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Zoe trabaja en Kismet Diner y sueña con convertirse en cantante, pero por el momento no le molesta servir las mesas. Por supuesto que ayuda que todos en el restaurante la quieran; su jefe hasta compró un karaoke para que Zoe pudiera cantar a sus clientes. Una noche de sábado, en medio de un improvisado concierto, Zoe descubre un cliente que nunca antes había visto y que luce totalmente desinteresado. Normalmente, esto no le importaría… pero él actúa como si ella no estuviera ahí. ¿Quién es él? ¿Por qué Zoe no puede dejar de mirarlo? (Reseña tomada de aquí).

El corto de hoy tiene muchísima miga -como dirían algunos españoles- por eso su análisis lo hemos puesto en manos de nuestro excelente equipo de blogueros asociados. Disfrútenlo:

Lucía María M. Alcalde (España): miembro de Arguments y autora del libro «Me debes un beso»

El vídeo empieza: “Todos queremos ser amados. Y todos queremos enamorarnos”, y creo que falta una tercera frase: “Todos queremos amar”. Laura, la protagonista, da ese salto del enamoramiento al amor. Al principio es un amor platónico. Para su frustración y tristeza, él no hace ningún caso a las canciones que ella le compone, ni siquiera la escucha cuando canta… Es muy doloroso cuando amamos a alguien y esa persona no recibe ni acoge nuestras muestras de cariño. Y es fácil que entonces nos enfademos, perdamos la paciencia y juzguemos precipitadamente a la gente.

Pero entonces en el vídeo suceden dos cosas: 1. Laura descubre que el chico es sordomudo. 2. Cupido le ofrece la solución. Esto refleja que el conocimiento de la otra persona es indispensable para saber amarla. Y el salto del enamoramiento al amor está reflejado en la noche en vela que pasa Laura para aprender el lenguaje de signos: ese paso de las mariposas en el estómago al querer a la otra persona con hechos concretos, quererla como mejor sabemos hacer (en este caso, Laura con sus canciones), pero a la vez mirándola a ella, buscando su bien, acogiéndola como es, aprendiendo su idioma.


Juan Lima (Argentina), autor del blog: Joven, ¡Duc in Altum!

Me animo a pensar en el dueño del bar como a Dios, a Laura como cualquier miembro de la Iglesia, y al joven como a esos amigos nuestros a los que hay que presentarles el Mensaje, transmitirles ese amor que tenemos por él/ella, el cual queremos compartir. Amor que viene de Dios.

Laura tiene dones, como vos, como yo. Pero es el dueño del bar quien (así como el dueño de nuestras vidas) la anima a poner sus talentos en acción, para que no queden enterrados. Y, finalmente, Laura obtuvo una gran recompensa, pero no sin antes pensar una y mil veces cómo llegar al joven. Cantó muchas canciones hasta conquistar su corazón. Hizo todo lo posible, nunca bajó los brazos. 
Pienso, nosotros, ¿damos todo por las cosas que amamos de verdad?. Al verla a Laura se me venían a la cabeza las palabras de San Pablo «Me hice como uno de ellos (…) para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio» (1 Cor 9, 20-23). Benedicto XVI nos decía que el cristiano «es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio de Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar» (DCE, 31). Y si de amar se trata, Laura podría darnos cátedra… ¿y tú?


Pilar V. Padial (España), autora del blog: ¡Vive!: Celebra la vida

Desde que tengo uso de razón, recuerdo haber escuchado continuamente, por parte de padres y educadores, consejos y comentarios denigrando el enamoramiento. Parecía que era algo que sólo conllevaba peligros y superficialidad. Quería creerles, pero me resultaba imposible: ¡Yo anhelaba el enamoramiento y me parecía, no sólo bueno, sino muy bueno! 
Hoy, con bastantes más años vividos, me reafirmo en ello. Creo que es algo tan necesario como el sentirse amado y el amar. Me parece un don de valor inestimable que Dios nos obsequia cada día, pequeños destellos de su belleza que nos señalan, como las miguitas, el camino de vuelta a casa. Me enamoro cada día: de la mirada de un niño, una palabra, la belleza de algo… Gracias a ello, las cuerdas del amor de mi corazón se mantienen temperadas y afinadas. Voy descubriendo sus sonidos, y cómo dirigir esos afectos es el arte realmente difícil del amor. Sin embargo, con Dios, vamos aprendiendo a hacerlo bien.


P. Joan Carreras del Rincón (España), autor del blog: «Nupcias de Dios»

Todos queremos ser amados. Todos queremos estar enamorados. 

Lucía, indica un tercer deseo: “Todos queremos realmente amar”, es decir, nuestro verdadero deseo no está simplemente en “estar enamorado” sino en poder amar realmente. Porque el amor es más que un sentimiento. Acierta en eso. Pilar señala lúcidamente que la vida no vale la pena si no se está enamorado. ¿Son compatibles las dos afirmaciones? Para Pilar el enamoramiento es en realidad un estado que poco tiene que ver con el sentimentalismo. Es más bien una decisión vital de vivir amando. También acierta, porque en el fondo me parece que las dos dicen lo mismo.

En enamoramiento en cuanto estado afectivo es agridulce: sólo hermoso mientras existe la esperanza de ser correspondido. En cuanto que el enamoramiento pertenece al eros, el dolor está siempre al acecho. Sólo en el agapé es posible instalarse en el amor de una manera desinteresada y generosa. Pero eso solo el Cupido divino puede otorgárnoslo.


Néstor Mora (España), autor del blog: «EclesiasTIC»

Comunicación misteriosa y divina comunicación. Transmitir es sencillo. Lo complicado es ser entendido por quien quisiéramos que recibiera lo que compartimos. Podemos pasarnos la vida hablando, cantando o gritando, pero puede ser que nadie nunca nos oiga. El lenguaje es importante y es, en si mismo un misterio. Nos une y al mismo tiempo nos separa. Nos enlaza y nos aleja. Una misma palabra puede ser caricia o dolor, invitación o repulsa.

Comunicar la fe parece sencillo, pero muchas veces es imposible. Aunque hablemos el mismo idioma y pasemos horas uno delante de otro. Sentimiento y voluntad deben de unirse a un mensaje que llegué al otro con eficacia. Para comunicar la fe es necesario entrar en el universo personal de la persona que está delante, ensimismada en su realidad. Babel se revive cada día, hasta que llega Pentecostés.


Manuel Rodriguez (Perú), autor del blog: «Roncuaz»

Efectivamente una buena historia de amor que como todas siempre comienza con la percepción de la unicidad de la persona para ir «duplicándola» en el encuentro fecundo para multiplicarse ambos en una familia. En este caso un primer actor secundario que cobra protagonismo es la música, probablemente el mejor símbolo del Espíritu, ya que cuando se canta literalmente el sonido se «sopla» y se difunde en búsqueda del amado. La timidez de la chica, su rubor por el descubrimiento del amor en su corazón sólo son superados y elevados, jamás abandonados, porque son componentes dulcísimos del amor verdadero, por su habilidad para cantar. Otros actores secundarios que ayuda a los protagonistas son todos los anónimos que crean el ambiente, que invitan a la chica a cantar, que la sostienen en su intento porque ven que vale la pena dejando en claro que efectivamente el amor es difusivo y busca siempre el bien. El que colecciona las historias es una figura de Dios que siempre hace memoria de cada cuento personal justamente porque Él es Una comunidad de Personas.

¿Se te ocurre algún otro elemento? ¿Cómo interpretarías este video?