En esta ocasión les traemos el experimento social realizado por la marca Nestlé con padres e hijos de diversas partes del mundo. Vemos a los niños en sesiones de fotografía, vestidos, disfrazados y peinados, todo para reproducir una fotografía ya existente: la de sus padres cuando eran niños.

Viendo las fotografías lado a lado podemos identificar claramente las semejanzas físicas entre padres e hijos, notando con sorpresa que ambos son muy parecidos. Los niños van reconociendo los rasgos, las características físicas, incluso algunos podrían pasar como gemelos por su gran parecido. En la segunda parte del experimento, padres e hijos identifican las diferencias que hay entre ambos y es precisamente en ese momento que descubren que el parecido físico no significa necesariamente que sus personalidades también se parezcan.

¿A quién nos parecemos?

Desde que somos niños escuchamos a nuestros familiares y amigos decir a quién nos parecemos: «¡Es la misma cara de la madre!», «¡Es igual al padre!». Otros dicen que hemos heredado los ojos de nuestros abuelos y hasta la personalidad de ese tío es un bastante diferente a nosotros. No obstante, nos miramos al espejo y no logramos notar las semejanzas.

Lo mismo sucede con nuestra vida cristiana. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios pero nos cuesta caer en la cuenta de esta realidad. Necesitamos personas que nos muestren nuestra belleza, la grandeza de ser semejantes al Dios que es amor.

Al darnos cuenta de esta verdad es necesario preguntarnos: ¿Tengo la mirada misericordiosa de Jesús? ¿Soy bondadoso como el Padre del Cielo? ¿Consuelo como el Espíritu Santo? Podríamos desanimarnos al ver que aún no tenemos esas características o que no vivimos como deberíamos, ¡pero todo lo contrario! Saber que somos semejantes al Padre que es todo amor debe llenarnos de esperanza y alegría. ¡Heredamos grandes características que están dentro de nosotros y nada ni nadie nos las quitarán pues están en nuestro ADN de hijos de Dios! Este es el ADN que nos hace ser diferentes y únicos. 

«El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27). Todos, entonces, llevamos en nosotros el aliento vital de Dios, y toda vida humana —nos dice la Biblia— está bajo la especial protección de Dios. Esta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana contra toda tentación de valorar a la persona según criterios utilitaristas y de poder. El ser a imagen y semejanza de Dios indica luego que el hombre no está cerrado en sí mismo, sino que tiene una referencia esencial en Dios» (S.S Benedicto XVI).

Seamos el rostro de Jesús para cada persona en el mundo que está ta deseosa y necesitada de ser reconocido como hijo, como persona y como imagen y semejanza de Dios.

Escrito por: Valeria Morais. Traducido por: Lorena Tabares.