
¿Recuerdan que cuando eran pequeños y se enojaban con sus mamás porque les hacía comer verduras, o porque no podían comer dulces antes del almuerzo?, también había pataleta segura cuando nos castigaban por no haber hecho la tarea. Incluso ahora de adultos, ¿cuántas veces nos seguimos quejando con la mamá por cosas que no comprendemos de ellas, por actitudes que de verdad quisiéramos que cambien? En esos momentos de enojo, ¡qué bueno sería tener una de esas máquinas!, así nos la cambian, conseguimos a la mamá perfecta, y listo.
Pero el amor no se trata de simplemente pasarla bien o de que siempre estén de acuerdo con nosotros. Nuestras madres han dado y siguen dando todo lo que está a su alcance por hacernos felices. Sin sus cuidados y sin sus regaños no seríamos quienes somos. Alguna vez, de adulta, he escuchado a mi madre reprocharse y hasta disculparse por «no haber hecho las cosas lo suficientemente bien». Creo que les cuesta creer que no las cambiaríamos por nada del mundo, y que aún siendo adultos, las necesitamos y recurrimos a ellas en busca de auxilio, de ayuda y de consejo. Su amor siempre nos reconforta. Y es que las mamás casi nunca están pensando en ellas mismas, ellas piensan en nosotros.
¡Qué bendición tener una mamá que nos ama, que nos recuerda que existen amores incondicionales e infinitos como el amor de Dios! Sin saberlo son las mamás nuestro primer referente de lo que el amor significa, los primeros latidos de nuestros corazones fueron acompañados por el de ellas.
Mamá, no podrías ser de otra forma, tú eres perfecta para mi.
0 comentarios