

«Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres… Que nada los angustie, al contrario; en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (Filipenses 4, 4; 6).
No se trata de vendarse los ojos intentar tapar el sol con un dedo; pero la vida trae de por sí cosas difíciles, dolorosas, si se quiere, dramáticas y no las podemos evitar, pero sí está en nuestras manos el decidir cómo las vamos a enfrentar y vivir. De eso nos habla Victor Küppers, un conferencista motivacional español, que alcanzó fama luego de una charla en TEDx Andorra en donde trata un poco más en extenso el contenido de este video:
Hay ideas que no podemos dejar escapar, porque aportan mucha luz a nuestras vidas. La primera de ellas, la fórmula para calcular el valor de una persona. Obviamente es una metáfora, pues a ciencia cierta no se puede estimar cuánto vale alguien, pero si busca explicar de forma gráfica cómo valoramos a los demás y como nos valoran a nosotros. Valor es conocimiento + habilidad en primera instancia, pero el resultado de eso, se multiplica por nuestra actitud: V=(c+h)x A.
Yo amo y aprecio a mi mamá por su cariño y cómo me mimaba cuando pequeño, no porque fuera una excelente empleada con buenas cifras y grandes logros. Amo a mi papá no por sus 20 años de experiencia en su sector, sino porque me enseñó a jugar al fútbol y cómo volar una cometa. Lo mismo con nuestros amigos e incluso nuestra pareja. Todos aquellos con quienes libremente escogemos estar, lo hacemos por su actitud, por sus actos, no por su currículum.
Lamentablemente nos pasa más frecuentemente de lo que debería, que en nuestras comunidades hay eruditos en Sagrada Escritura, talentosísimos y muy preparados teólogos, grandes filósofos, personas de profunda piedad y fidelidad, pero pesados, apáticos, por afectuosos y fríos. Es la queja recurrente, no nos hagamos los sordos. Se nos critica que tenemos problemas en la acogida. Sabemos lo que tenemos que hacer, estudiamos postgrados y vamos a retiros para interiorizarlo mejor, y aunque expertos en la materia, a la hora de la verdad, quedamos en deuda.
Cuanto más se acentúa la situación si lo estamos pasando mal. Nuestra actitud y esa alegría que San Pablo nos invita a tener en todo momento, es muy frágil y circunstancial; no es un estado permanente en nuestras vidas y ahí tenemos un problema. Es que la actitud, como bien explica Küppers, es un elemento que podemos manejar, que depende mucho de nosotros, no es accidental, sino que podemos tomar medidas y hacernos cargo de ella.
Estamos llamados a ser sal y luz, pero cuando vamos por la vida con cara de que nos bautizaron con jugo de limón, es poco probable que alguien sienta que damos sabor a sus vidas o les mostramos el camino.Uno de los elementos que propone Küppers es relativizar los problemas, y darnos cuenta que algunos son dramas y otros simplemente situaciones por solucionar. Cuando nos toca vivir un drama, no hay más que vivirlo, intentar encontrar sentido en ese sufrimiento, buscar a Dios y no renegar de la fe. Aquí está la piedra que muchas veces nos hace tropezar. Convertimos todas nuestras situaciones por resolver en dramas y no lo son realmente.
Si en tu compañía no te han dado el último iPhone y a todos tus amigos sí, no es un drama, es una situación por resolver. Si estás cansado y hace mucho no logras tener tiempo para recuperar energías, no es un drama, es una situación por resolver. Incluso si en el trabajo las cosas no van del todo bien, no es un drama, sino que una situación por resolver. Una grave enfermedad, el divorcio, la muerte, las deudas irremediables, la pobreza; esos sí son dramas. Lo que nos toca a los que no vivimos dramas de ese tamaño, es acompañar con una actitud positiva a aquellos que les ha tocado vivir cosas más duras.
Entonces cuando nos detenemos a mirar nuestra vida, nos damos cuenta que, aunque tiene más días grises de los que nos gustaría, tiene días radiantes por montón y esos son los que tienen que primar en nuestra actitud. Estar alegres, debe ser parte de la actitud consciente de un cristiano, que se sabe amado, salvado y buscado por Dios, contagiando con esa actitud, a todo aquel que lo rodea.
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