En dos oportunidades Nuestro Señor nos pide que seamos como Nuestro Padre que está en los Cielos: cuando nos dice que seamos perfectos (Mt 5,48) y cuando nos pide que seamos misericordiosos (Lc 6,36). La gran noticia del Nuevo Testamento es que Dios es Misericordioso. Es, podríamos decir, la revelación central de la Prédica de Cristo: Dios es nuestro Padre (Abbá: «papito») y nos ama, pero no con un amor distante o remoto, nos ama con amor misericordioso, es decir que es compasivo con nuestra miseria.

G. K. Chesterton decía: «Quitado lo sobrenatural, no queda lo natural, sino que queda lo antinatural». En este video, podemos ver a personas actuando sin compasión, sin misericordia con una persona enferma. Cuando vemos a alguien que actúa sin compasión, inmediatamente nuestra sensibilidad se pone a flor de piel, porque nos parece inconcebible que alguien pueda ser tan inhumano o en palabras de Chesterton, antinatural.

Reconocemos que la misericordia, la compasión, la piedad, son cualidades que nos hacen humanos. Y nos hacen plenamente humanos porque nos acercan a Dios. El demonio, cuando tentó a Adán y Eva no los tentó con mentiras, cuando dijo «Seréis como Dios» (Gn 3,5) estaba diciendo la verdad, sabía que teníamos la capacidad de ser como Dios, solo que tentó a nuestros padres con un modo inadecuado de ser como Dios, el querer ser como Dios por nuestros propios medios.



La caridad es la base de la convivencia. Todos sabemos cuáles son las obras de misericordia, pero tal vez se nos escapa cuál es el mandato que subyace a todas ellas: Nuestro señor lo reseña de distintos modos: «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7:12); «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22:39). O como lo resume genialmente el Apóstol Juan en su primera carta: «Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso» (1 Jn. 4, 20). En casi todos los casos, Jesús dice que este mandato es «La ley y los profetas», como dando a entender que si cumplimos ese «pequeño mandato» nuestra salvación está garantizada.

Ahora bien: no es fácil. En el video vemos un caso que nos hiere la sensibilidad porque en  él se trata con desconsideración a una persona que está visiblemente enferma y eso nos subleva. Pero cuando tenemos que sufrir con paciencia los defectos de nuestros semejantes, enseguida «perdemos los estribos» y maltratamos a los demás.

Recuerdo un ejemplo de mi infancia. Venía a pedir  limosna a casa una señora muy anciana que trataba muy mal a quien la atendiera. Cualquier cosa que se le diera la criticaba «¿Eso es todo?», «¿no hay otra fruta menos fea?» (a pesar de que tal vez era la mejor fruta que quedaba). Nosotros, siendo pequeños, no queríamos atenderla de ningún modo. Y mi madre salía cada vez y la atendía con caridad tremenda, conversando con ella y preguntándole por sus cuitas. Cuando una vez le dije a mi madre que esa mujer era insoportablemente desconsiderada y que no merecía tanta consideración, mi madre me contestó «La trato como trataría a la Virgen María». Durante varios años, esa mujer siguió viniendo a la puerta de nuestra casa, y aún en los períodos en los que no abundaban los bienes materiales, nunca se iba con las manos vacías. Cuando la veíamos en la puerta de casa, avisábamos que había llegado, diciendo: «Está la Virgen María en la puerta». Estoy seguro de que cuando mi madre llegue al Cielo, van a estar «nuestra» Virgen María y la Real esperándola con los brazos abiertos.

Pero en el trato cotidiano podemos perder los estribos por cualquier circunstancia y contestar mal o devolver mal por mal a quien nos hiere: ¿Cómo haremos?, ¿qué podemos hacer para evitar esas faltas de caridad? Lo primero que debemos ser conscientes es que no podemos por nuestros propios medios, y pedirle a Dios en oración insistente la paciencia que como dice Santa Teresa de Jesús, «Todo lo alcanza» La paciencia está en la base de toda virtud. San Pablo, en el cántico de la caridad comienza diciendo: «El Amor es paciente». (1 Cor. 13,4).  En segundo lugar, como hacía mi madre, y como hacen todos los grandes santos, viendo en el prójimo a Nuestro Señor o a su Madre. Inmediatamente tenemos que pedirle a Dios ser «misericordiosos como Él es misericordioso». Saber que un mal modo de una persona puede provenir de que él mismo tenga una herida que sanar, o que su paciencia esté agotada, o que él mismo esté agotado. Ser compasivos quiere decir «saber sufrir con el otro», entender sus dificultades y problemas.

Para examinarnos en lo personal, podríamos pensar: ¿cómo trato a mis hermanos en el apostolado, en la familia, en mi comunidad? ¿Soy paciente?, ¿soy compasivo? ¿Veo en el otro a Cristo y lo sirvo con caridad?


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