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«Another day in paradise» es una canción de Phil Collins lanzada como el primer sencillo de su álbum ButSeriously (1989). Esta fue escrita para resaltar el problema de las personas sin hogar, que vive en condiciones extremas. Para nosotros llegar a una casa donde vivimos, tener abrigo, tener donde comer, tener un par de zapatos es normal. Para ellos (aquellos que no tienen hogar) significaría vivir en un paraíso. La protesta es por aquellas personas que no valoran el paraíso en el que habitan y que son, y por ende, son indiferentes a las personas que si experimentan necesidad. Por eso el coro dice: «Piensa dos veces, es otro día para ti y para mí en el paraíso». Este canto está ubicado en el puesto número 86 en el ranking de las mejores canciones de todos los tiempos elaborado por Billboard. También, es importante mencionar que ganó el premio a la Mejor Canción Británica en los Brit Awards de 1990.

Elementos apostólicos

Uno de los elementos más dramáticos de la canción es la falta de compasión de aquel señor que pasa al costado de una persona necesitada y pretende no oírla para no comprometerse y seguir adelante con aquel silbido avergonzado mientras cruza la calle. Propongo hablar de esta experiencia tan humana: la compasión, que es saber padecer con el otro. La indiferencia nos plantea un problema interesante porque esta no es una actitud espontanea, hay que actuar para no conmoverse. El corazón humano no se resiste a la necesidad de otro, porque tiende a la comunión, a la bondad naturalmente. Uno tiene que hacer un esfuerzo sub-humano para engañarse y  endurecer el corazón ante los gritos de súplica de un necesitado.

Otro elemento interesante es la queja que manifiesta el coro de la canción. Aquí podríamos rescatar esa actitud de valorar el paraíso que tenemos. Se llama la actitud de la reverencia ante la realidad, que es la de no acostumbrarnos a la «normalidad» de nuestra vida, sino maravillarnos y agradecer de todo lo que somos y tenemos. Un corazón agradecido es un corazón libre, que es capaz de trascender las dificultades de la vida y siempre encontrar el «lado bueno del asunto», no como una fuga de la realidad, sino con una mirada realista, total y llena de esperanza.

Finalmente, podríamos abordar el tema desde la misión que tenemos nosotros los cristianos y lo que nos ha insistido tanto el Santo Padre en la Vigilia de Pentecostés con los Movimientos Eclesiales: una Iglesia de pobres para pobres. «No basta decir «Señor, Señor» para entrar al Reino de los cielos» nos enseña el Señor Jesús.  Para nosotros los cristianos «la pobreza no es una categoría sociológica o filosófica y cultural: No; es una categoría teologal». En cada pobre (y con esto no solo me refiero al que tiene escasez de recursos materiales, sino también al pobre espiritualmente hablando, al que es escaso de Dios) está Cristo mismo que se hace Mendigo de nuestro pobre amor. En ese sentido, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo, ya que cuando lo hace se enferma. Debe, más bien, «salir al encuentro de los demás, porque la fe es un encuentro con Jesús y nosotros debemos hacer lo mismo que hace Jesús: encontrar a los demás». 

Dinámica

Como actividad propongo algo muy sencillo: ir al supermercado y comprar unos panes con jamón y queso, prepararlos con un grupo de jóvenes e ir por las calles a comer con la gente pobre, a involucrarse con la vida de cada una de esas personas, salir al encuentro de aquellos que nos necesitan y de los cuales nosotros también necesitamos. No solamente para darles de comer, sino para compartir, para entrar en comunión, para dar testimonio del amor que es igual a Evangelio. Y luego de esto, conversar con el grupo la experiencia. ¿Qué les parece?