

Ayer celebramos en la Iglesia la fiesta de la Transfiguración de Jesús. Es aquel acontecimiento en el que sus vestidos se volvieron «blancos» y refulgentes «como la luz».
Aunque son escasos los detalles de su origen, probablemente esta fiesta se celebraba anualmente con ocasión de la dedicación de la basílica edificada en el monte Tabor. Esta fue construida para honrar este suceso extraordinario de la vida de Jesús narrado en los sinópticos.
El inicio de la celebración



Hay indicios de dichas conmemoraciones desde finales del siglo V, en Oriente, principalmente. Una antigua tradición sitúa este hecho 40 días antes de la crucifixión del Señor. Por ello, la fecha de la fiesta se fijó 40 días antes del día en el que se festejaba la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre.
En Occidente, en cambio, parece que es en el siglo IX cuando comienza a celebrarse. Su inclusión en el calendario romano universal no llega hasta el pontificado del Papa Calixto III en 1457. El motivo es bien sencillo, pero tiene su historia. En 1456 la tensión entre la Europa cristiana y el Imperio Otomano llegaba a su máxima expresión, con una decisiva batalla en Belgrado. Tras mucho esfuerzo, las tropas cristianas vencieron a las de Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo.
La noticia de dicha victoria llegó a Roma el 6 de agosto de 1956. Como muestra de gratitud, el Papa Calixto II, que había pedido insistentemente oraciones para vencer a los musulmanes, señaló ese día como fecha en la Iglesia para la celebración de la fiesta de la Transfiguración.
Aunque el relato más detallado es de Lucas ―cómo suele ocurrir en la mayoría de relatos del Evangelio― este año el texto de la narración corresponde a Mateo, que dice así (Mt 17, 1-9):
«Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.
Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
¿Qué ocurre en la Transfiguración de Jesús?



Este suceso, entrañable y extraordinario, nos interpela a sacar de él diversas y personales enseñanzas. De todos modos, el Catecismo de la Iglesia nos da ciertas pautas y reflexiones que nos pueden ayudar en la meditación de esta escena: el fortalecimiento de la fe y la esperanza en la gloria de Dios.
Si nos fijamos en los detalles, seguro lo descubrimos poco a poco.
El contexto de lo que se relata en el suceso de la Transfiguración tiene su sentido profundo. Unos versículos antes, Mateo narra la conocida protesta de Pedro ante el anuncio de la pasión y muerte de Jesús. Es comprensible su queja, como tantas que quizá reprochamos al Señor en nuestra oración interior.
Con el reverberar de su rostro y de sus vestidos, Jesús muestra a Pedro ―y a todos los que le acompañaban― su gloria y la esperanza después del sufrimiento de la cruz.
El lugar en el que ocurrió la Transfiguración de Jesús



No conocemos bien cuál fue el monte de la Transfiguración. Algunas tradiciones lo identifican con el monte Tabor, donde se encuentra la basílica dedicada a este hecho. Otros señalan el monte Hermón, en el norte de Cesárea y cerca del río Jordán. También hay defensores de que sea un lugar simbólico e irreal, como afirman que sucede en otros lugares descritos en el Evangelio.
En la Sagrada escritura aparecen unas cuantas «subidas» donde ocurren manifestaciones de Dios: en el monte Horeb en el Sinaí, la subida y bajada de Moisés con las tablas de la ley, la experiencia de Elías también el monte Horeb, el Sermón de la montaña.
Es llamativo que Dios nos pida el esfuerzo de subir y ascender para poder escucharlo.
Los personajes que aparecen durante la Transfiguración de Jesús



Los personajes que aparecen son bien conocidos por la tradición judía. Quizá con su presencia se quiera significar toda la historia del Antiguo testamento. A Moisés, guardián de la ley, se le reconoce el haber hablado con Dios cara a cara.
Y a Elías, ser el primerizo de los profetas que anuncian al mesías. Es una bonita imagen de esta representación ver a Jesús franqueado por la ley y los profetas, de la que Jesús viene a dar cumplimiento verdadero.
La figura de la nube



La figura de la nube nos resulta del todo familiar, especialmente si conocemos la historia del pueblo judío en Egipto narrada en el Antiguo Testamento. Una nube guía al pueblo por el desierto y se manifiesta con toda su majestuosidad en el monte Sinaí.
Santo Tomás, siguiendo la tradición de algunos Santos Padres, considera que esta nube que envuelve a Jesús y a sus apóstoles hace presente al Espíritu Santo.
Por lo que toda la escena constituye una teofanía, es decir, donde encontramos al Padre que habla, al Hijo que se transfigura y al Espíritu Santo que envuelve la escena manifestándose en la nube.
Una invitación a estar cerca del Señor



San Pedro hace un comentario que requiere muy pocas explicaciones: Señor, que bien se está aquí, hagamos tres tiendas. La exultación de Pedro es del todo elocuente de la intensidad y felicidad del momento vivido. En cercanía con el Señor siempre estaremos bien.
Terminamos con un consejo del Papa Francisco:
«La fiesta de la Transfiguración del Señor nos recuerda que estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo, para que iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes, como pequeñas lámparas del Evangelio que llevan un poco de amor y de esperanza».
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