

Hace un tiempo escribí un artículo que buscaba mostrar algunas de las mentiras que te dice el mundo sobre tu identidad. Hoy quiero darles la clave para empezar a recorrer el camino de la propia identidad –no desde lo que nos dice el mundo– sino desde la presencia de otro. Sí, otro. Por otro me refiero a varios otros: Dios y nuestros amigos.
Sé que no siempre es fácil aprender a entrar en nosotros mismos para descubrir quiénes somos, por eso necesitamos de los demás. Para vivir una existencia auténtica se trata de vivir en un recto equilibrio entre nuestro propio espacio de soledad (que no es necesariamente amargo y triste) y el encuentro con los demás. Este espacio de soledad implica aprender a convivir conmigo mismo, a verme –aceptando mi limitación y mi grandeza– y por otro lado, permitir que en un espacio de libertad los otros y Dios (que también es «otro») vayan mostrándome quién soy.
Pensando en este tema, quería compartir con ustedes un video y algunas reflexiones que les pueden ser de mucha utilidad para profundizar un poquito más en este tema 😉
1. El «yo» que descubre al «otro»
Aunque nos sea difícil conocer lo más profundo de nuestro ser, cada de uno de nosotros posee una conciencia que le permite reconocerse, verse a sí mismo. El acto de consciencia que me descubre la realidad de mi propio «yo» me descubre la existencia del «tú». Mi «yo» es el que pone al otro en cuánto «tú». La misma soledad se entiende así: me siento solo porque me falta el «otro «y darme cuenta de esto me permite reconocer qué es mucho mejor que exista el «otro» como presencia y no como ausencia. Como decíamos en la introducción, en la soledad el hombre puede entrar en sí mismo y conocerse, pero la mirada del otro puede ayudarle a reconocer aspectos de su ser que solo no descubriría jamás. El otro desempeña en mi vida una papel fundamental de mediador entre el yo que yo reconozco y mi yo verdadero.
2. Una presencia constante
Esto es muy lindo en el video. ¡Qué importante es mirar hacia atrás y ver que alguien siempre ha estado presente! Esto puede aplicarse tanto para Dios como para nuestros amigos. Ese alguien que recorre el camino contigo, que te conoce, te acompaña, se alegra y entristece contigo; ese que crea historias juntos y las realiza. Ese es Dios. También lo son esos amigos que la vida te regala como pequeñas muestras de ese cuidado constante de un Dios bueno y lleno de amor. Esta presencia se fortalece con el diálogo constante. No se conforma con saber que el otro estará ahí siempre, sino que busca el encuentro y el compromiso.
«Una verdadera amistad o nace cada día, o se mustia; o se mima como una planta, o se reduce a un tapasoledades. Y no es nada fácil cultivar una amistad» (Martín Descalzo).
3. Una influencia que libera
Esta idea me encanta. La mayoría de las personas en nuestro tiempo están convencidas de que no pueden esperar nada bueno de los demás y la indiferencia y la desconfianza son ideas muy frecuentes. ¡No hay mayor libertad que experimentarse amado y visto por otro! ¡Qué contrario resulta pensar que el otro no me deja ser lo que quiero, hacer lo que me gusta, etc! Cuando entablo un vínculo verdadero y autentico con otro «yo» soy libre. No hay duda de eso. La indiferencia en vez de hacernos más libres (en cuanto que somos seres individuales y autónomos) nos esclaviza en nuestro propio yo.
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