

Hace poco vi la película «El Rey León», una de las mejores de la historia. A Simba no le dieron el Oscar por su triple papel de heredero real, proscrito y héroe, pero si se llevó una estatuilla la banda sonora, que pone los pelos de punta.
Dejando lo cinematográfico a un lado, la película tiene un trasfondo increíble. Todo un proceso de maduración personal: un momento de crisis, una etapa en la que el protagonista se da la vida buena y un encuentro que le hace sentar cabeza. En realidad son dos; el primero con Nala, su mejor amiga, que le hace reflexionar por primera vez en mucho tiempo: ¿qué había ocurrido en su vida para llegar al estado en el que se encontraba? Había huido de las preguntas de difícil respuesta animado por sus colegas (los del «Hakuna Matata»), que no tenían muchas perspectivas de futuro ni se preocupaban por el pasado. Y el segundo encuentro, que es más determinante aún: Rafiki (el monito simpático) que lo anima a encontrarse con consigo mismo. Ahí es donde empieza la acción.
Estando en Adviento nos vienen al pelo las palabras que desde el cielo se nos dicen hoy a cada uno de nosotros. «Mira en tu interior. Eres más de lo que eres ahora. Debes ocupar tu lugar en el ciclo de la vida. Recuerda quien eres» (la voz en off desaparece y las nubes vuelven a su estado habitual).
Siempre es un buen momento para reflexionar, guardar silencio y mirar en nuestro interior, pero el Adviento es un tiempo especialmente propicio para todo esto. Y Dios, que en el Siglo XXI sigue saliendo al encuentro de las personas, nos dice también: «mira en tu interior». Si lo hacemos, posiblemente descubramos que tenemos un enorme potencial, muchos dones recibidos y que, sin embargo, no somos la mejor persona que podríamos ser. Nuestros defectos nos vencen, una y mil veces. Pero no nos quedemos ahí… ahora viene la mejor parte: «Recuerda quien eres». Somos hijos de Dios. Un Dios que esta Navidad quiere nacer de nuevo en nosotros y darnos la fuerza que necesitamos para ser plenamente nosotros mismos y ser plenamente felices. Él viene para permitir que ocupemos nuestro lugar en el ciclo de la vida, irradiando esa felicidad que nace de sabernos amados y de haber descubierto nuestra naturaleza humana en un niño recién nacido, el mismo Dios.
Ojalá aprovechemos este Adviento para recordar quiénes somos y, sobre todo, recordemos que somos amados. Así recibiremos un nuevo impulso para ese cambio de vida que cada año nos proponemos y que tanto nos cuesta llevar a la práctica.
¡Feliz Adviento para todos! 😉
Artículo escrito por José María Ausín Martínez.
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