

El P. Joan Carreras, autor del blog «Nupcias de Dios» y bloguero asociado de Catholic-link, nos ha envíado un excelente comentario a este particularísimo experimento de Huggies.
Estas palabras, con las que tiene su comienzo el famoso libro de John Gray, vinieron a mi mente ayer cuando vi este vídeo. De ahí que haya surgido la idea de titular este comentario de una manera tan extraña: la paternidad marciana. La amnesia selectiva que afecta a hombres y mujeres y que impide que se conozcan recíprocamente también se extiende a la paternidad y a la maternidad, que no son otra cosa que dimensiones de la conyugalidad. El amor es lo único que puede conseguir que ambos superen esas barreras producidas por la amnesia y que no se dejen llevar por esas primeras impresiones que subvierten o malinterpretan el significado verdadero de los actos del otro. Marcianos y venusinas no se entienden, porque las diferencias entre ambos son muy profundas. ¡Pertenecen a planetas distintos y lejanos!
El vídeo me parece extraordinario y la idea de esta casa comercial también: ¡los padres marcianos también estan embarazados! ¡Claro que sí! Porque la maternidad no existe sin la paternidad. Son dimensiones relativas y necesarias de la conyugalidad, es decir, de un hombre y de una mujer que se han entregado recíprocamente para compartir la propia vida. Y el hijo es el fruto de ese amor y también su símbolo viviente.
El hecho de que la biología presente diferencias evidentes entre marcianos y venusinas podría llevar a pensar a ellos y a ellas que la filiación es una realidad más venusina que marciana. Eso conlleva también un error garrafal en la madre, que piensa que su hijo es suyo y no de su compañero, tan lejano y poco comunicativo, tan insensible y distante. Cuántas madres piensan así por culpa de esa amnesia, que Jesús calificó como “dureza del corazón”. La paternidad siempre estaría en un segundo plano, planteada como una especie de complemento o de presupuesto necesario. El embarazo sería cosa de ellas, las venusinas. Ellos siempre serán sólo un compañero. El hijo sería carne de la carne de la madre. Eso se manfiesta de maneras contradictorias y paradójicas en nuestra época: tanto aquellas mujeres que deciden abortar porque sostienen que pueden decidir sobre su propio cuerpo como aquellas que mantienen una relación de “propiedad” -y a veces de propiedad en exclusiva- con respecto a sus hijos sufren ese efecto perverso de la ligazón afectiva producida por el embarazo. Para ser verdaderas madres deben lograr dar a luz no sólo en el parto, según la carne, sino también en el espíritu, comprendiendo y aceptando que el hijo es antes que nada hijo de Dios y que la suya es una maternidad participada de la divina y comparticipada con su cónyuge marciano. Sólo la venusina que acepte la paternidad divina y la paternidad marciana será verdadera madre de sus hijos.
La dureza del corazón también tiene sus manifestaciones en los marcianos. Al no estar dotados de los mismos sentimientos con que la naturaleza adorna a la mujer para atender el desarrollo del hijo, ellos -los padres marcianos- pueden sentir la tentación de aceptar el planteamiento “posesivo” de la mujer y dejarla a ella sola con su responsabilidad materna. Si la mujer actúa como venusina y el hombre como marciano, entonces ambos se complementarán precisamente en esa idea nefasta, que puede arruinar la vida de ellos, de ellas y también las de los hijos.
Compartir el embarazo de manera simbólica ayudará a padres y madres a sentir la común responsabilidad ante Dios: un hijo que es antes que nada un regalo de Dios. Fruto de su amor, ciertamente, pero también una tarea que les es confiada a ambos.
En el día del padre, que se celebra hoy en muchos países, éste puede ser un buen regalo para muchos padres marcianos que están un poco despistados. Comparte con ellos este vídeo y recuérdales que ellos están embarazados también y que ese embarazo dura toda la vida de su hijo. Esta enseñanza también forma parte del Evangelio de la Vida que celebramos hoy domingo 16 de junio de 2013.
Joan Carreras del Rincón
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