La alegría es una emoción básica que produce placer y agrado. La sentimos como una respuesta automática a un estímulo que viene generalmente de afuera hacia dentro.

Por ejemplo: una meta que logré, un título educativo que conseguí, una casa que compré. Sin embargo, esta emoción es limitada y pasajera. Una vez pasa el acontecimiento que nos ha causado entusiasmo, la alegría también pasa.

¿Existe alguna alegría duradera?

La alegría no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace

la alegría

La verdadera alegría se siente más como un estado de plenitud y gozo duradero y perdurable en el tiempo, relacionado con signos de paz y esperanza.

Divertirse y tener espacios de ocio y placer no es malo ni un pecado en sí mismo. Lo que nos hace realmente daño es vivir nuestros gustos de forma desordenada, ignorando nuestro estado de vida actual, llevándonos a personas por delante, a causa de nuestros propios intereses.

Los laicos vivimos insertados en la sociedad: estudiamos y vivimos con nuestros padres, o trabajamos y tenemos familia; salimos con amigos, educamos hijos, y es ahí, en medio de lo que somos y en lo que nos desenvolvemos, donde vivimos la alegría de seguir a Jesús vivo y resucitado dentro de nosotros. Demostrando con nuestra vida (no por apariencia) que no se necesita de grandes cosas materiales para sentirnos llenos del gozo que proporciona el Espíritu Santo.

San Agustín nos demostró con su testimonio de vida, cómo él buscó esta alegría por fuera de sí mismo y en distintas cosas del mundo, sin jamás haber llegado al estado de plenitud que deseaba.

Luego, él entendió la alegría y la felicidad como gozo de la verdad y comentó que somos demasiado débiles para descubrir la verdad únicamente a través de la razón. Solo en Dios se goza de verdad por quien son verdaderas todas las cosas.

Una vez que San Agustín encontró el gran tesoro, encontró la Verdad y, atrapado por este amor inagotable, no pudo ni quiso soltarlo jamás.

¿Cómo identifico la verdadera alegría?

La alegría verdadera viene de Jesús. Esto puede sonar obvio para algunos, pero muy extraño y abstracto para la mayoría. Sin embargo, Él ha proclamado que Él es el camino, la verdad y la vida. (Juan 14:6). Y tener conocimiento de la verdad proporciona libertad al alma, que es lo que efectivamente da regocijo perdurable en el corazón.

A continuación, te doy algunos consejos para reconocer la alegría verdadera:

– Conocer tu propósito de vida le da un sentido de trascendencia a tu existencia. Esto se logra discerniendo la voluntad de Dios para ti y trabajando en ello con pequeñas acciones que, en tu día a día, construyan de a poco una gran «catedral».

– Identifica dónde está tu corazón. San Agustín decía: «Si Quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama». Donde depositamos nuestro amor es donde está nuestra verdadera alegría. Todos nuestros esfuerzos, energías y motivaciones las dirigimos a lo que más amamos. Siempre es necesario analizar a qué le estamos dedicando más tiempo y más esfuerzo en nuestra vida.

– Donarse a los hermanos y servirles con amor. La frase famosa de la Madre Teresa de Calcuta «El que no vive para servir, no sirve para vivir» es un ejemplo claro de esto; ella dedicó toda una vida a la defensa de lo más pobres y marginados. Nosotros podemos creer – erróneamente – que únicamente podemos ayudar con bienes materiales. Sin embargo, usar los talentos que se nos han dado para el bien de los demás, escuchar a un amigo en su aflicción, dar un consejo oportuno… es también amar y servir con amor.

Para recordar (siempre)

Por último, podemos decir que la verdadera alegría se siente como un fuego que arde en el corazón. Es paz en medio de la tribulación, es tener coherencia de vida y la consciencia tranquila. Es sentirse amado, valioso y digno porque soy hijo de Dios.

La verdadera alegría es tener la certeza de que, aunque nuestro corazón vacile y se angustie, podemos repetir como San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

 

Artículo elaborado por Diana Marcela Yepes