

Hace días, mientras estaba en un restaurante, vi que una pareja de esposos y sus tres hijos estaban sentados en una de las mesas cercanas. Tuve que mirar de nuevo porque algo captó mi atención: todos, desde la niña más pequeña hasta la mamá, estaban concentrados viendo sus celulares mientras comían, sin levantar ni siquiera la vista para ver qué se estaban llevando a la boca. La niña veía videos con sus auriculares en el oído mientras movía su cabeza de un lado al otro, sus dos hermanos parecían estar concentrados en videojuegos en sus teléfonos, su mama al parecer respondía algunos mensajes de texto y su padre deslizaba su dedo índice sobre su pantalla como si estuviera pasando de una imagen a otra. Debo confesar que tuve curiosidad de volver la mirada hacia esa mesa en un par de ocasiones más y, durante el tiempo que estuve allí, ninguno despegó sus ojos de sus teléfonos móviles.
Se preguntaran: y eso ¿qué tiene de extraño? Precisamente ese es el problema: Ya no es algo extraño, ¡se convirtió en algo normal! Y eso fue lo que me sacudió y me recordó que yo mismo he estado en esa situación muchas veces. En varias ocasiones, durante las reuniones familiares o con mis amigos, yo estaba más pendiente de los mensajes que me llegaban a través de whatsapp, de las actualizaciones en los estados de mis contactos en redes sociales o quizás de revisar el correo y contestar aquellos que había dejado pendientes durante el día. Con mucha tristeza debo aceptar que muchas veces parecía estar concentrado y con una sonrisa de oreja a oreja solamente cuando tomaba las fotos para “el recuerdo”, fotos que al instante publicaba en las redes sociales para revisar los comentarios que otras personas hacían, perdiendo la oportunidad de disfrutar el momento que estaba viviendo y sobre todo salir al encuentro de los demás como el video nos muestra.
Parece que cada vez más los espacios “públicos” se van transformando en lugares donde nadie mira a nadie, donde todos somos desconocidos, donde sonreír es algo extraño y hablarle a otro es sospechoso. Pareciera que es la regla y no la excepción estar pendiente todo el tiempo del celular en la universidad, el trabajo, los centros comerciales, la calle, la casa y hasta en la iglesia. ¿Cómo podemos encontrarnos y ayudarnos si hemos perdido la capacidad de mirarnos a los ojos?
El video me lleva a pensar que el modo en que usamos el celular quizás sea solo un síntoma de algo más profundo, y para hacer un mejor uso de estos dispositivos debemos ser conscientes y dar pequeños pasos cada día.
1. Queremos tener el control de todo
Cuando usamos nuestros teléfonos móviles somos nosotros quienes manejamos la alarma, decidimos cuando nos despertamos, qué vemos, qué aplicaciones tenemos, a quien llamamos, a quien respondemos, que fotos tomamos y cuales borramos, qué compromisos ponemos en nuestra agenda o recordatorios. Básicamente sentimos que controlamos nuestro “micro-mundo” y, seamos honestos, tener el control se siente bien. Sin embargo, en la vida real no es así, no podemos controlar muchas cosas y ahí es donde debemos reconocer que nuestra tranquilidad no debe depender de un dispositivo móvil o de una aplicación, solo en Dios encontramos paz (Salmo 62, 5-7).
2. No nos gusta estar a solas con nosotros mismos, preferimos escuchar el ruido del mundo
Cuantas veces nos aterra o nos aburre el silencio. Sin embargo, en el silencio podemos escuchar la voz de Dios y pensar sobre nuestra vida, nuestras acciones y decisiones (1 Reyes 19, 3-15; Salmo 131). Sobre aquello que está pendiente por decidir o reflexionar en nuestras vidas y, muchas veces, simplemente lo ignoramos o lo dejamos para otro momento. Decidimos escuchar el ruido externo desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y quizás dejamos poco espacio para Dios y para nosotros mismos. Es necesario preguntarse: ¿Cuándo fue la última vez que tuve un rato de silencio para estar conmigo mismo y pensar sobre alguna situación en mi vida o simplemente para dar gracias a Dios? Esto nos lleva al siguiente punto.
3. ¿Cuantas horas al día pasamos “conectados” al celular?
La primera pregunta es: ¿cuantas horas del día paso en el celular? A modo de ejercicio, incluyamos solamente aquellas cosas que no están relacionadas con el trabajo o las obligaciones diarias, es decir: tiempo que gasto viendo aplicaciones, videos, escuchando música, revisando las redes sociales, juegos en línea, chats, enviando fotos, etc.
Ahora preguntémonos: ¿Cuántas horas al día dedico a pasar tiempo de calidad con mi familia o amigos? ¿Con que frecuencia llamo a esas personas cercanas que se están atravesando momentos difíciles y se pondrían alegres de recibir un mensaje de ánimo? ¿Cuánto tiempo dedico cada día a la oración personal o a simplemente a dar gracias a Dios por las bendiciones? ¿Cuántas horas al mes invierto en retribuir algo de lo que me ha sido dado a través de un voluntariado, visitar a algún enfermo o en un proyecto de servicio a la comunidad?
Finalmente, ¿alguna vez durante esta semana has sentido que el uso del celular te distrae de tus obligaciones como estudiar, trabajar o las tareas de la vida diaria? ¿Cuántas veces te has dicho a ti misma o a ti mismo: «solo voy a revisar un par de mensajes y sigo haciendo mi trabajo», y luego te das cuenta que encuentras en tu celular algo que te llama la atención y terminas pasando más tiempo del que creías dejando que se acumulen las tareas y obligaciones para el día siguiente?
4. Dar el celular a los niños para que “se distraigan y yo pueda hacer mis cosas” o para que “no lloren”
¿Te suena familiar? Tal vez no eres madre o padre de familia, o quizás si lo eres pero nunca has pensado en darle el celular a tus hijos para que se distraigan. Pero, ¿conoces a alguien cercano a ti quien si lo hace? No quisiera ahondar mucho en este tema, simplemente resaltar que cada vez hay mayor evidencia de los efectos negativos en la salud física y emocional que tiene el uso no controlado de dispositivos móviles en los niños, además del peligro que representa para ellos dejarlos solos navegando en la Internet.
5. Nunca es tarde para hacer pequeños cambios y emplear nuestro tiempo de una mejor manera
«Un hombre orgulloso siempre mira para abajo y, claro, si miras para abajo no puedes ver lo que tienes por encima» (C. S. Lewis).
Este video me enseñó que es necesario levantar la mirada del teléfono, solo basta con observar a nuestro alrededor para darnos cuenta que algo no está bien, quizás lo que veamos no nos guste pero nos ayuda a entender que puede haber otra manera de relacionarnos.
Sin embargo, no podemos pretender que las demás personas cambien o que nuestro propio cambio ocurra en un abrir y cerrar de ojos, podemos empezar con metas concretas y alcanzables cada día, incluso si es una sola. Por ejemplo, hoy puedo proponerme llamar a ese amigo o amiga que está pasando por un mal momento para darle una voz de aliento o simplemente para escuchar. Mañana podría silenciar una de las aplicaciones del celular que uso con más frecuencia y revisarla solo cuando tenga un espacio libre al final del día. Otro día podría silenciar otra de esas aplicaciones. El fin de semana podría proponer a mi familia no usar el celular durante la cena y que cada uno cuente algo gracioso o interesante que haya pasado durante la semana. Estoy seguro que cada persona que esta leyendo este articulo sabe en su interior qué es lo que más le cuesta en esta área y ha tratado de dar pasos muchas veces, quizás es mi momento para decir que no hay que rendirse, sino perseverar e ir conquistando pequeños pasos cada vez para poder alcanzar la meta. Así como cuando éramos niños y tuvimos que aprender a caminar antes que correr.
6. La invitación a pasar menos tiempo en el mundo “virtual” y más en el mundo real requiere un esfuerzo adicional
El Papa francisco en su exhortación «Gaudate et exultate» nos enseña:
«El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada, porque en la obsesión por pasarla bien terminamos excesivamente concentrados en nosotros mismos, en nuestros derechos y en esa desesperación por tener tiempo libre para disfrutar. Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos. En medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una vida diferente, más sana y más feliz».
Quizás hoy es el mejor día para dar vivir el presente y dar un pequeño paso fuera de nosotros mismos, como la protagonista del video quien decidió que no era suficiente con sentirse mal por quienes se encontraba en su camino cada día conectados al celular, ella decidió ir un poco más allá, salir de su zona de confort y crear un espacio para compartir la alegría, y eso es algo que se contagia. Quizás hoy es una buena oportunidad para que nosotros podamos hacer lo mismo.
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