

Hace unos pocos días en Chile se aprobó la legislación que despenaliza el aborto bajo tres causales. Fue una larga y muy mediática lucha la que terminó con el aborto convertido en un derecho en ciertas circunstancias excepcionales, pero que a vista de todos los que nos consideramos pro vida, es la puerta de entrada para el aborto libre. Una triste noticia, pero al mismo tiempo un nuevo desafío de fe, una nueva periferia existencial a la cual hacer frente desde una mirada espiritual.
Ciertamente no estamos nadando en gozo y el gusto en la boca no es el del triunfo. Esto sabe amargo, raspa al tragar y deja un fuerte malestar. No se digiere. No se asume, no se puede vivir con esto.
Tristeza, amargura y esos tibios consuelos con olor a resignación que desde ahora en adelante parecen ser parte en el cotidiano de los pro vida. Como que ahora que se “despenalizó” el aborto, en el colectivo está la sensación de que perdimos y poco queda por hacer más que seguir en lo que estábamos, en nuestras parroquias y movimientos, cuidando las ovejas de nuestros rediles, intentando que no se nos escapen.
Nosotros, a pesar del esfuerzo de años, no lo logramos y el escenario no se ve más esperanzador para los demás países de latinoamérica. Luchamos no solo contra fuerzas políticas sino que es sabido que son intereses internacionales los que financian y promueven estos movimientos sociales y sin duda, tal como lo dijo Jesús, luchamos contra fuerzas espirituales.
Por eso causa sorpresa verlos celebrar con tanta alegría y de forma tan expresiva. Estamos hablando del aborto, de algo que, incluso para aquellas mujeres que dicen estar frente a la necesidad de hacerlo, es algo difícil, doloroso. Es desconcertante recibir esto viéndolos celebrar el triunfo. Se hace complejo distinguir lo bueno de lo malo cuando lo que, consideramos malo se convierte en algo legal, permitido, aprobado, y se celebra su validación como si fuera la copa del mundo o una medalla olímpica.
Sobre las tres causales, hay mucha tela que cortar y en cada país seguro el marco jurídico será distinto y la situación de base a la que se enfrentan los que van al debate debe ser distinta, pero básicamente el contexto genérico es el mismo en todos los países.
Inviabilidad fetal es la primera causal. Uno puede ponerse en los zapatos de familias empobrecidas, que ven una grave enfermedad que posteriormente terminará en la muerte de su hijo como inminente riesgo de endeudamiento, empobreciendo aún más a la familia; en cambio ahora, con el aborto aprobado bajo esta causa, todas las prestaciones médicas serían gratis o a un costo muy bajo. Estoy intentando ser empático, comprender, meterme en la realidad de quienes viven esa realidad. No obstante en Chile, diagnosticar la inviabilidad fetal es tremendamente complicada; solo existen 17 especialistas realmente capacitados para aquello.
El riesgo de muerte de la madre, lo que hace poner en la balanza cuál vida es más importante, como si hubiera una de las dos que lo fuera. Ya desde ahí se vuelve complicada la conversación. Luego la disputa de los derechos y la libertad de la mujer sobre su propio cuerpo, el ninguneo sobre la dignidad del no nacido, aludiendo a que no es persona humana, por lo tanto no es sujeto de derecho. Nadie habla de asesinar madres, pero sí hay muchos ejemplos de cómo vivir esta realidad humana tan difícil, desde el amor, desde una maternidad entregada.
Embarazo producto de una violación, la cual sin duda es de las más cuestionadas de las tres causales, pues no hay un problema de salud asociado, pero sí una terrible y dolorosa realidad humana, un problema sin solución para muchos, una herida incurable. Es terrible porque la vida de nadie está en riesgo, no se soluciona ningún problema, no se habla de la sanción al violador ni se acompaña la vida de la madre posterior al aborto. Es sumar dolor al dolor.
Y frente a esto tenemos dos posibles formas de vivir la situación. Hacer un recuento de los daños como si fuera un accidente de tránsito o un bombardeo, sentir lástima de nosotros mismos, recoger nuestros restos e irnos a casa a lamernos las heridas. El otro camino es ponernos de pie rápidamente y ver como atender a los heridos, salvar lo más que se pueda y buscar la forma de seguir avanzando. Yo apuesto por la segunda.
Levantar los ánimos, recobrar la esperanza, mantenerse orantes
Jurídicamente es una derrota, más no espiritualmente. Aun tenemos nuestra libertad para orar, para acompañar a los que sufren para dar esperanza, para ofrecer no solo palabras de ánimo, sino que donar nuestra propia vida por la de los demás. En ese sentido, lo más cristiano que podríamos hacer no es precisamente publicar en redes sociales nuestro malestar y repudio, sino que salir de ellas, ir al mundo real y ser nosotros mismos la solución, el medio que Dios pone para acompañar a esas miles de mujeres, que, sintiéndose sin otra salida, deciden abortar y ahora, más que nunca, ven las puertas abiertas para hacerlo.
Que no se nos olvide que Dios nunca pierde, que esta lucha, aunque nuestra, por sobre todo es de Él, que la batalla frente a la muerte está ganada por la Sangre de Jesús y aun cuando todo se ve sin salida, Dios está en control de todo.
Hacernos cargo de la situación
Ya nos hicimos cargo de explicar a la opinión pública que nuestras razones no son únicamente religiosas y morales, sino que hay mucho de ciencia en todo lo que argumentamos aquellos que somos pro vida. Nos hicimos cargo de aquello en su momento y en muchos países de latinoamérica lo están haciendo también. En hora buena.
Ahora tenemos que hacernos cargo de quienes vean que el aborto es su única opción, tanto financieramente como familiar y personalmente hablando. ¿Qué otra alternativa real tiene una mujer de escasos recursos frente a alguna de estas tres causales? Tu y yo sabemos la teoría, pero ,¿de verdad pueden costear tratamientos para la vida de días o semanas de un bebé “inviable” que fallece al poco tiempo de nacer?, ¿de verdad pueden hacerse cargo de sí mismas y de un hijo sinceramente no deseado producto de una violación sin apoyo económico, psicológico, terapéutico?, ¿es factible enfrentar la muerte con esperanza, entrega y alegría cuando no se tiene fe en la vida eterna, cuando parece que con la muerte se termina todo? No basta solo con decirles que tenga fe y que “le echen ganas”.
Nuestro discurso es casi moralmente impecable, solo por el hecho de que tenemos que hacer más. Yo sé que se hace, que en muchos países hay fundaciones y ONGs especializadas en acoger familias y en particular madres que viven estas terribles realidades, pero son pocas, no dan abasto y se ven siempre aproblemadas en su financiamiento. Tienen que existir más de estos lugares, debemos crear más espacios, para que, frente a la posibilidad de “solucionar” las cosas mediante un aborto, exista otra solución igualmente real. Nadie va a crear esos espacios por nosotros, nadie los va a financiar por nosotros, nadie va a hacer ese trabajo por nosotros.
A veces nos parecemos a esos cristianos que tan duramente critica Santiago en su carta, cuando dice: «Si un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse ni qué comer, y ustedes les dicen: «Que les vaya bien, caliéntense y aliméntense», sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso?»» (Santiago 2, 15-16).
Tenemos que hacernos cargo, no solo explicar nuestros valores e intentar que los demás los adopten como propios, sino que ayudarles en ese camino, asumirlo como una carga nuestra. De otra forma, nos queda la resignación y el hacer oídos sordos para no sentirnos culpables por no ayudar a salvar vidas.
Acompañar a nuestros jóvenes, no dejarlos solos
Los medios de comunicación se han encargado de hacer propaganda a los supuestos valores que defienden el movimiento abortista a nivel mundial. Se presente el aborto como un avance en materia social y como un derecho fundamental de la mujer para alcanzar su plenitud y libertad, muy de la mano de las ideas feministas de liberación de la mujer. Si solo dejamos que sus gritos y pancartas ensordezcan a nuestros niños (e incluso a nosotros mismos), no podremos más que contar los días hasta que dentro de nuestras familias y comunidades tengamos el primer relato de una chiquilla que se practicó un aborto, por las razones que sean; pues creyó lo que vio y dentro de nuestros grupos no escuchó una respuesta igual de convincente y real.
Que no sea un tema tabú, conversemoslo en la mesa familiar como una situación real, no como una conferencia teórica sobre un problema que le ocurre a otros. Pongámonos en los zapatos de quienes están viviendo eso, ¿Qué haríamos si nos tocara vivir algo así?.
Seguir en la calle, seguir en lo público
Aunque no lo queramos, debemos involucrarnos en el asunto político, porque, aunque orar es importante, las leyes se aprueban con votos y esos votos son de políticos democráticamente elegidos. El no involucrarnos está teniendo consecuencias nefastas, no es solo un cuento apocalíptico que va a ocurrir en el futuro; pues las leyes se están aprobando un tras otra y no tenemos representantes de peso en nuestros países que defiendan nuestros valores, nuestra concepción de la vida. Los políticos católicos no salen por arte magia, son personas que se formaron en familias, que estudiaron en colegios y universidades y que luego una comunidad les apoyó para que les representara. Si a los católicos que tenemos en medio de la política los criticamos en vez de ayudarlos, apoyarlos y ponernos a su disposición para trabajar por lo que creemos, es poco probable que en un par de años exista siquiera alguno que pueda defender lo que creemos y queremos vivir.
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