Video, sencillísimo, pero tremendamente elocuente. «Ecce homo». He ahí al hombre. La realidad se presenta ante él como un mundo inmenso y fascinante por descubrir. Sus ojos se abren llenos de preguntas y admiración. Intuiciones muy profundas lo mueven a vivir, participar, involucrarse, perfeccionar su entorno. Cierta lógica le sugiere correspondencias y una aspiración a la armonía, a la verdad, al bien, a la belleza. Pero, como se ve en el video, resulta evidente que no se basta a sí mismo. Que, aunque algo percibe con acierto, no termina de entenderlo todo. Su insuficiencia no logra ser aceptada frente a la intensidad de sus deseos. Lo quiere todo y parece creer que querer es poder. Parece no querer bien. No se detiene a ver adecuadamente, ni a pensar. Los deseos parecen fundamentar su libertad, y su libertad se estrella contra la realidad. Quiere que el círculo sea cuadrado y que el triángulo sea círculo, mientras que la realidad, firme como roca inamovible, recibe como yunque los mazos de su absurdo. No se consigue nada. Todo se rompe y se derrumba.



Gran paradoja. Todo aparentemente dispuesto para el aprendizaje, el desarrollo, el despliegue, la participación y la felicidad, pero como el niño, el hombre de hoy, post-moderno o post-humano, como se llega a decir, se accidenta en vuelos desorbitados como átomo sin núcleo. Él pretende decidir cómo son las cosas, pero la naturaleza de las cosas, ya muy lejana y extraña para él, sigue firme en su silente elocuencia. Oírla implicaría obedecer con reverencia, pero aquel remoto «non serviam» es ahora lema del liberalismo absoluto, aquella hazaña que empieza en sueño, marcha como aventura y termina en llanto, amargura, frustración y desesperación de niño solitario e indefenso que golpea su cabeza contra el suelo.

Decir el hombre, es decir el mundo y es también decir nosotros. Solo Dios nos ofrece la verdad como la única pradera donde poder correr y respirar auténticamente. Ella es la puerta de entrada al camino de la libertad y la felicidad. Como decía Juan Pablo II: «La libertad no consiste en hacer lo que nos apetece, sino en tener derecho a hacer lo que se espera de nosotros». Y ya nos ha sido anunciado y prometido: «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32). ¿No habrá llegado el momento de ensayar la verdad?