Debo aceptar que a pesar de mis 40 años, mi formación católica y además siendo peruana sé muy poco sobre santa Rosa de Lima. Cumplidos los 400 años de su muerte y la serie de hermosos eventos y exposiciones que sobre ella se han dado en este año Jubilar, finalmente la curiosidad y la responsabilidad tocaron la puerta y pude conocerla un poco más.

Entre el material que he consultado y que a mis manos ha caído, me topé con una homilía que el Cardenal Ratzinger dio en el mismo Santuario de Santa Rosa en el año 1986 cuando visitó el Perú. Esta homilía toca 3 puntos muy interesantes en los que que sintetiza de una manera muy completa y acertada las enseñanzas de esta gran santa.

Me tomo la libertad de extraerlas del texto y además incluir algunos comentarios y reflexiones personales que podrían ser útiles al momento de abordar alguna charla o enseñanza particular sobre nuestra santa.

Santa Rosa, nació en Lima en el año 1586 bajo el nombre de  Isabel Flores de Oliva. Su belleza era tal que pronto empezaron a llamarla entre su familia Rosa y finalmente el día de su confirmación tomó el nombre de Rosa de Santa María. El Santa María nos revela su profunda devoción a la Madre, a quien frecuentemente llamaba la Señora del Rosario. Su profundo amor a Jesucristo se hizo evidente desde muy temprana edad. De pequeña rezando frente a la Virgen se le apareció la imagen del niño Jesús y le dijo: «Rosa conságrame a mi todo tu amor» y desde ahí la santa se propuso vivir para Jesucristo renunciando a cualquier inclinación matrimonial.

Durante su vida, Rosa de Lima fue un ejemplo muy claro de obediencia, fortaleza, trabajo, servicio y amor a Dios. Pero hay tres puntos fundamentales que el entonces cardenal Ratzinger nos hace notar, tres puntos que son la herencia de la santa para el pueblo cristiano.

1. El valor de la oración

En su homilía, el cardenal Ratzinger, resalta la forma en que santa Rosa se dirigía a Dios «no como recitación de fórmulas, sino como un dirigirse interiormente al Señor, como estar en su luz, como dejarse incendiar por su fuego santo». Su vida misma era una oración. Lograba permanecer en oración incluso mientras hacía sus labores. Era muy talentosa en el costura y con ese oficio también sostenía a su familia. Cabe resalta que ella tuvo la idea de realizar vestidos con oraciones para la Virgen María y el Niño Jesús aquí un extracto de uno de los vestidos: «Ha de hacerse este vestido sesenta y tres días de ayuno a pan y agua, veite y cinco mil ave marías, y sesenta y tres salves en reverencias de los días sanctissimos que en este mundo vivió la Reyna de los ángeles y mi señora» (Rosa de Lima. Escritos de la santa limeña).

Rosa nunca dejaba de alabar a Dios, su amor la sobrepasaba y constantemente daba fe de las bondades y mercedes que de Nuestro Señor recibía. Con su vida misma santa Rosa nos deja esta gran enseñanza, la oración no es un simple recitar de fórmulas, la oración para el cristiano es la vida misma donde sea y en el momento que sea.

2. El amor a los pobres

El cardenal continúa exponiendo esta dedicación personal y casi exclusiva por los pobres: «puesto que ella ama a Cristo, el despreciado, el doliente, Aquel que por nosotros se ha hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que llegaron a ser sus hermanos más cercanos. El amor preferencial por los pobres no es un descubrimiento de nuestro siglo, al máximo es un redescubrimiento, puesto que esta jerarquía del amor era bien clara para todos los grandes santos. Era clarísima sobre todo para Rosa de Lima, cuya mística del sufrimiento con todos los pobres y los que sufren, que brota de la solidaridad con el Cristo doliente».

En tiempos como el nuestro, mirar la pobreza cuesta un poco más. Nos comprometemos pero con un amor “medido”, tal vez de fin de semana. No olvidemos, además, que esta pobreza no necesariamente tiene que ser material, puede ser una pobreza en el espíritu. Estamos llamados a amar completamente especialmente a los más desdichados.

3. La misión del cristiano

Para santa Rosa de Lima hacer la voluntad de Dios era lo más importante. Ella deseaba con todo su corazón ir al convento y consagrar su vida al Señor para siempre. Antes de ir fue a confiarle su corazón a Nuestra Señora del Rosario, cuenta que no pudo pararse de su sitio, incluso llamando a su hermano, no fue capaz de levantarse por lo que permaneció orando, solo cuando tuvo la certeza en su corazón de que la voluntad de Dios era otra fue que pudo levantarse. La misión de Rosa de Lima era cumplir la voluntad de Dios así esta no sea la que ella deseaba, su corazón lo deseaba a Él por sobre todo y deseaba que todos lo conocieran: «Ella deseaba poder ir, libre de las ataduras y de los límites que comporta nuestra corporeidad, a través de las calles de todo el mundo y conducir los hombres hacia el Salvador doliente. Rosa se expresaba de esta manera: «¡Escucharme, pueblos! ¡Escucharme, naciones! Por mandato de Cristo os exhort0″. Ahora ella está libre de vínculo de un solo lugar; ahora ella va, como santa, por las calles de toda la tierra. Ahora ella vuelve a llamar con la autoridad de Cristo a todos nosotros, a la entera cristiandad, a vivir con radicalidad a partir del centro, de la más profunda comunión con Jesús, porque sólo así y de ningún otro modo el mundo puede ser salvado».

A continuación les dejamos algunos de sus escritos que han sido extraídos del libro: «Santa Rosa de Lima – Escritos de la Santa Limeña», de la Dra. Rosa Carrasco Ligarda (el libro es sumamente interesante para los amantes de la escritura y la poesía) donde podemos apreciar el profundo amor de esta santa por Nuestro Señor:

«Cómo te amaré mi Dios, cómo te amaré Señor, siendo yo tu criatura y tú Creador» (MSR, Catherina de Santa maría 1617:277).

«¡Oh si te amase mi Dios, si te amase y amándote me quedase ardiendo en llamas de amor!» (MSR, Gonzalo de la Massa 1617:347).

«Angel de mi guarda vuela y di a mi Dios que por qué se tarda. Joven celestial, vuela al Creador, dile que sin vida ya viviendo estoy. Dile de mis ansias el grande rigor; pues vive el que espera, y me muero yo. Ruégale que venga, hacia mi veloz. Y muéstrame su rostro, que muero de amor» (Osende 1917: 100).