

«Unbreakable» –conocida en español también como «El protegido»– es una de las obras más interesantes del director indio-americano M. Night Shyamalan. Aunque uno de sus fines principales es explorar el mundo de los cómics –incluso varios ángulos en las tomas simulan la perspectiva usada en los paneles de este tipo de publicaciones– la película ofrece también algunos aspectos interesantes para reflexionar.
La trama gira alrededor de la vida de David Dunn (Bruce Willis), un guardia de seguridad que lleva una vida anodina, a punto de divorciarse y absolutamente distante de su pequeño hijo. Lo más destacable en su vida, al iniciarse la película, es ser el único sobreviviente de un trágico accidente de tren, en el que pierden la vida 131 personas. La historia nos presenta también a Elijah Price (Samuel L. Jackson), quien debido a una enfermedad genética, es físicamente frágil como un cristal.
Elijah sospecha una verdad oculta en la vida de Dunn y poco a poco va confirmando que su nuevo conocido tiene poderes especiales, como todo un héroe del mundo de los cómics. Curiosamente, Dunnmismo parece no conocer aquello que lo distingue del resto de los mortales.
La película gira entonces no tanto acerca de la cualidad de los poderes de Dunn, sino en torno a la aceptación del sentido de su vida, la verdad sobre sí mismo y el reconocer una serie de dones que deben ser utilizados para el bien. «Soy tan solo un tipo ordinario», le dice a su hijo, intentando convencerse también a sí mismo. La actitud de Dunn no es, como pareciera, un acto de humildad, sino más bien una suerte de mentira existencial y un intento de huir de las responsabilidades que sus capacidades significan. Su posición como guardia de su seguridad –en la que, en cierta medida, protege a las personas– no es sino un pálido y mísero reflejo de lo que está llamado a vivir.
La tristeza que percibe todos los días, como lo intuirá Price, es en última instancia fruto de la falta de sentido en su vida y de la negación de un destino más grande al que está llamado. Ciertamente, quien no encuentra su lugar en el mundo, quien no pone sus dones al servicio de un bien mayor que su propia seguridad, comodidad o egoísmo, experimenta la tristeza y el vacío de una vida parcial y mutilada. «¿Sabes qué es lo más aterrador? –le explica con cierta angustia Price a Dunn–: no conocer tu lugar en este mundo, no saber por qué estás aquí».
Resulta interesante notar cómo precisamente a raíz de la negación de su identidad y el no asumir sus dones, la vida de Dunn va perdiendo sentido y cayendo en una mediocridad absoluta. En esa espiral descendiente van sufriendo también sus seres queridos. El camino inverso de aceptación irá de la mano con la recuperación de su matrimonio, y una relación más cercana con su hijo.
«Para que triunfe el mal –dice una famosa y muy utilizada frase de Edmund Burke– basta con que los hombres de bien no hagan nada». Qué decir, más aún, de quienes por dones propios o cualidades personales pueden aportar muchísimo a un mundo mejor. En este sentido, nadie se puede ver excluido de poner sus talentos al servicio de un bien mayor. En el mundo no existen los superhéroes de los comics, sino seres humanos que pueden vivir una heroicidad aun mayor en el amor y la entrega a los demás, capacidades que ciertamente a nadie le faltan.
Lamentablemente, como nota el mismo Price en uno de los diálogos más interesantes de la película, «los nuestros son tiempos mediocres. Las personas empiezan a perder la esperanza. Es difícil para muchos creer que hay cosas extraordinarias en su interior, así como en los demás».
Dunn, quien en el fondo conocía sus capacidades, las había ignorado por tanto tiempo que había terminado por olvidarlas. Serán su propio hijo, y sobre todo Price, quienes procuran hacerle notar que no es un ser humano cualquiera. Como sucede muchas veces en la vida real, aquellos que están a nuestro alrededor ven aspectos de nosotros que no vemos o, como se muestra en esta película, se ignoran por conveniencia. No es raro encontrar en el mundo personas con muchas capacidades que, por uno u otro motivo, prefieren ignorar y terminan por ocultar y olvidar lo valioso que poseen en su interior. A veces, como es el caso de «Unbreakable», necesitamos de otros para asumir los retos de una vida que nos reclama luchar por el bien.
Esto nos lleva a un último aspecto que queremos mencionar de este filme, relacionado con un final un tanto característico en las películas de Shyamalan. Siguiendo el estilo de los cómics, nos presenta un superhéroe que debe enfrentar el mal y, como todo superhéroe, a su archienemigo. Como resalta la película, el querer hacer un mundo mejor es un esfuerzo positivo por el bien, pero a la vez es una lucha con el mal. Es ingenuo quien olvida que en el mundo hay también fuerzas –incluso espirituales– que quieren su destrucción.
La lucha contra el mal, sin embargo, no es como en los cómics, donde fuerzas opuestas y comparables luchan entre sí. El bien y el mal no son dos principios coeternos e iguales. Nada hay comparable a la fuerza de Dios ni a su amor, que vence siempre al mal y triunfa sobre las tinieblas.
0 comentarios