

*Antes de leer el artículo te recomendamos ver el video.
En nuestro mundo no hace falta ser sordo como Patrick para no poder tener una verdadera conversación. ¿Será tal vez porque nadie nos ha enseñado a escuchar? ¿Será que escuchar es mucho más difícil que hablar? Porque me refiero a «escuchar», no a un puro y material oír. Para oír basta con no estar sordo. Para escuchar hacen falta muchas cosas: tener el alma despierta; abrirla para recibir al que, a través de sus palabras, entra en mí; ponerme en la misma longitud de onda que el que está conversando conmigo… En definitiva olvidarnos por un momento de nosotros mismos y de nuestros propios pensamientos para preocuparnos por la persona y los pensamientos del otro.
Por eso no escuchamos. «Si tuviéramos un espejo para vernos por el interior mientras conversamos con alguien percibiríamos que incluso en los momentos en que la otra persona habla y nosotros aparentamos escuchar, en rigor no estamos oyéndole, estamos preparando la frase con la que le responderemos a continuación cuando él termine».
Nos hace falta tener muy poco egoísmo y mucha caridad para escuchar bien. Reconocer que alguien tiene cosas que enseñarnos. No hace falta ser sordos para darnos cuenta que hay tantas personas solitarias por ahí con el alma y el pensamiento lleno de recuerdos, experiencias, sentimientos, palabras y emociones, que claman desesperadas por salir, pero no saben cómo.
«Escuchar a los solitarios debería incluirse a la lista de las obras de caridad y de misericordia, pues es tan importante como vestir al desnudo o dar de comer al hambriento. «Oír con paciencia –decía Amado Nervo– es mayor caridad que dar». Muchos infelices se van más encantados con que escuchemos el relato de sus penas que con nuestro óbolo». Incluso, a quién no le ha pasado, que algunas personas que vienen a pedirte un consejo se van contentas sin siquiera haber oído tu respuesta, porque lo que realmente querían no era tu consejo, sino que las escucharas. La parte más conmovedora del video se muestra cuando vemos reflejada esta experiencia en el rostro de Patrick. Todas esas cosas que estaban atrapadas en su mente, pueden, por fin, tener un nombre, una figura, un signo.
Nos refugiamos en nuestros propios pensamientos, en nuestras propias palabras y en nuestro propios «ruidos», porque estos pueden oírse sin necesidad de amar. Y es que no podemos mantener un verdadero diálogo con otra persona sin amarla, sin salir de nosotros mismos. «Oír es barato, escuchar costoso. Para oír basta el tímpano, para escuchar el corazón». Aprendamos a escuchar con el corazón. No nos encerremos en nuestro propio mundo y permitamos que de nuestro interior broten las palabras y los sonidos de nuestra interioridad.
*Todas las citas de este artículo son del Padre José Luis Martín descalzo.
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