

Aunque quisiera sinceramente dirigir este post a aquellas mujeres que cargan con el peso de haber practicado un aborto, sé que tal vez muchas de ellas (fruto de la herida que dejó este hecho doloroso) se han alejado de Dios o de todo aquello que las lleve a enfrentarse con el dolor tan grande del acto que han cometido. Por eso quiero dirigir más bien esta reflexión a todos aquellos que conocen a alguien que ha abortado, que tienen la enorme responsabilidad y el deber de caridad de darles consuelo y compañía y ayudarlas a encontrarse de nuevo con la misericordia de Dios que todo lo perdona.
La Fundación Vida, nos presenta el corto «El club de los ojos verdes», que muestra a una mujer que se encuentra con quien pudo haber sido su hijo no nacido; con la vida que le impidió que viviera, con los amigos con los que no compartió, con la vida que no vivió. Frente a esto, la culpabilidad y el dolor parecieran ganarle a la mujer, pero algo inesperado sucede: el consuelo de ese mismo hijo que no juzga a su madre sino que entiende que el miedo y la soledad fueron más poderosos y fueron los que condujeron a su madre a tomar esa decisión.
Son esa misma soledad y ese mismo miedo los que persiguen la vida de una mujer que ha abortado. Miedo a no ser perdonada, a ser juzgada y señalada con el dedo; miedo a no ser comprendida en su dolor más profundo. La mujer que aborta es sin duda una víctima de sus propias decisiones, una de las partes afectadas que necesita ayuda, consuelo, escucha, y sobre todo, que necesita encontrarse con el amor incondicional de Dios que a pesar de la profundidad y gravedad de nuestros pecados, nos dice una y otra vez como a la pecadora perdonada: «Tampoco yo te condeno» (Jn 8,11).
En este año de la misericordia, esforcémonos por ser agentes de reconciliación, por ayudar a que muchas de estas mujeres puedan encontrarse con el amor misericordioso del Padre que restaura nuestro corazón roto y herido y nos devuelve el consuelo y la paz que hemos perdido. Dios conoce los miedos y temores de aquellas mujeres que deben enfrentar al mundo con un embarazo no deseado, que se sienten asustadas al ver un futuro incierto al creerse incapaces de asumir la responsabilidad de una vida que llega en un momento no esperado. Dios sabe también del arrepentimiento, de las lágrimas derramadas, del sentimiento de culpa, del grito desesperado y solo de aquella mujer, que habiendo abortado, toma conciencia del mal que ha hecho, de la maternidad que ha traicionado, del hijo que ha rechazado y de la profundidad de la herida que ha quedado marcada en su corazón.
Por eso mismo, Dios todo lo perdona, todo lo sana, todo lo restaura: «hace nuevas todas las cosas», y nos da la posibilidad de empezar de nuevo, de continuar la vida, de asumir el dolor de la culpa y de convertirnos en signo de esperanza, de amor a la vida y de maternidad restaurada. Ayudemos a que muchas de estas mujeres puedan encontrarse con este amor sanador del Padre a través de nuestra oración y de nuestro consejo: cada una de ellas son ese hermano que sufre, esa oveja perdida del rebaño, ese peregrino herido en el camino que necesita samaritanos que curen sus heridas en el bálsamo del amor misericordioso de Dios.
Si necesitas más recursos sobre este tema para poder acompañar a personas que han abortado o ayudar a otros jóvenes, te dejamos un par de videos que te servirán:
0 comentarios