

Miles han sido desplazados por la guerra y hoy transitan un camino que es más bien un calvario. Es viernes Santo y Jesús inicia también este camino con nosotros. No es un recuerdo, Jesús vive. Carga esa Cruz que no tiene tiempo. La carga ahora contigo y conmigo. La aceptó con angustia en el monte de los olivos.
Las Sagradas Escrituras son letra viva. Y hoy, con un conflicto armado de escala mundial, esta cruz se nos hace más real y dolorosa. Hermanos en guerra. Una guerra que parece lejana, pero que a la vez nos recuerda que muchas veces el campo de batalla está nuestros corazones.
Alguna vez escuché que Jesús aceptó el caliz y cargar con la Cruz porque, en medio de su súplica al Padre en el Huerto de los Olivos, el Padre le había permitido ver por quienes se entregaba.
Jesús nos vio. En medio de su dolor y angustia Cristo te vio a ti y a mí. Nos vió a cada uno de nosotros. Vio la inmesidad de nuestro pecado y dolor, pero también supo que su amor era infititamente más grande que todo.
Jesús nos amó inexplicablemente, inmerecidamente. Su misericordia y sacrificio fue de acuerdo a la medida de su amor: un amor sin medida.
Hoy Señor, nos dolemos contigo. Nos duelen nuestros pecados. Nos duele el mundo en guerra. El camino al Calvario hoy lo recorren muchos.
En este viernes Santo nos unimos en la oración del Vía Crucis por aquellos que sufren el horror y la locura de la guerra. Señor, ten piedad de todos nosotros. Acompañemos nuestro Vía Crucis con las meditaciones que hoy hemos preparado especialmente pensando en los hermanos en guerra alrededor del mundo.
1ra. Estación: Jesús es sentenciado a muerte
«Pilato les habló de nuevo, porque quería liberar a Jesús, pero ellos gritaban: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Entonces Pilato decidió acceder a su petición: les dejó en libertad al que pedían, que estaba en la cárcel por disturbio y homicidio, y les entregó a Jesús para que hicieran con él lo que quisieran» (Lc 23,20-21.24-25).
Cuán incrédulos hemos sido. Pensábamos que la guerra era cuestión del pasado. Qué ciegos frente al dolor y al conflicto que se vive en tantos pueblos hermanos. Hoy, cuando la guerra toca a la puerta, cuando la sentimos cercana, vivimos en carne propia el miedo a la muerte.
¿Pero qué hemos hecho antes? ¿Hemos sido gentiles y generosos con nuestros hermanos? ¿Acaso nos hemos esforzado para que nuestros hijos no discutan entre ellos?
En el seno de mi hogar, los tanques de la guerra han encontrado espacio para tratar con dureza a aquellos a los que más debo amar. Para tratar con bondad y gentileza a aquel por el que juré dejarme la vida entera.
Señor, concédeme la fortaleza para poder mirar mis errores con verdad y arrepentimiento. Ayúdame a crecer en gratitud y generosidad para poder aceptar mis cargas con amor y ternura. Para entender que este camino lo recorremos juntos la humanidad entera.
2da. Estación: Jesús carga con la Cruz
«Los hombres que habían detenido a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban y, tapándole los ojos, le decían: «¡Adivina!, ¿quién te pegó?». Y le gritaban toda clase de insultos» (Lc 22,63-65).
Mi niño duerme Señor, y mis brazos parecen no aguantar. Mis pies ya no pueden dar un paso más.
Siempre he visto tu Cruz tan lejana. El madero pesado y haciendo llaga en tus hombros. Jamás imaginé que una Cruz podría tomar la forma de despedida, de cargar a mis niños en brazos por distancias enormes para alejarlos del horror de una guerra que nos arrebata no solo la vida, sino todo aquello que conseguirmos con amor y esfuerzo.
Señor, concédeme la fortaleza que mi alma y mi cuerpo necesitan para seguir avanzando en este valle de lágrimas. Para que mi alma no sea indolente frente al dolor de tantos. Para que entienda que lo que viven mis hermanos también lo vivo yo. Para que comprenda que, aunque ahora no tenga un hogar en la tierra, tú me reservas un hogar eterno junto a ti.
3ra. estación: Jesús cae por primera vez bajo el peso de la Cruz
«Él cargaba y soportaba nuestros dolores; nosotros lo consideramos un castigado por Dios, golpeado y humillado. Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y quebrantado por nuestros crímenes» (Is 53,4-5).
Ya no puedo más. Tengo tanto miedo, Señor. Estoy tan solo. ¿Dónde se han ido todos? El camino es oscuro y los cañones se escuchan a lo lejos. ¿Dónde quedó mi casa, mis amigos, mi familia? ¿Dónde estás Dios mío? Mis rodillas se doblan y mis manos abrazan mis oídos.
Señor, en esta hora oscura, muéstrate. Acompáñame y permite que me levante. Que a pesar del miedo siga caminando. Que pueda mirar alrededor y encontrarme con los ojos de tantos que como yo caminan este calvario. Que juntos el camino se nos haga más llevadero.
4ta. Estación: Jesús se encuentra con su Madre
«Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: «Ya no tienen vino». Pero Jesús le contestó: «Mujer, ¿qué tiene que ver eso con nosotros? Todavía no ha llegado mi hora». Pero su madre dijo a los que servían: «¡Hagan lo que él les diga!» »(Jn 2,3-5).
Los brazos de una madre estrechan el pequeño cuerpo de su hijo. Aquel que llevó en el vientre y al que no quiere dejar partir porque no sabe si lo volverá a ver. Santa María, conoces bien este dolor. Esa sensación de querer retener a tu hijo para siempre y a la vez saber que lo debes dejar partir, incluso sabiendo que va rumbo al Calvario.
Señor, concédenos el corazón maternal de María y permítenos dejarnos abrazar por ella ahora y siempre.
5ta. estación: El cireneo ayuda al Señor a llevar la Cruz
«Cuando se llevaban a Jesús detuvieron a un hombre de Cirene, llamado Simón, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz para que la llevara detrás de Jesús» (Lc 23,26).
Voluntarios, bomberos, médicos, enfermeros, gente que lo deja todo para salir al encuentro de perfectos desconocidos. Consoladores de almas y de cuerpos. Qué gratitud frente a tantos cireneos que sin guardarse nada para ellos, salen a cargar con los dolores más profundos.
Señor, te agradecemos por todos aquellos que sin saberlo si quiera han salido a cargar la Cruz contigo. Por cada una de aquellas personas, de diferentes credos, que incluso sin conocerte, cargan la cruz contigo.
6ta. Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
«Muchos se horrorizaban al verlo, tan desfigurado estaba su semblante que no tenía ya aspecto de hombre » (Isaías 52,14).
Cuántos rostros ensangrentados. Miradas perdidas bajo el manto rojo de un río de sangre hermana. El sudor del miedo y el cansancio. Qué alivio se encuentra en una mano que consuela. Un paño que enjuga el rostro y permite que el alma descanse un poco de tanto sufrimiento.
Señor, que no permanezca indiferente a las heridas del otro. Que siempre sea capaz de ofrecer alivio y consuelo a aquel que lo necesite.
7ma. Estación: Jesús cae por segunda vez



«Entonces los justos le preguntarán [al Rey]: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel?». Y el Rey les responderá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»» (cf. Mt 25,37-40).
Cuando parece que por fin puede haber una tregua, nuevas batallas se encienden. Simplemente ya no puedo más. Aterrado por el ruido de las armas y las balas que cruzan por encima de mi cabeza, caigo rendido al piso una vez más.
Señor, ayúdame a levantar al caído, a no permanecer indiferente al horror de la guerra. Ayúdame a levantarme y continuar el camino.
8va. Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
«Seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: «¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí! Lloren más bien por ustedes y por sus hijos» (Lc 23,27-28).
Mientras de lejos nos lamentamos juntos el destino de miles de refugiados. Que las lágrimas no sean por aquello que miro a través de una pantalla sino porque muchas veces en la calidez de nuestros hogares permanecemos indiferentes, inactivos, incapaces de levantarnos e ir al servir a aquellos que lo necesitan ahí cerca de donde estamos.
Señor, permítenos ver el dolor que tenemos al lado y poder salir a servir al hermano.
9na. Estación: Jesús cae por tercera vez



«[Jesús dijo:] Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda solo; pero si muere da mucho fruto. El que se apega a su vida la perderá; el que desprecia la vida en este mundo la conservará para la vida eterna» (Jn 12,24-25).
¿En contra de quién es mi batalla? Como un soldado que trata de entender la locura de empuñar un arma frente a su hermano, que juega con la tentación de abandonarlo todo, así de rendido me siento. Solo, sin nadie a quien confiar estos pensamientos que inundan mi alma.
Señor, concede la paz y la fortaleza necesaria a todos los combatientes que en este momento sigue órdenes que tal vez no comprenden. Ayúdalos a levantarse y a tener su fe como el arma más poderosa de todas.
10ma. estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
«[Los soldados] lo crucificaron y se repartieron su ropa por sorteo, para ver qué se llevaba cada uno. Así se cumplió la Escritura: Se han repartido mi ropa entre ellos y sortearon mi túnica» (Mc 15,24; Jn 19,24b).
He perdido mi casa, mi hogar, mi pueblo y ahora pierdo lo que más amo. Carne de mi carne. No me queda nada. ¿Cómo comprender el haber sido desnudado en cuerpo, pero también en alma? ¿Cómo comprender que en cosa de días la vida puede cambiar tanto?
Señor, a tantos les han despojado de todo, permíteles revestirse del consuelo de tu amor.
11a. Estación: Jesús es clavado en la Cruz



«El pueblo estaba contemplando. Los jefes se burlaban y le decían: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!». Los soldados también se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!» (Lc 23,35-37).
Hoy no hay clavos, son balas, son esquirlas de explosivos, vidrios que atraviesas cuerpos que no imaginaban el sacrificio. Proyectiles que reciben unos para evitar que los reciban otros. Así, miles entregan su vida por salvar a otros. No tenemos idea de quienes son, pero tú sabes, Señor. Tú conoces a cada uno de ellos porque has estado en ese momento a su lado.
Señor, que yo pueda entregar también la vida por amor. En actos concretos, en cuidado hacia mi familia, hacia mis hijos, mi esposo, hacia mis hermanos.
12a. Estación: Jesús muere en la Cruz
«Era casi mediodía y se oscureció toda la tierra hasta media tarde, porque el sol había dejado de brillar. La cortina del Templo se rasgó por la mitad. Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu!». Y, después de decir esto, expiró »(Lc 23,44-46).
La muerte llega. Y el dolor que produce es tan incomprensible. Es un dolor que no se puede explicar con palabras. Más aún cuando la muerte llega producto de una locura. De una infamia terrible, ajena a nuestras vidas, a nuestros planes y sueños.
Señor, perdónanos. Perdónanos por la muerte que hemos ocasionado a tantos. Perdónanos por la locura de la guerra.
13a. Estación: Jesús yace muerto en brazos de su madre
«Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea llamado José, quien también se había hecho discípulo de Jesús, y se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo entregaran» (Mt 27,57-58).
Un hombre yace en el piso y su madre inmóvil contempla su cuerpo ya sin vida. María de los Dolores, tú sabes lo que siento. Mi corazón ha muerto. María de los dolores ayúdame a amar de nuevo, ayúdame a amar incluso a aquel que a mi hijo le ha arrebatado la vida.
Señor, que los corazones de los hombres no se endurezcan con el dolor de la guerra. Que tu Madre, la madre que nos entregaste en el Calvario, sea su refugio y guía para amar también a aquellos tanto daño nos han hecho.
14a. Estación: El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro
«José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en el sepulcro nuevo que él había excavado en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se fue» (Mt 27,59-60).
La guerra solo trae muerte. Miles de cajones de soldados, civiles y ajenos a la batalla lo confirman. Luego de haber quedado sordos por el ruido de los cañones ahora quedamos ciegos frente al polvo que los muertos dejan. La muerte ha conseguido una pequeña ganancia, pero jamás la victoria absoluta.
Señor, permítenos mirar más allá de la muerte, más allá del dolor y oscuridad que genera. Permítenos vivir este silencio de la pérdida como el preludio a un amanecer glorioso junto a ti.
15a. Estación: Jesús Resucita al tercer día


«Un joven vestido de blanco dijo a las mujeres: No os espantéis; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí!». (Mc 16, 5-7).
Señor, que podamos ver más allá del horror de la guerra. Que juntos y de tu mano podamos ver un futuro con esperanza y construir con amor un mundo de fraternidad.
«El Vía Crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre» (Cardenal Josef Ratzinger).
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