Debo confesarlo. Soy analista de sistemas. Pero no es mi culpa. En la época en la que egresé del colegio secundario era “la carrera del futuro”, y prometía mucho dinero y un sinfín de oportunidades. Claro, nadie es perfecto, y yo menos que todos, pero las promesas me parecieron interesantes así que estudié sistemas.
Hasta finales de la década del ‘90, la carrera era bien aburrida. Nuestro trabajo consistía en hacer sistemas de administración, casi siempre para bancos o grandes empresas, y muy poco más. El trabajo de desarrollador de software no era nada interesante, ni tenía grandes incentivos. Con el advenimiento de Internet, las cosas comenzaron a cambiar. Las primeras “redes sociales”, como AOL Instant Messenger y MySpace, comenzaron a lograr que nuestras interacciones con parientes y amigos lejanos se hicieran cada vez más cercanas y cada vez más “ricas”. Ricas entre comillas, porque nadie vio lo que venía, salvo algunos “viejos gruñones” a los que nadie prestaba atención en aquella época.
A finales de 2010 ya éramos plenamente conscientes de que todo no era tan maravilloso, y que ciertamente había una gran cantidad de desventajas: nos estábamos volviendo adictos a aquello que estaba diseñado como redes de interacción y encuentro. A tal punto cunde la preocupación por esta adicción, que muchos de los pioneros de estas tecnologías se dedicaron a fundar un “Centro para la Humanización de la Tecnología” desde donde lanzan un manifiesto que advierte de los peligros que ellos mismos contribuyeron a crear.
Para que se vea que ya no es una advertencia de viejos gruñones, veamos qué dice el manifiesto sobre cada una de las tecnologías:
«Snapchat convierte nuestras conversaciones en rayitas. Los niños ahora miden así su amistad. Instagram glorifica la vida perfecta, erosionando la autoestima. Facebook nos segrega entre cámaras de eco, fragmentando comunidades. YouTube emite automáticamente un vídeo tras otro, incluso si comes o duermes. No son productos neutrales. Están diseñados para crear adicción».
Y si algo crea adicción entre los adultos, ¿qué hará en la mente de los niños? Las consecuencias, como indica Catherine, son tremendas. La fascinación, que genera mentes pasivas, y que fomentan y estimulan las pequeñas pantallas, es una catástrofe para la mente infantil.
¿Cuál es la solución a semejante problema, sobre todo para aquellos que tenemos la responsabilidad de la educación de nuestros hijos? Yo me voy a tomar la libertad de agregar algunas ideas a las que dice Catherine, pero que me parece que van antes de las excelentes recomendaciones que hace.
Eliminemos los celulares y las pantallas (todas) de la mesa familiar. Hagamos de la mesa un lugar de encuentro, un lugar de diálogo y donde los hijos se sientan escuchados y comprendidos. Si los celulares y las pantallas se apagan durante la comida, mucho mejor, porque si desaparece el estímulo auditivo, entonces no tendremos el impulso de terminar pronto para ir a ver qué nos perdimos en el mundo en la última hora.
Nadie da lo que no tiene. Y si yo soy un adicto a Internet, difícilmente pueda educar a mis hijos para que no lo sean. Intentemos durante un período de tiempo eliminar de nuestros dispositivos aquellas aplicaciones que nos hacen adictos. Podemos ofrecer esos pequeños sacrificios por la educación de nuestros hijos.
Para nuestros hijos, como también dice Catherine en uno de sus libros, no hay mejor juguete que sus padres. Si nos convertimos en sus compañeros de aventuras, no van a “necesitar” las pantallas, no van a ser presas fáciles de estas “redes” que se crearon con el objetivo expreso de atraparlos. Leamos cuentos antes de dormirlos. Vayamos a museos, al campo, a un bosque. Escalemos una montaña. Juguemos al fútbol, o al softbol, o a cualquier deporte que les guste. Cada momento pasado junto a ellos los enriquece profundamente, y van a conocer muchos modos de entretenimiento fuera de las pantallas.
Podemos retomar el control de nuestra vida siguiendo las recomendaciones de aquellos que crearon las aplicaciones que nos atrapan. Somos dueños de nuestras acciones, pero también somos responsables por nuestras omisiones. Hagamos las siguientes acciones en nuestros celulares y propongamos a nuestros hijos para que ellos lo hagan también.
Como vemos, hay muchísimas cosas que podremos hacer para terminar con nuestras adicciones modernas, pero insisto, si queremos hacerla con nuestros hijos, primero tendremos que demostrarles que se puede, predicando con el ejemplo.
Para revisar personalmente: ¿Cómo es mi relación con la tecnología? ¿Estoy atrapado en una adicción a las redes sociales? ¿Tengo control sobre lo que veo y difundo desde el celular o las tabletas? ¿Uso responsablemente la tecnología? ¿Predico con el ejemplo a mis hijos sobre la tecnología? ¿Fomento y estimulo el juego y el diálogo familiar?
Si el material no funciona o tiene algún error, por favor repórtalo.
Gracias! Trataremos de resolver esto lo antes posible