Hace unos años comencé a escuchar a Jamie Cullum, un pianista de Jazz que escribe su propia música y la letra de una de sus canciones me impactó. Dice algo así como:

«Tal vez voy a volver a casa y pagar mis préstamos, trabajando de 9 a 5 contestando teléfonos, no me dejen vivir para las noches de viernes, metiéndome en peleas y bebiendo 8 pintas».

Muchas veces estamos en nuestros trabajos y tenemos una horrible sensación de vacío. Pareciera que estamos trabajando en algo completamente inútil, inservible, que no nos satisface, y que esa “rutina” pareciera que va a terminar llevándonos a la tumba, tal como a Paul, el protagonista del video que me toca comentar hoy. Muchas veces nos encontramos fantaseando con que deberíamos estar en otra parte, haciendo otra cosa, y que nuestro trabajo no tiene sentido, que vivimos para hacer cosas que nos dejan cada vez más vacíos, hasta el punto de odiar nuestra vida.

Es tan frecuente esa “tentación” de una vida mejor, que puede terminar arruinándonos la vida. Porque si la tuviéramos que poner en palabras, no podríamos definirla con certeza. “Tal vez debería tener un puesto de jugos de frutas tropicales en una playa también tropical” o “tal vez debería estar ayudando a los pobres en Manila para que no sean pobres en Manila”; pero nuestras exploraciones desiderativas muchas veces son tan insatisfactorias como las vagas formas que tenemos de expresarlas. En lugar de agradecer que tenemos un trabajo digno, nos quejamos de que nos resulta aburrido (¡claro que es aburrido, por eso te pagan por hacerlo!) Y nuestra insatisfacción se convierte en nuestro principal enemigo: no solo no sabemos qué es lo que queremos, sino que hacemos mal lo que debemos.

En el video, Paul toma una determinación: todo lo que se negó a hacer a la mañana por su sentido de la responsabilidad, lo va a hacer y ver qué sucede. Entonces va, come en el almuerzo lo que se negó durante el desayuno, va a comprar los anteojos que no compró por miedo al ridículo y se permite “mojarse los pies” (hasta que una ola lo tapa). Todos sus temores se demostraron infundados, y pasa un momento genial, disfrutando su tiempo libre sin remordimientos.

Y entonces ocurre lo “sorprendente”: al volver al trabajo, su trabajo “de 9 a 5 para pagar los préstamos” toma otra dimensión, le pone ritmo, le pone ganas, y todos los que están alrededor se contagian de su entusiasmo para hacer las mismas cosas que estaban haciendo, pero con otro espíritu, con otro enfoque. No es nada sorprendente, en realidad es lo más normal del mundo: nuestro estado de ánimo se traduce en todo lo que hacemos, y es contagioso. Si estamos rabiosos, vamos a tratar mal a los demás, y vamos a contagiar el mal espíritu a todos los que nos rodeen. Si estamos bien, si devolvemos bien por mal, si ponemos lo mejor de nosotros mismos en lo que hacemos, contagiaremos indefectiblemente a nuestro entorno.

¿Nos parece que nuestro trabajo es inútil? ¡Ofrezcámoslo! Podemos darle sentido a un trabajo completamente rutinario mediante el ofrecimiento del mismo a Jesús para que saque de él muchos bienes, para nosotros y para el mundo. Santa Teresita del Niño Jesús tenía realmente “alma misionera”, quería ir por el mundo predicando a Cristo a los que no lo conocían, y sin embargo se encerró durante 9 años (hasta su muerte) en un convento contemplativo donde “lo único” que hizo fue rezar y ofrecer sus pequeños sacrificios de amor por los misioneros. Hoy, santa Teresita es copatrona de las misiones de la Iglesia, junto a san Francisco Javier, que recorrió medio mundo predicando y bautizando. El ofrecimiento de la cruz cotidiana, incluso de un trabajo cargoso, o de las bromas de un compañero de trabajo insoportable tienen un valor infinito para nuestro Señor, que puede convertir lo más cotidiano y rutinario en lo más sublime.

Lo que puede llegar a hacer extraordinario a nuestro trabajo, no es lo que hagamos, sino el amor que pongamos en hacerlo. Dios suscita santos que hacen grandes cosas, como santa Teresa de Calcuta o san Juan Pablo II, pero también necesita santos anónimos, santos de lo pequeño, santos de lo cotidiano. El padre José Kentenich, fundador del movimiento de Schoenstatt escribió en su acta de fundación, las palabras que sentía que “La Mater” (Nuestra señora de Schoenstatt) le dirigía:

«Adquieran por medio del fiel y fidelísimo cumplimiento del deber y por una intensa vida de oración muchos méritos y pónganlos a mi disposición. Entonces con gusto me estableceré en medio de ustedes y distribuiré abundantes dones y gracias».

El fiel y fidelísimo cumplimiento del deber de estado es uno de los principales medios de santificación en el movimiento de Schoenstatt. Incluso los trabajos más humildes, los más ocultos y aburridos pueden lograr no solo nuestra santificación, sino “abundantes dones y gracias” para nosotros, para nuestros seres queridos y para la Iglesia. San Josemaría Escrivá llamaba a esto «la santificación del trabajo ordinario».

Cuando el Cristo de San Damián le dijo a san Francisco de Asís “restaura mi Iglesia”, san Francisco pensó que se refería a la iglesia en la que estaba y no a la Iglesia Universal. Y vendió algunas telas y le llevó el dinero al párroco. Como el párroco de san Damián se lo rechazó, se quedó allí a ayudar a los pobres y a restaurar por sus propias manos esa parroquia. De ese modo, con el ofrecimiento diario de su trabajo, san Francisco fue creciendo en su vida interior y realmente restauró a la Iglesia. Nuestros sueños más ambiciosos pasan por cambiar el mundo, y creemos que para hacerlo tenemos que irnos a lugares lejanos a hacer cosas difíciles para cambiar la vida de gente a la que no conocemos. Y tal vez Dios quiere que hagamos nuestro trabajo aburrido, y que vayamos a nuestra casa a hacer lo de todos los días para cambiar la vida a la gente a la que amamos. Y tal vez Dios saque muchísimo más mérito y provecho de ese pequeño esfuerzo cotidiano, que del sacrificio gigante del misionero que está todos los días en peligro por predicar la Verdad. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni nuestros pensamientos son sus pensamientos.

Por eso, cuando estemos aburridos por el tedio de la vida, cuando el cansancio por nuestro trabajo nos llene de desánimo, cuando lo que hacemos nos parezca inútil o inservible, ofrezcamos esos pequeños sacrificios a Dios, y veremos inmediatamente que cambia nuestra perspectiva sobre lo que estamos haciendo. Y, ¡solo Dios sabe!, tal vez también estemos ayudando con ese pequeño ofrecimiento a un misionero perdido en el corazón del Amazonas, porque Dios se vale de nuestros pequeños esfuerzos aparentemente inútiles para hacer sus maravillas.

Para revisar personalmente: ¿Ofrezco todos los días mi trabajo a la Virgen hecho Fiel y Fidelísimamente para que ella distribuya sus dones y sus Gracias? ¿Tengo una actitud positiva y alegre en el trabajo? ¿Soy un ejemplo de alegría y entrega para los demás? ¿Le doy un sentido sobrenatural a mi rutina?

Nos ha encantado este video. Nos gustaría saber qué piensas tú sobre este tema 🙂