Ya estamos a las puertas del Jueves Santo, día en el que recordamos la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. Jesús se queda con nosotros en el Santísimo Sacramento, y manda a sus apóstoles que lo repitan. Los mismos a los que había estado preparando y a los que había llamado tres años antes diciendo “Os haré pescadores de hombres”: los sacerdotes.

Es un momento para recordar el sacerdocio y a los sacerdotes, todo el bien que nos hacen y lo importantes que son para la Iglesia. Todos conocemos a un sacerdote que nos ha ayudado y nos sigue ayudando mucho en nuestro camino como cristianos. Este vídeo pretende hacernos reflexionar sobre ello con los comentarios de varios de ellos.

Nuestra sociedad vive de espaldas a Dios, cada vez más alejada de Él. Cada vez son más necesarios hombres católicos que se atrevan a dar el paso y responder a la llamada para anunciar el Evangelio, administrar los sacramentos y llevar a Dios a los lugares más recónditos. Incluso los cristianos estamos tan habituados a esta sociedad ruidosa y hedonista que vemos el sacerdocio como algo lejano, que nos ayuda en nuestra vida espiritual pero que no tiene nada que ver con nuestros planes de futuro. Es demasiado sacrificado: “¡Celibato de por vida!” “¡Disponibilidad total!” “¡Sueldo humilde!” “¿Nos hemos vuelto locos? Yo soy cristiano, pero no tanto…”

Y así, nos sucede muchas veces que nuestro propio miedo nos impide considerar una vocación que quizás Dios quiera para nuestras vidas. Porque, si de verdad estamos llamados al sacerdocio, entonces todo ese sacrificio merece la pena.

Para reconocer o descartar esta llamada no es suficiente con sentir atracción o miedo hacia el sacerdocio. Los apóstoles siguieron al Señor porque escucharon su voz. No podemos escuchar la llamada en el ruido, el ajetreo, la vulgaridad de la vida mundana de hoy. Es necesario que nos detengamos, que aparquemos el móvil y la música y hagamos silencio y oración; y, en segundo lugar, es necesario que busquemos la voluntad de Dios, no la nuestra. Si decide llamarnos, ¡sabe lo que hace! El vídeo compara la vocación con una planta que crece lenta y silenciosamente: sin oración, sin sinceridad, no se puede descubrir. El Señor sigue llamando obreros a su mies.

Algunos se sienten llamados muy pronto, y ya desde niños saben que quieren ser sacerdotes. Pero otros muchos han rechazado su vocación o no han sabido reconocerla: tienen sus profesiones, sus carreras, sus aficiones, pero ninguna le llena de verdad. Es entonces cuando dan el paso adelante, porque “Dios los llamaba a algo más”.

Seamos honestos: hay motivos para tener miedo. Un sacerdote renuncia al mundo: a formar una familia, a conocer el amor con una mujer, a hacer su propia voluntad (pues debe obediencia al obispo), etc. Pero ya lo dijo Jesús: «Todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos o campos por mi causa recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,29).

«A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.

La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su »fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros» (Papa Francisco, mensaje para la 52° Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 26 de abril de 2015).

Otras veces, el miedo procede de la magnitud de la misión, de pensar que no estaremos a la altura. Pensamos que los hombres llamados al sacerdocio tienen que ser por fuerza gigantes en la fe, que no cometan pecado, que asistan a misa todos los días y que estén dotados de un don extraordinario para la oratoria y los consejos. Olvidamos quizás que los apóstoles eran tercos y de voluntad débil, que muchas veces no entendían al Señor y que llegaron a abandonarlo en el momento más duro. No tenemos que ser perfectos: Dios mismo se servirá de los que llame y trabajará en ellos para hacerlos semejantes a Él. Nadie es digno de ser sacerdote; ellos mismos, al verse consagrando, no dejan de preguntarse: “¿Quién soy yo para hacer esto?”.

Tampoco se trata de una vida aburrida, más bien lo contrario. Ser sacerdote no consiste en estar todo el día en la iglesia rezando, sino en llevar los sacramentos a todo el mundo: en la iglesia, sí, pero también en la cárcel, en el hospital o en el ejército. Se trata de mantener a Cristo con nosotros, realmente presente en el pan y el vino consagrados; de otorgar su perdón; de acompañar al pueblo cristiano desde el bautismo hasta la tumba; de aconsejar, guiar y acompañar… siempre con la ayuda de Dios.

«Así es también el sacerdote de Cristo: está ungido para el pueblo, no para elegir sus propios proyectos, sino para estar cerca de las personas concretas que Dios, por medio de la Iglesia, le ha confiado. Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos. Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión. No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios» (Papa Francisco, homilía del 3 de junio de 2016, Jubileo de los Sacerdotes).

No evadamos la pregunta. Si Dios nos llama, Él sabe lo que hace y no nos dejará solos. Estaremos haciendo aquello para lo que hemos sido creados, lo único que puede llenar nuestras vidas. Pero hace falta ser valiente y preguntarse: “Yo, ¿sacerdote…? ¿Y por qué no?”


Artículo escrito por Giovanni Martini.