Teoría o perspectiva de género llamaron los sociólogos a una corriente de pensamiento nacida en el campo de las ciencias sociales en la segunda mitad del siglo XX. La perspectiva sostiene que la sexualidad humana no debería reducirse a lo meramente biológico, sino que debería tener en cuenta la autopercepción de la propia sexualidad como factor determinante del género. En base a este cambio de perspectiva, ya no existen hombres y mujeres propiamente dichos, sino que una persona se define por su «elección sexual», «preferencia sexual» o por el ejercicio de su sexualidad.

A partir de allí, comenzaron a surgir grupos de reivindicación de cada uno de estos «géneros», y surgieron las primeras agrupaciones de lesbianas (mujeres homosexuales) y gays (hombres homosexuales). Luego se sumaron los transexuales y bisexuales (hombres o mujeres que tenían relaciones sexuales con ambos sexos). Hasta ahí, las cosas venían «manejables» por decirlo de alguna forma. Las agrupaciones originalmente llamadas LG (lesbianas y gays) pasaron a llamarse LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales).

A partir del inicio del siglo XXI, comenzaron a llegar más «invitados» a la perspectiva del género. Ya no alcanzaba con las pocas categorizaciones de los primeros años, y la sigla se convirtió en casi una palabra: «LGBTTTI», que identificaba a lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales respectivamente.



Como cada vez más «preferencias» se sumaban, las mismas agrupaciones intentaron resumir la sigla a LGBTQ es decir: lesbianas, gays, bisexuales, travestis y «queers», es decir raros.  Muchos de los no incluídos en las primeras clasificaciones de LGBT comenzaron a quejarse de que les dijeran raros porque consideraban al término peyorativo y discriminatorio. Y allí comenzó la debacle. Es que cuando uno prescinde de los datos de la realidad y comienza a «construirla» de acuerdo a sus preferencias, la realidad misma nos golpea en las narices para hacernos comprender que ella sigue tan campante a pesar de nuestras pobres categorizaciones mentales.

La sexualidad humana, como la de todos los animales superiores, está genética y hormonalmente determinada, y se manifiesta en la etapa intrauterina. En la abrumadora mayoría de los casos, la sexualidad genética corresponde con la genital y la conductual. El problema surge de que cuando no hay una correspondencia entre la sexualidad genital y la percibida, la ciencia no sabe realmente qué hacer. Hace 100 años, la homosexualidad en cualquiera de sus manifestaciones era considerada un delito. Luego se la consideró una enfermedad, hasta 1973, cuando fue retirada de las enfermedades psicológicas del manual de diagnóstico psiquiátrico. Lo que pretende la perspectiva de género es «normalizarla» o convertirla en norma. El primer problema que surge es que muchas personas perciben esta disconformidad (o disforia) de género como un drama tremendo en su vida. A lo largo de los últimos años se pretendió que la normalización de la conducta homosexual iría minimizando el impacto de ese drama en las personas que lo sentían.

En la misma línea, se comenzaron a dictar leyes de «identidad de género», para permitir a quienes sufrían disforia de género, cambiar su nombre e identidad de acuerdo a su sexualidad percibida, y también, mediante tratamientos hormonales y quirúrgicos, «adecuar» la genitalidad externa a la percibida. Pero, lejos de solucionar los problemas de las personas trans, muchas veces estos tratamientos no hicieron sino agravarlos hasta extremos de un padecimiento insoportable. En muchos casos, lo que aparentemente constituía un triunfo de la «identidad transgénero» terminaba en un suicidio. El caso de «Effy Beth», alias de un hombre que quiso ser mujer y luego de conseguir la sanción de la ley de identidad de género en Argentina, obtener su documento femenino y completar una transgenerización parcial (se denominaba a sí mismo como “una mujer con pene”) terminó suicidándose.

El video que vemos hoy, nos muestra a un diputado alemán, Steffen Königer, en una sesión del parlamento regional de Brandenburgo, contestando a una moción presentada por el partido verde, para una «campaña por la aceptación de la diversidad sexual y de género y la autodeterminación; y contra la homofobia y la transfobia en Brandenburgo». El diputado podría haber declarado sencillamente: «nuestro partido no acompaña la moción» y terminado con la cuestión. Pero el toque de genialidad que tuvo fue llamar a cada «orientación» por su nombre. Si queremos evitar la discriminación, tenemos que llamar a cada uno por su nombre, que es lo que reclaman los activistas de todas las orientaciones. Pero allí hay una gran complicación: cada vez hay más orientaciones y preferencias y esa nominación pasa a ser imposible, por no decir grotesca. A veces, la mejor forma de entender la locura detrás de lo que otro quiere, es darle precisamente lo que pide.

Cuando alguna teoría contradice la razón, se debe imponer a la sociedad por el miedo. Miedo a la fuerza bruta, por ejemplo cuando un estado invade otro e impone una ley marcial, o miedo al castigo legal. En este caso, las iniciativas como la que se trataba en el parlamento de Brandenburgo, buscaban castigar con todo el peso de la ley a quienes contradigan o cuestionen los postulados de género. Luego, cuando ya nadie puede cuestionar los postulados, porque están «legalmente blindados», esos mismos postulados se enseñan compulsivamente a los niños desde la más tierna infancia. De ese modo se logra cambiar la cultura y quienes hasta hace algunos años eran oprimidos se convierten en opresores sin necesidad de declarar una guerra u ocupar un país.

En Estados Unidos, por ejemplo, la administración Obama está amenazando con retirar fondos federales a aquellas instituciones que no tengan baños mixtos o «igualitarios», o multando severamente a aquellas personas que por razones religiosas no quieran participar prestando servicios en bodas gay. En Alemania y otros países, están encarcelando a padres que no envían a sus hijos a clases de educación sexual. En España se acaba de aprobar una ley para que el adoctrinamiento de género sea obligatorio en todas las escuelas, públicas y privadas. Y actualmente en muchos países de latinoamérica, las iniciativas de leyes a favor de la agenda de género están siendo impulsadas por legisladores locales.

¿Qué podemos hacer para contrarrestar esta persecución que se avecina? ¡En primer lugar, rezar al Señor de la historia, que tiene previsto que ni un cabello caiga de nuestra cabeza sin que su Padre lo sepa. Nada de lo que está pasando escapa a Dios, y tenemos que confiar en que la lucha es nuestra, pero la victoria de Él. En segundo lugar, enterarnos, informarnos e informar a quienes no sepan de la ideología de género. Es clave la formación de los padres de familia, para que puedan educar, guiar y orientar a sus hijos, que con argumentos científicos y solamente lógica elemental, incluso con humor caritativo, tal como hace el diputado alemán, se puede combatir esta ideología. Y por último, pero no menos importante, fortalecer las familias, ayudar a las familias que atraviesan dificultades y dar apoyo y contención a quienes sufren por tener un hijo transgénero o son perseguidos por negarse al adoctrinamiento en las escuelas, que cada día es más fuerte.