

El video que les traemos hoy parece sacado de un universo paralelo, donde un niño aparentemente normal nos va contando cómo se siente vivir en una sociedad donde él es el “distinto”, el “anormal”. Es un video que despierta nuestra empatía y nos hace estar por un momento en los zapatos del otro (spoiler alert: si todavía no has visto el video, este es un buen momento para hacerlo).
La historia prosigue y hacia el final descubrimos que todas esas sensaciones son las que en realidad son vividas por tantas personas con Síndrome de Down. Actualmente, hay tanto prejuicio con respecto a esto que en Islandia –de acuerdo a un documental de la cadena de televisión americana CBS– casi el 100% de madres que descubren que sus hijos portan esta condición, abortan. Y aunque el Síndrome de Down implica problemas de aprendizaje y mayor riesgo de padecer enfermedades; la mayoría de padres con hijos así no se imaginan la vida sin ellos. Los describen como personas tiernas, sensibles, cariñosas. Señalan que es fácil no ver más allá de la condición al comienzo, pero muy pronto descubren la personalidad de sus hijos. Lo cierto es que hay mucho miedo y desinformación en torno a esta condición, tal vez es por eso que muchos padres por iniciativa propia forman parte de fundaciones en distintos países para defender los derechos de sus hijos.
Pero no solo son los padres, son ahora los mismos hijos que luchan por defender su derecho a la vida. Hace unas semanas, durante una reunión con el Papa Francisco, Bridget Brown, actriz estadounidense con Síndrome de Down, resaltó: «El mundo necesita saber que no ‘sufro’ de Síndrome de Down. Tengo una vida plena y maravillosa, y estoy llena de alegría por estar viva. Amo absolutamente mi vida”. Bridget dijo, además: “las personas con discapacidad tienen un propósito» pueden “divertirse y vivir una vida plena y emocionante».
Tal vez muchos por una compasión malentendida deciden abortar niños para “evitarles” sufrimientos. Hay otros que bajo este pretexto y manipulando la buena fe y desconocimiento de los padres promueven esta mentalidad. Sin embargo, Frank Stephens, diagnosticado con Síndrome de Down, señaló este año ante el Congreso de los Estados Unidos que este tipo de pensamiento está «profundamente influido por un prejuicio desfasado». Frank es actor, escritor y portavoz de la Global Down Syndrome Foundation y miembro del equipo directivo de Special Olympics en el estado de Virginia. Como él aclara: «Tengo una gran vida. He dado clases en universidades, actuado en una película premiada, en un programa de televisión galardonado en los Emmy y he hablado a miles de jóvenes sobre el valor de la inclusión». Es innegable que la mayoría de nosotros, “los normales”, no hemos logrado estas cosas.
Lo bonito de este video no solo es el mensaje, sino la gente que está detrás y que lo hizo posible: la Fundación Jérôme Lejeune en Estados Unidos. Esta organización está inspirada en un científico, considerado por muchos, padre de la genética moderna, y declarado además como Siervo de Dios por la Iglesia Católica: Jerôme Lejeune. Este brillante genetista francés nació en 1926, y en 1959 descubrió el origen genético del Síndrome de Down: la trisomía 21. Aunque fue muy celebrado y reconocido, su postura a favor de la vida desde la concepción lo hizo ser considerado como el “anormal” en los años 70s. Debido a su lucha por la defensa de los niños con Síndrome de Down, y en oposición al aborto, denunció en plena reunión de las Naciones Unidas: «He aquí un instituto de salud que se está convirtiendo en un instituto de muerte». Esa misma tarde escribió una carta a su esposa diciendo: «Hoy, me he jugado mi Premio Nobel». En efecto, nunca se lo dieron.
Años después, el Papa Juan Pablo II reconoció en Jerôme su excelencia académica e integridad, nombrándolo Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el 26 de febrero de 1994. Desafortunadamente muere el 3 de abril de ese mismo año, un Domingo de Pascua. Al enterarse de su muerte, San Juan Pablo II dijo: «En su condición de científico y biólogo era un apasionado de la vida. Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada. Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima».
A la luz de este testimonio, es inevitable pensar en una frase que solía decir Madre Angélica: «Si como católico, no eres una piedrita en el zapato de alguien, no estás siendo un buen católico». No sirve de nada llamarnos cristianos si no estamos dispuestos a ser consecuentes con lo que creemos, incluso si eso significa ser vistos como los raros, los distintos, los anormales. Lamentablemente, la integridad se ha tornado poco común en nuestra sociedad… En el medio oriente, cristianos consecuentes con su fe mueren todos los días. En esta parte del mundo, el tipo de persecución es distinta. Si luchamos por ser buenos católicos, no vamos a morir, pero socialmente seremos tal vez un poco mal vistos. Vale aclarar que ser buen cristiano significa ser íntegros, buscando primero nuestra conversión, dejándonos interpelar por el Señor durante la oración todos los días. Ser buen católico no significa juzgar ni condenar a los demás, sino orar por ellos. Los verdaderos santos ofrecerían sacrificios y penitencias por los demás, no críticas poco constructivas. Es nuestro testimonio de vida el que causa impacto, no comentarios legalistas.
Para terminar, comparto con ustedes un fragmento del libro de la Sabiduría. En él se habla de cómo piensan los que son consecuentes con lo que creen, piensan, dicen y hacen. La tendencia de ser considerados “raros” no es un invento nuevo, sino algo que viene acompañando al hombre desde hace varios siglos:
«Oprimamos a esa gente pobre, ¿para qué sirve su religión?, con las viudas no tengamos miramientos ni perdonemos la vejez del anciano. Nuestra fuerza sea la única ley. La debilidad es prueba de que uno no sirve para nada. Persigamos al justo, que nos molesta y que se opone a nuestra forma de actuar, pues nos echa en cara las faltas contra la Ley. Pretende conocer a Dios y se proclama hijo del Señor. No hace más que contradecir nuestras ideas, y su sola presencia nos cae pesada. Lleva una vida distinta a la de todos y es rara su conducta» (Sab 2, 10-15).
Lejeune estuvo dispuesto a renunciar a un Premio Nobel por la Verdad, ¿a qué estamos dispuestos nosotros?
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