Y de pronto pasaron las semanas y para muchos de nosotros, los propósitos de cambio que nos hicimos para este 2017 son ya cosas olvidadas. Tal vez, sin embargo, seguimos intentando con aquellos propósitos que consideramos más importantes, más cercanos a nuestro corazón. Pero, ¿qué tiene de especial el cambio de año, de mes o de semana?, ¿quién no está familiarizado con la expresión: «Sí, el lunes empiezo?» ¿Qué tiene de especial el lunes?

Algunos podrían decir que tanto el lunes o el nuevo mes o año nos dan una sensación de comienzo. Nos hace sentir que podemos empezar de nuevo, que tenemos una nueva oportunidad para hacerlo mejor y para ser mejores. En el video que nos trae IKEAvemos, de una forma bastante dulce y peculiar, cómo cada día es ya una nueva oportunidad para reescribir nuestra historia.

 

Esta publicidad nos muestra a dos bebés despertando temprano en la mañana, pero se van haciendo más grandes conforme va pasando el día. Ya en la noche se ve a dos adultos que regresan a casa y van a dormir para despertar nuevamente como bebés a la mañana siguiente. Y aunque es un comercial para muebles y decoración, ¿no es esta acaso una figura bastante elocuente de la realidad invisible que representa tener un nuevo día? Nuestro Dios es el que nos regala nuevas oportunidades, un nuevo comienzo todos los días. «El amor de Yavé no se ha acabado, ni se han agotado sus misericordias; se renuevan cada mañana. Sí, tu fidelidad es grande» (Lam 3, 22-23).

¿Pero cómo traducir esto a nuestras vidas? ¿Quién no se ha sentido desesperanzado por la propia falta de constancia, por haber fallado en algo que resolvimos hacer pero que quedó en nada? ¿Quién no se rindió? Puede ser algo tan cotidiano como esa suscripción al gimnasio, ser más disciplinado y levantarse más temprano. O tal vez algo más profundo, como postergar el perdón a alguien o llevar una carga de dolor del pasado que nos endurece y avejenta. En las escrituras, nuestro Dios nos responde:

«No se acuerden más de otros tiempos, ni sueñen ya más en las cosas del pasado. Pues Yo voy a realizar una cosa nueva, que ya aparece. ¿No la notan? Sí, voy a trazar caminos en el desierto y ríos en la soledad» (Is 43, 18-19).

En su pedagogía de papá, es nuestro propio Dios el que nos alienta y nos dice que no nos estanquemos en lo que pasó, en lo que hicimos o dejamos de hacer. El desaliento y la autocompasión nada bueno pueden traer. Al contrario, rindamos honor a su nombre y a esa nueva oportunidad que nos regala. Ni siquiera tiene que ser una nueva mañana, sino cada momento. Hace 20 minutos perdí la paciencia, ok, tengo este nuevo minuto en que puedo corregirme y reparar. El problema no yace tanto en la falta cometida, sino más bien en perseverar en el error, no arrepentirme y no rectificar.

Lo mismo pasa en el plano espiritual y es esto también de lo que se trata la conversión, pues ésta no es un evento que sucede una vez en nuestra vida, sino un proceso que se da cada día, todos los días. Es una maratón en la fe, durante la cual habrá varios tropiezos y caídas, pero nuestro sustento nos viene de los sacramentos (¡sobre todo de la confesión!) y de la oración. El fortalecimiento de nuestro carácter vendrá de los pequeños sacrificios que estemos dispuestos a ofrecer todos los días. Pues como dice la madre Angélica: «Tenemos toda la eternidad para disfrutar de sus consuelos, pero solo esta corta vida para hacer algo por Él».

Finalmente, identifiquemos y aprovechemos cada nuevo comienzo que nuestro Dios nos regala. Sabiendo que, ultimadamente, la esperanza que necesitamos para volver a empezar nos vendrá directamente de la relación con nuestro Señor. Nuestra cotidianidad con Él nos da la certeza de la fe, de su ternura y de sus consuelos:

«Dios no quita las pruebas, sino que da a experimentar su fuerza y su amor con los cuales conforta al apóstol. El consuelo de Dios no se trata de que Dios enseñe la resignación, significa más bien que se hace sentir presente a su militante» (Padre Hurault).