

El video realizado por RSA shorts, un grupo encargado de fomentar nuevas ideas que ayuden a la sociedad, nos muestra la manera en que muchas veces podemos llegar a comportarnos. Nos pasa algo y automáticamente buscamos los potenciales culpables que estén a nuestro alrededor para desligarnos de toda clase de responsabilidad. Sin embargo, bien sabemos que buscar culpables afuera no resuelve el problema.
Además, ¿por qué hacer sentir culpables a los demás por algo que no han hecho? Podríamos decir, que es una reacción normal o natural, pero no por ello deja de ser inmadura. El secreto está en mirarnos hacia adentro, en custodiar nuestro corazón, como nos aconseja el Papa Francisco:
«Quién de nosotros a la noche, antes de terminar el día, cuando se queda solo y en silencio, no se pregunta: ¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi corazón? (Meditación en Santa Marta, 10 de octubre de 2014).
Si nuestro auto se avería y no nos damos cuenta, o lo hacemos pero no nos interesamos en buscarle solución, es muy difícil que se pueda arreglar el problema. Del mismo modo ocurre con nosotros, con nuestro corazón.
Una vez que reconocemos aquello que está mal, comienza el proceso de sanación. ¿Y cómo podemos hacer para dejar de culpar a los demás? Como suele decirse, comenzando por casa, haciéndonos cargo de nuestros propios problemas.
Ayuda mucho, además de lo dicho, buscar la ayuda de los demás, recurrir a buenos consejeros, personas que nos impulsen a entrar en nosotros mismos y a renovar nuestro corazón.
¡Importantísimo!
Sin embargo, un elemento muy importante a considerar en este hacerse cargo, es que nada podemos sin la gracia de Nuestro Señor. Es decir, como primer paso necesitamos de nuestro reconocimiento y de nuestra voluntad para el cambio, porque el Señor es un Señor, que nada hace sin nuestro consentimiento; pero también debemos saber reconocernos débiles y reconfortados en quien todo lo puede cambiar.
«Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí» (2 Corintios 12,9).
Para recordar
También debemos recordar la gran importancia del sacramento de la confesión, en donde se une lo descrito anteriormente: el reconocimiento de nuestra debilidad, con el poder de Dios. En este aspecto hago mías las palabras del sacerdote estadounidense Dwight Longenecker:
«Es así como al pedir perdón en el sacramento de la reconciliación, este tiene un poderoso efecto sanador en nuestras vidas. En lugar de culpar a nuestros padres, nuestros maestros o a las circunstancias o los factores sociales, nos hacemos cargo de nuestros propios problemas y los traemos ante la presencia de Dios para pedirle Su ayuda. Cuando lo hacemos, la sanación que ocurre es poderosa y real; llega hasta las raíces de nuestros pecados, nos fortalece para hacer lo que debemos hacer, y llega a aquellos que han pecado contra nosotros. Recuerdo que una vez me dijo un viejo sacerdote: «La confesión es un sacramento simple, humilde y lindo; es más eficiente que la psicoterapia, más rápido y menos doloroso.»Y guiñándome un ojo, añadió: «Y es más barato también»».
0 comentarios