

Luego de ver este video nos puede chocar, en un primer momento, la ligereza con que se plantea una situación que en realidad debiera inspirar algo más de profundidad y reverencia. Sin embargo, creo que debemos atender al contenido simbólico que tiene y así podremos encontrar ideas bien importantes. En otras palabras, vayamos más allá de las formas y lleguemos a lo esencial.
La escena retrata el momento del juicio particular que vivirá cada ser humano luego de la muerte. Ahí las personas nos encontraremos frente a Dios y daremos razón de nuestra vida. En el video vemos que muy distintas personas van llegando al momento de la verdad para ser pesados. Esta idea del peso relacionadi al espíritu del hombre ya la había tenido San Agustín. En el capítulo IX de sus Confesiones dice: «Mi peso es mi amor». Esto, empatado con esa otra idea de San Juan de la Cruz «a la tarde te examinarán en el amor», pueden servir de marco para esta alegoría. Todos llegan con un expediente, con un contenido del que son plenamente conscientes: su vida. Algunos se excusan, otros vienen muy seguros de sí mismos, y otros incluso admiten sus errores. Sin embargo, a la hora en que se suben a la balanza para descubrir si es que son «suficientemente buenos», nadie lo logra. ¡Incluso el que presentó un expediente aparentemente impecable! ¿Por qué ocurre esto?
La raíz del problema está en que todos empiezan con un «yo» sobre el que recaen todas las buenas acciones. La justificación es atribuida únicamente a los propios actos y, como se verá más adelante, eso es un error. Se escucha por ahí un: «Deberían balancear esto». ¿No se parece a las voces que se dirigen a la Iglesia exigiéndole que se relaje, que se amolde a los tiempos, o a nosotros mismos, que consciente o inconscientemente vamos configurando un cristianismo a nuestra medida? La varilla es inmutable. Estamos llamados a ser santos, a alcanzar la estatura de Cristo. ¿Muy difícil no? Miguel de Unamuno, pensador español, escribió algunos versos que podrían reflejar nuestra experiencia interior ante esta meta tan alta:
«Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad».
En el video nadie balancea nada, pero sí se nos muestra el camino de salida que esperamos. Hacia el final llega un personaje que nos remite a personajes del Evangelio que se sentían con vergüenza y culpa ante la santidad de Dios como el publicano en el templo o el buen ladrón. Llega con la cabeza gacha y no dice ni una palabra. Luego, cuando parecía que iba a recorrer el mismo camino que todos los que lo habían antecedido, aparece el personaje que representa a Jesús y presenta aquel archivo que dice: «Hijo de Dios». Finalmente, Jesús mismo es pesado y el hombre es salvado como «suficientemente bueno».
Sin el pasaje bíblico que se nos presenta al final podríamos incluso nosotros quedar con varias dudas sobre el significado auténtico de lo que nos mostraron, pero leyéndolo se nos aclaran muchas cosas: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Cor 15, 10). La gracia de Dios conmigo, dice el apóstol. La fuerza de Dios «con» la colaboración del hombre. Nos queda una enseñanza muy importante. Solo Dios es santo, pero por su infinita misericordia nosotros podemos acoger con nuestra libertad aquella santidad que nos quiere participar. Siendo hijos suyos en su Hijo, por nuestro bautismo, podemos ser sus hijos adoptivos, hechos parte de su familia: santos. Esa es nuestra meta y nuestra esperanza, poder participar algún día de la comunión divina de amor. «Si Dios está con nosotros. ¿Quién contra nosotros?» (Rom 8, 31).
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