Creo que todos alguna vez nos hemos sentido fastidiados frente a la actitud indiferente de una persona que no suelta el celular, el portátil o la tablet. Un amigo, un familiar, nuestra propia pareja o tal vez un extraño con el que tratamos de construir una conversación.

A diario escuchamos los típicos comentarios referentes a la adicción de la que somos víctimas grandes y chicos. Hemos olvidado sostener una mirada, apreciar una sonrisa, burlarnos de una buena mueca o simplemente ver caer la tarde, nos perdemos de millones de cosas que tal vez son insignificantes en el ahora pero que pueden construir un mundo de recuerdos para el futuro. Nos quejamos de la monotonía, del aburrimiento o de la simple idea de desconectarnos por un rato, porque ahora es impensable, imperdonable, absurdo, no existe excusa alguna para no estar conectados pero si somos expertos en estropear buenos momentos por tener la cabeza y las manos hundidas en otro mundo.

Pienso que todos hemos encarnado alguna vez los dos papeles de los personajes de este corto. Hemos tenido ganas de reír a carcajadas, de robar un beso, de abrazar con fuerza, de atrevernos a decir algo importante, pero nos hemos sentido frenados al ver la actitud fría e inhumana que adopta esa persona que decide estar inmersa en otro planeta, a años luz del nuestro. Reflexiona cuál de los dos personajes eres la mayor parte del tiempo.

Piensa en esta situación: en tu familia debe haber alguien mayor, tus abuelos, tus padres o tal vez algún tío que no comparte la idea de estar todo el tiempo en el celular o tal vez ni siquiera de tener uno. Después de que hayas pensado en ese alguien de tu familia haz memoria y recuerda que en eventos sociales es el o ella la única persona que de verdad se da cuenta de lo que pasa a su alrededor mientras el otro 90% de la familia (incluyéndote) lleva la cabeza baja y carga con el celular hasta el baño. Ese pariente se siente excluido, solo e incluso triste aunque no lo grite a los cuatro vientos porque sabe que nadie va a acercarse a preguntarle cómo estuvo su día o cuáles eran sus sueños en la infancia, qué deporte practicaba o cómo fue su primer amor.

Tampoco debemos ir tan lejos, la historia que narra este corto es totalmente cierta. Podemos perder a personas que amamos por comportarnos como robots, podemos sentirnos abatidos y llenos de tristeza tras intentar obtener un poco de atención por parte de nuestra pareja, amigos o hijos y fracasar en el intento. Es frustrante, desesperante y molesto intentar tener una buena conversación, una cena o una reunión familiar cuando otras personas ni siquiera te miran a los ojos cuando estás hablando.

Nos hacen falta más escapadas de la dura realidad, de los problemas del trabajo o de los conflictos internos. Nos hace falta respirar con tranquilidad, no llevarnos instintivamente las manos al bolsillo para verificar que nuestro otro miembro (el celular) aún sigue allí; nos hace falta dejar de imaginar que está vibrando o que tal vez el mundo se va a acabar si un día lo dejamos en casa. Nos hace falta apreciar las cosas sencillas que pasan a nuestro alrededor y darnos cuenta que eso es lo que de verdad importa, porque aunque no lo creamos podemos marchitar o destruir el amor de alguien que nos quiere con un frío: «dejame contestar este mensaje», «ahorita no tengo tiempo», «estoy ocupado», o el irritable: «¿Qué me estabas diciendo?». Creo que todos alguna vez hemos sufrido un paro respiratorio al no encontrar el celular (ojo no estoy diciendo que no sea necesario) pero no lo debemos convertir en un elemento indispensable.

Este video me hizo recordar que muchas veces ignoramos el dolor ajeno por estar viendo una conversación ridícula o contestando un correo “urgente”, incluso nos ponemos de mal genio o contestamos con rabia a aquella persona que pide atención. Hoy podemos perder momentos y personas valiosas que tal vez nunca vuelvan, por ser indiferentes, por pedirle a esa persona que tenemos en frente que espere o que guarde silencio para poder hablar con otra que se encuentra lejos pero que arruina nuestro momento presente con esa persona, que paradójicamente, ha decidido compartir tiempo “valioso” con nosotros.

Quiero invitarte a desaparecer por pequeños momentos, a dejar el celular mientras sales a caminar o a apagarlo cuando juegas con tus hijos. También puedes apartarlo mientras te sientas a la mesa o sales a hacer compras, es triste ver que todos andan inmersos en sus aparatos móviles mientras la vida pasa dándonos regalos extraordinarios. Qué diferente es todo cuando se nos queda el celular o cuando se descarga y no tenemos un lugar para ponerlo a cargar ¿verdad? No sabemos ni qué actitud tomar, ¿qué hago sin celular?

Disfruta del amanecer, de sacar la cabeza por la ventana mientras vas en el carro, de ver a tus hijos jugar en el parque en vez de sentarte a revisar el celular mientras “se distraen”. Disfruta de una comida sin la interrupción de una llamada, un mensaje de whatsapp o un correo del trabajo, sal y piérdete un día completo si quieres, haz el experimento y deja que el mundo se pare patas arriba y que la gente te diga que estás loco por no contestar los mensajes. Ve y desintoxícate, abraza fuerte y besa con ternura, mira a los ojos y ora sin seguir cadenas amenazantes de whatsapp que te dicen que te iras al infierno si no envías el mensaje a 58mil personas. Regálate tiempo a ti, a tus amigos y familiares y dale las gracias a Dios en cada instante porque estás vivo y te creo que para que fueras feliz y no para que te convirtieras en algo que se puede botar a la basura.

Tarea: en la próxima reunión familiar o de amigos que tengas, encuentra a esa persona solitaria, tal vez mayor y conversa con ella, pídele que te cuente alguna historia o que te comparta algún recuerdo, seguro se sentirá agradecido.