

Cuando por primera vez ví este video, no sabía que era parte de un reality show y me conmovió profundamente. Más allá del origen de la anécdota (que hace parte de un experimento social) creo que ésta nos puede llevar a reflexionar acerca de la pobreza del hombre que no tiene suficiente para darle a sus hijos lo mínimo indispensable (un caso que no está para nada fuera de la realidad).
Hace poco en las misas dominicales de todo el mundo, se leyeron las Bienaventuranzas. Me gustaría hacer una reflexión en base a las primeras cinco bienaventuranzas, que veo reflejadas en esta situación.
1. «Felices los pobres…»
¿En qué consiste esta bienaventuranza? El padre de familia no parece muy feliz con su situación, de hecho, llora por no poder darle a sus hijos lo mínimo indispensable. Pero hay otro pobre en la fila, que no es pobre en el sentido material, pero sí en el sentido espiritual: desprendido de sus bienes. Sin dudarlo, le paga la compra al hombre, le dona el vuelto, y deja que se lleve sus pobres moneditas originales. ¡Es realmente hermoso ver a alguien que dispone de sus bienes con tanta liberalidad! Y no parece un millonario, ni mucho menos, pero se siente en la obligación de socorrer a su hermano en sus necesidades, y pone generosamente sus bienes a su disposición. El otro pobre, recibe la dádiva con gratitud y alegría, y en esa pequeña alegría seguramente consiste la felicidad de los pobres: «No se preocupen por su vida, qué van a comer o qué van a beber; ni por su cuerpo, qué van a vestir» (Mt. 6,25).
2. «Felices los mansos…»
¿Quiénes son los mansos en este caso? El papá en necesidad en primer lugar. Está en una situación dificilísima. Toda la sociedad espera que cumpla con su “rol de padre” y provea a las necesidades de sus hijos. Y no puede. ¿Alguien puede comprender la enormidad de ese dolor? En esto me saco el sombrero frente a mis hermanos chilenos. Es muy probable que en Argentina le hubieran gritado que se consiga un trabajo, y tal vez nadie hubiera hecho nada. Hemos visto ejemplos dolorosos últimamente al respecto. Pero aquí, los que están en la fila, también son mansos. Algunos no muestran reacción, pero un hombre, el héroe de la jornada, se hace cargo de la situación y ayuda a su hermano necesitado, sin pretender nada a cambio.
3. «Felices los que lloran…»
El padre en necesidad llora. Y a más de un hombre hecho y derecho se le escapa una lágrima con toda la situación. Es imposible mantenerse impávido con la necesidad de alguien que tiene que elegir entre llevarle pañales a su hija, o llevarle comida a su familia. ¿Hasta dónde podemos ser insensibles con una situación tan penosa? Los que lloran son los que tienen el corazón sensible, los que se pueden conmover con la necesidad del otro. Por eso, «felices los que lloran» parece un contrasentido, pero visto desde este punto de vista, los que lloran son los que tienen la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
4. «Felices los que tienen hambre y sed de justicia…»
Nelson Mandela dijo que: «Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, sino un acto de justicia». Nuestro señor Jesucristo dijo que «a los pobres los tendrán siempre con ustedes» (Mc. 14, 7). ¿En qué quedamos? ¿Combatimos la pobreza o no? Los católicos tenemos un cuerpo doctrinal llamado: Doctrina Social de la Iglesia que habla de estas cuestiones, lamentablemente poco conocido. Pero, a mí criterio, el resumen de toda la doctrina social es la que dice San Luis Orione: «Solo la caridad salvará al mundo». ¿Es un acto de justicia o de caridad? El hombre que atiende a la necesidad de su prójimo, ya sea en una fila de supermercado o pagando sueldos justos en su empresa, o actuando con justicia caritativa. Es un acto de justicia, pero que nace del Amor a Dios, y por lo tanto es tanto un acto de justicia y de caridad.
5. «Felices los misericordiosos…»
Al finalizar el Año de la Misericordia, parece que no hace falta aclarar qué es la misericordia. Pero hay que matizar algo: una cosa es la lástima, que nos puede llevar a conmovernos por la situación, y otra cosa muy distinta es la misericordia que nos lleva a estar dispuestos a dar un paso más, acercándonos al que sufre para subsanar sus sufrimientos. Nos tenemos que sentir responsables de nuestros hermanos, mediante la misericordia podemos convertirnos en los instrumentos de la divina misericordia para llegar a los que sufren. La Madre Teresa de Calcuta decía: «Hay males que no se pueden curar con dinero sino solo con amor».
Si bien esta situación era ficticia, no faltan en nuestros países de Hispanoamérica cientos de situaciones similares en las que podemos comenzar a ser instrumentos de cambio. San Pedro nos dice en su primera carta: «La caridad cubre la multitud de los pecados», así que para taparlos, tenemos que ser partícipes activos de la Misericordia del Padre.
El Papa Francisco lanzó hace unos días un video que me parece que sumariza perfectamente cuál debe ser nuestra actitud ante la miseria ajena, de todo tipo. Podríamos usarlo para evaluarnos en qué medida colaboramos con las necesidades del prójimo.
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