

En este breve video vemos cómo en una charla cercana y familiar San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, nos habla del sacramento de la confesión (conocido también como el sacramento de la reconciliación o de la conversión). Para esto usa una anécdota simple pero rica en elementos apostólicos, que podemos aprovechar ahora que estamos a puertas de Cuaresma y que desarrollaremos a continuación.
«El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena con el lavado de la misericordia» (Papa Francisco).
1. Reparar, no descartar
«Una sopera usada con mucha frecuencia por varios años estaba rota, pero reparada con hierros (lañas), seguía sirviendo».
Algo tan pequeño como darse la “molestia” de reparar una sopera vieja, en vez de simplemente botarla y comprar una nueva, evidencia algo más profundo: una cultura que aprecia algo tan sencillo como una sopera será también una cultura que valora, repara y conserva. En la actualidad, sin embargo, vivimos en medio de una sociedad que “rechaza al otro” y que promueve el descarte; un problema ya denunciado por nuestro Papa Francisco: «[Esta mentalidad] no respeta a nada ni a nadie: Desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo».
De ahí que este detalle de la sopera, nos puede enseñar a valorar en su real magnitud aquello que nos rodea, haciendo el esfuerzo de no dejarnos llevar por una sociedad centrada en lo vano y que le importa poco cómo la cultura del descarte puede tener consecuencias en las relaciones humanas y en la relación misma del hombre con Dios.
2. Corazón atento, despierto
«¡Qué buena lección me están dando! Ellos me daban lecciones…y yo las aprovechaba».
Con esta expresión, San Josemaría nos dice mucho: ¿Cuántos de nosotros nos habríamos perdido el detalle de la sopera y lo que nos puede enseñar? La diferencia está en que simplemente su corazón estaba despierto, vigilante. Solo aquel que trata genuinamente de vivir en comunión con Dios, tendrá la gracia de descubrir a nuestro Señor en cada uno de sus días. Un cristiano de verdad habrá aprendido ya, que no es la suerte la que le dio tal o cual cosa, sino una gracia, un gesto de ternura de nuestro Dios con cada uno de nosotros. «Dichosos ustedes porque ven y oyen» (Mt 13, 16).
3. Humildad
«Soy como la sopera, estoy todo roto, lleno de lañas … pero sigo sirviendo gracias al santo sacramento de la penitencia».
Un hombre como San Josemaría que había logrado ya muchas cosas para ese entonces, tenía la marca de los grandes hombres y sobre todo de aquellos que hacen oración: la humildad. Y es que es en medio de la oración que Dios nos va mostrando cosas en las que nos hace falta mejorar, purificar. Él lo hace con un amor que envuelve y que insta a la reconciliación. Es por esta razón que Escrivá menciona el sacramento de la confesión. Después de que el Amor mismo te señala aquellas imperfecciones con misericordia y con ternura, la única opción que queda (si queremos retribuir ese amor) es ir a la confesión. Allí somos reparados y más aún, hechos nuevos a los ojos de nuestro Dios y podemos una vez más, seguir sirviendo…
4. Perseverancia
«Pero no pretendan« ir sólo una vez».
¿Cuántos de los que conocemos, o tal vez nosotros mismos, nos contentamos con confesarnos una vez al año y comulgar solamente para Pascua? ¿Cómo se entiende un cristiano que no tenga hambre de Dios? Será simplemente porque no entendió de lo que se trata esto. No entendió tal vez que Jesús prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), que lo podemos encontrar todos los días en el sagrario y que lo único que necesitamos es estar en gracia (por medio de la confesión). Más aun, uno de los varios efectos del sacramento de la reconciliación es que nos da fuerza para no reincidir en el pecado, lo que nos hace estar en gracia de Dios y recibir la Eucaristía que fortalece nuestra fe y nos ayuda a combatir la tentación de caer en pecado mortal. Es simplemente un engranaje perfecto que alimenta en nosotros la perseverancia en la fe.
5. Testimonio
«Si tú haces eso con tus amigos y amigas, verás que cambiazos … llévalos, llévalos uno por uno».
Si vivimos la realidad de la confesión y la Eucaristía, se va a notar… Se va a traducir en actos y decisiones concretas en nuestra vida que forman parte de nuestro testimonio como cristianos. Y si llevamos una vida coherente podremos cuestionar a nuestros amigos, quienes al notar un cambio en nosotros podrán creer, por fin, que sí es posible la conversión. Pero claro, no olvidemos que este es un proceso que se ejercita todos los días, cada día de nuestra vida. Es una carrera de largo aliento, pero que trae dulces frutos.
Escuchemos pues, a San Josemaría y su exhortación para acudir al sacramento de la reconciliación y la Eucaristía: «Anímense, el alma también necesita del alimento de los sacramentos». Recordemos estas palabras y pongámoslas en práctica especialmente en esta Cuaresma ¡que ya nos toca las puertas!
Dinámica:
Discutir en pequeños grupos las preguntas que se encuentran en el texto.
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