

Y el ciego dijo: “Deberían envidiarme todos. Pues tengo la ventaja de amar a las personas por lo que son y no por lo que aparentan ser”. La privación de la vista no es algo que las personas vayan anhelando por la vida, pero esta frase nos deja mucho que pensar. Cuánto mal podemos llegar a hacer cuando nos olvidamos que el otro -ese sobre el cual solemos emitir un juicio tan a la ligera- también es una persona como yo. Tiene errores, como yo. Se cansa, como yo. Sufre, como yo.
Podríamos decir que el mundo de hoy, cargado tantas veces de superficialidad y egoísmo, no nos ayuda a centrar nuestro corazón y nuestros pensamientos en el interior de las personas, sino que tendemos a juzgarlas por lo que vemos. Tampoco es cuestión de echarle la culpa de todo al universo, somos dueños de nuestras acciones y tenemos a Jesús como el mejor Maestro que nos enseña cómo debemos comportarnos con nuestros hermanos, “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4, 18).
Uno de los principales caminos para lograr la paz en este adviento, consiste en promover la unidad más que en resaltar las diferencias, en esta actitud radica, la mayoría de las veces, el odio y la violencia. Nos toma un segundo construir un prejuicio, y esto lo hacemos fácilmente, pero en cambio, no nos tomarnos un segundo más para conocer realmente a los demás.
Todos somos diferentes. Ni siquiera uno solo de los miles de millones de personas que estamos en este mundo es igual a la otra. Cada uno tiene una historia única e irrepetible, por lo que el otro ante una misma situación puede reaccionar de una manera completamente distinta a la que tú reaccionarías. Por lo mismo, hay personas que quizás guardan en su interior mucho dolor o inconformidad y su manera de expresarlo es a través de su mal comportamiento. Sin embargo, como vemos en el video, muchas veces juzgamos mal aplicando preconceptos erróneos sobre las personas según nuestra propia manera de ver las cosas, desde la perspectiva de lo que nosotros somos y pensamos. Es decir, si somos depositarios de malos pensamientos, negatividad y rencores, es muy probable que miremos la vida de la misma manera; pero si somos personas llenas de alegría y buenos sentimientos, podremos ver la misma situación de un modo distinto. En esto Tomás de Kempis, (autor del gran libro que recomiendo leer: La imitación de Cristo) nos dice que:
“El hombre apasionado convierte el bien en mal y es propenso a creer siempre a la ligera en lo malo. El hombre bueno y pacífico, trata de mirar las cosas desde el mejor ángulo”.
En los juicios que emitimos se puede ver mucho de la predisposición de nuestra alma, que generalmente ve aquello que quiere ver y no aquello que es.
Ahora, supongamos que el mal juicio emitido sobre alguien es correcto, ¿por qué mejor no miramos primero nuestro propio interior y después intentamos ayudar a nuestro hermano desde la misericordia?, esa palabra que hoy día suena tan rara, esa palabra de la que tanto le habló Jesús a nuestra querida Santa Faustina Kowalska.
“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Lucas 6, 41-42)
Sin embargo, es importante considerar, que si bien no debemos juzgar por las apariencias, es importante cuidar nuestro exterior, para que este refleje lo que llevamos dentro.
Te dejamos algunos consejos para practicar la prudencia y el entendimiento antes que el mal juicio sobre tu hermano:
1. Muchas veces ese hermano no es un alguien que nos cruzamos por la calle una vez y que no vemos nunca más, puede ser alguien que vive bajo mi mismo techo: Mis padres, mis hermanos, abuelos, amigos, etc. ¿Por qué comenzamos diciendo esto? Porque tendemos a aplicar todas las buenas obras de nuestra casa para afuera y la idea es comenzar con los que están más cercanos a nosotros, esa es nuestra primera misión. Vale la pena preguntarnos: ¿Quién es nuestro hermano?
2. No eres dueño de la verdad absoluta: Dios es el único que conoce el corazón del hombre. Tú no eres perfecto y también te puedes equivocar, mucho más cuando no conoces a esa persona o su situación.
3. Practica la corrección fraterna: La Biblia nos enseña que no basta corregir al que yerra, sino que debemos hacerlo del modo en que nos gustaría que lo hagan con nosotros. Es más probable que una persona te escuche si le hablas bien, a si lo haces de mala gana. De ese modo solamente conseguirás que reaccione defendiéndose. A todos nos gusta que nos animen, hasta con las palabras.
4. Ponte los anteojos de Jesús: ¿Verdad que Jesús muchas veces parece tener mala vista? Él ve oportunidad donde otros ven fracaso (Jn 8,1-11); ve compasión donde otros ven desprecio (Lc 17, 11-19); ve humildad donde otros ven tontería. Por lo tanto, antes de juzgar pregúntate: ¿qué haría Jesús en mi lugar? Te aseguro que esa pregunta, realizada de un modo sincero y consciente, te hará ver muchas cosas en tu vida y en la de los demás de una manera diferente.
5. Ten en cuenta que la persona sobre la cual vas a emitir un juicio, antes que ser un humano más, es una creación de Dios: Por lo tanto, no solo estarías criticando a un hermano, sino que también estarías despreciando la obra de sus manos.
6. Practica la empatía: Ponte en los zapatos del otro. Intenta imaginar lo que pudo haber pasado esa persona para que ahora sea como es, según tu propia visión (recordemos que la misma puede estar errada). “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.” (Romanos 12,15).
7. Pídele a Dios un corazón nuevo todos los días: Él es el único capaz de transformarlo, porque es Él el que lo ha creado.
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