lugar, los niños se creen omnipotentes. Cuando nacen, descubren que tienen a su alrededor dos personas conocidas como «papá» y «mamá» que responden a cada uno de sus reclamos sin dudar y sin discutir. ¿Lloran? Les cambian los pañales. ¿Lloran otra vez? Les dan de comer. No importa el reclamo que hagan, siempre alguno de los dos va a obedecer. Ellos creen que mandan.

Y después descubren que pueden manejar los estados de ánimo de esas dos personas. cuando dicen: «Mamá» o «Papá», los emocionan hasta las lágrimas. O cuando dan sus primeros pasos o cuando les sale su primer diente. Ni hablar de cuando se enferman: las caras de tristeza y preocupación de los padres son provocadas por los hijos. Tanto los conmueven hacia la alegría o tristeza, que los niños piensan: «La felicidad o tristeza de estos dos depende de mí». Ellos creen que controlan nuestras emociones. Esa es la razón por la que, cuando los padres discuten, los niños se sienten personalmente responsables de la pelea. No importa de qué tema se esté hablando, ellos van a sentir que si hay tensión en la familia es culpa de ellos. Ni hablar cuando ellos sí son el motivo de desacuerdo.

Cuando esos desacuerdos llegan a instancias mayores, cuando ocurre una separación o un divorcio, no va a haber forma humana de convencer a los niños de que ese desacuerdo no es culpa de ellos. Creen que son omnipotentes, y que nuestros humores y estados de ánimo dependen casi en forma exclusiva de ellos. Por eso muchas veces los hijos de padres separados o divorciados van a modificar su comportamiento, su rendimiento escolar va a caer a niveles desconocidos, y a veces, hasta podrán desarrollar enfermedades somáticas: tal vez eso vuelva a poner de acuerdo a sus padres.

El problema está en creer que un “mal matrimonio” o un “buen divorcio” son las únicas alternativas que tenemos. Existe siempre la posibilidad de “un buen matrimonio”. ¿Se puede lograr un buen matrimonio partiendo de uno que está en crisis? ¡Claro que sí! Eso daría para otro artículo mucho más largo o hasta para un libro, pero daré algunas pistas para saber cómo comenzar a resolverlo:

1. Las crisis conyugales son normales y son necesarias. Las crisis llegan porque la pareja crece. Y tenemos que adaptarnos a la nueva situación, para poder obtener todos los beneficios de la nueva etapa.

2. No se den por vencidos, ni aún vencidos. Muchas veces los conflictos parecen imposibles de resolver. Pero como decía santa Teresa de Jesús: «La paciencia todo lo alcanza». Si no lo pueden resolver solos, busquen ayuda. Cada vez hay más consejeros familiares, sacerdotes u otros matrimonios con muchos años de casados, dispuestos a ayudar.

3. No se falten el respeto. Cuando nos casamos prometemos amarnos y respetarnos. Cuando permitimos que el conflicto mate el respeto, el amor se va por la ventana. Cada uno de nosotros es un hijo o hija de Dios, por lo que tenemos que tratarnos siempre con caridad exquisita.

4. Aprovechen el conflicto. El conflicto los va a sacar de la rutina, los va a obligar a reinventarse y a buscar nuevas estrategias de convivencia y nuevas formas de amarse. Cada conflicto tiene un propósito y tenemos que saber encontrarlo.

5. Perdonen. Perdónense. No se vayan a dormir sin haberse pedido perdón, aun cuando no lo “sientan”, ni sientan que el otro merece que le pidan perdón. Esto es lo más difícil, pero es lo que más frutos da.

6. Busquen la Gracia de Dios. Y luego de pedirse perdón y perdonarse, acudan al confesionario. Recuerden que ofendieron a la hija o al hijo predilecto de Dios y que Él también nos tiene que curar con su perdón.

7. Nunca dejen de educar a los niños. Por más peleados que estén, por más difícil que resulte la convivencia, pónganse de acuerdo en nunca abandonar a los niños. Si ellos ven que ustedes pueden seguir con su educación, pese al conflicto, se van a sentir seguros y amados.


Para revisar en pareja: ¿Cómo estamos tratándonos? ¿Aprovechamos los conflictos? ¿Cómo tratamos a nuestro cónyuge frente a los niños? ¿Nos pedimos perdón? ¿Nos perdonamos? ¿Cómo educamos a nuestros hijos en el conflicto?